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Columna
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La máquina de gobernar

Una de las creaciones más notables del Gobierno de Francisco Camps, en su ya dilatado mandato, es la máquina de gobernar. Gracias a este considerable invento, el Gobierno ha dado en todo momento la sensación de desarrollar una actividad constante, de una eficacia sin precedentes. Gran parte del éxito cosechado por Francisco Camps y sus consejeros, a lo largo de estos años, se debe a la existencia de la máquina y a su competente manejo. A ello ha contribuido, claro está, la extraordinaria situación económica que ha vivido la Comunidad Valenciana y -¿por qué no decirlo?- la falta de ánimo de la oposición. Cuando el dinero corre y la oposición calla, gobernar es una tarea fácil.

Como ocurre con la mayoría de los grandes inventos, el mecanismo de la máquina de gobernar es de una gran simplicidad. En cuanto el Gobierno detectaba un problema cualquiera, introducía los datos oportunos en el aparato y, a los pocos días, tenía sobre la mesa un plan que ponía remedio al asunto. Lo importante del plan no eran los elementos técnicos que contenía, ni las diversas opciones que presentaba. No, nada de eso. Lo verdaderamente importante era el nombre. El plan siempre venía bautizado con algún nombre sonoro que tenía la virtud de penetrar con facilidad en los oídos del público y despertaba grandes expectativas.

Si tuviéramos que dar ahora el nombre de cada uno de los planes que se han sucedido en estos años, la lista sería interminable y aburriríamos al lector. Digamos que había planes de todas clases y para todos los gustos. Los había que se sucedían unos a otros, como en las sagas familiares, y heredaban imaginarios presupuestos; algunos vagaban de ejercicio en ejercicio, como almas en pena, o desaparecían de la noche a la mañana sin que volviera a hablarse jamás de ellos. Si, por casualidad, el Gobierno detectaba que alguno no funcionaba de modo adecuado, creaba de inmediato otro que lo sustituía. Cuando Creaescola dio síntomas de fatiga, y la opinión pública comenzó a sospechar de él, rápidamente surgió Milloraescola. Si se presentaba un imprevisto que exigía actuar sin demora, la máquina producía un Patricova y la situación quedaba normalizada al momento. Que los problemas se solucionaran o no, carecía realmente de importancia; la cuestión sólo preocupaba a los afectados.

Y así, de un plan a otro, el prestigio del Gobierno crecía día a día, mientras Francisco Camps iba ganando elecciones. Gracias al invento, la Comunidad Valenciana desconocía los problemas. Llegó un momento en que los asuntos estuvieron tan bien encauzados que al gobierno le sobraba tiempo y pudo dedicarse a organizar los grandes eventos que llevaron el nombre de Valencia por el mundo.

La máquina de gobernar necesita unas condiciones muy precisas para desarrollar con éxito su trabajo. Si, por cualquier motivo, esas condiciones no se dan, comienza a resentirse y los resultados no son los mismos. Mientras la economía del ladrillo crecía si cesar, la máquina marchó a la perfección, pues el ambiente no podía ser más adecuado para ella. Pero en cuanto al economía se ha venido abajo, la máquina se ha gripado y no hay manera de hacerla andar. Esto lo ha advertido todo el mundo, menos Francisco Camps. El espectáculo de este hombre, dando continuas órdenes a la máquina como si ésta todavía pudiera funcionar, empieza a ser impresionante. La incógnita es saber a dónde nos conduce ahora el solipsismo de nuestra primera autoridad.

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