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Columna
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La crisis, José y los banqueros

La reunión anteayer de Zapatero con un selecto grupo de presidentes de entidades financieras -esta vez sentados ante una mesa y no arrellanados en lujosos butacones- había sido precedida el día anterior por un guiño público de complicidad del presidente del Gobierno con los ciudadanos seriamente irritados ante la cicatería de bancos y cajas en la concesión de créditos. La elevada cifra de beneficios del Banco Santander y del BBVA anunciada pocos días antes por sus respectivos presidentes había sido recibida en muchos sectores sociales como una provocación. La réplica de Zapatero en su mitin electoral del domingo fue afirmar que no es momento para "grandes beneficios" sino para "apoyar el crédito y la financiación de las empresas y de las familias de nuestro país".

Los economistas, políticos y empresarios deslumbrados hasta hace año y medio por la expectativa de un paraíso terrenal de crecimiento indefinido han redescubierto de sopetón la terca realidad de los ciclos periódicos de auge y depresión. La duración simétrica de las fases de ascenso y caída registradas en el episodio bíblico sobre la historia de José narrada en el Génesis -la referencia más antigua sobre la materia- ha conducido, a veces, a la errónea creencia de que la recuperación económica posterior a cualquier crisis tiene una fecha predeterminada de arranque y asciende después irremisiblemente hasta los niveles de crecimiento y empleo del auge anterior.

Entregado a un mercader ismaelita por sus envidiosos hermanos y vendido como esclavo a la corte del faraón, José fue un precursor de la economía clásica y del psicoanálisis freudiano. Su completo acierto al descifrar en prisión los sueños del jefe de los escanciadores reales (sobre una cepa con tres sarmientos florecidos) y del jefe de los panaderos de la corte (acerca de una cesta de pan candeal) llega a oídos del faraón, que le ordena interpretar los suyos. Siete vacas lustrosas que pacen en la ribera del Nilo son devoradas por siete vacas macilentas que las persiguen; y siete espigas llenas crecidas en una caña son consumidas por otras siete asoladas que brotan posteriormente. El undécimo hijo de Jacob explica al faraón que las siete vacas lozanas y las siete espigas henchidas anuncian siete años de abundancia, mientras que las siete vacas flacas y las siete espigas emaciadas predicen siete años de escasez. José no fue sólo un sabio profeta sino también un gran político: nombrado primer ministro por el faraón, ordenó acopiar tanto grano "como la arena del mar" durante los años de vacas gordas para así abastecer a Egipto en los años de vacas flacas.

Pero las sociedades modernas no son economías agrarias autárquicas sino partes complejas de un mundo globalizado intercomunicadas por una red de conexiones: no existe algo equivalente a los almacenes del faraón capaz de servir con eficacia a la política anticíclica. El superávit de las cuentas públicas acumulado en España no ha bastado siquiera para pagar el déficit del primer ejercicio de la crisis iniciada en agosto de 2007. Los casi tres millones de puestos de trabajo creados durante la anterior legislatura están siendo destruidos de forma acelerada. La construcción residencial se ha frenado en seco: el estallido de esa burbuja agrava la situación española, al igual que el elevado déficit financiero exterior.

Aunque siguen cayendo chuzos de punta sobre la enfriada actividad económica (ayer se conoció la cifra de 200.000 nuevos parados en enero), el presidente Zapatero continúa enviando a la sociedad señales de optimismo respecto a la salida a medio plazo de la crisis y mensajes de tranquilidad acerca de la capacidad de España para capear entretanto los efectos de la recesión. La vicepresidenta y portavoz del Gobierno invita a los ciudadanos después de cada Consejo de Ministros a trabajar esforzadamente, a tirar del carro y a arrimar el hombro para salir del agujero. Esos llamamientos no poseen un significado claro ni se dirigen indistintamente a tirios y troyanos. Sería un cruel sarcasmo convocar a los parados para trabajar contra el desempleo. Tampoco es fácil saber cuál es el carro del que se debe tirar y hacia qué dirección; ni tampoco adivinar dónde y cómo se puede arrimar el hombro frente a la crisis. ¿Se trata de ir familiarizando a la sociedad española con la idea de que ha vivido durante los últimos años por encima de sus posibilidades y de que ha llegado la hora de acomodarse a la realidad? ¿No deberían las autoridades estatales, autonómicas y municipales suprimir los gastos superfluos de las Administraciones públicas y renunciar la coartada de que ese recorte sólo ahorraría el chocolate del loro? ¿Ha llegado la hora de la solidaridad social y de las políticas inspiradas por la política de igualdad?

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