El roquismo pierde otra batalla
La eliminación de Ignasi Guardans como candidato de Convergència Democràtica a las elecciones europeas es una confirmación de la deriva radical tomada por los nacionalistas de Jordi Pujol desde su pase a la oposición. Guardans es un autonomista que creía haber acumulado méritos para encabezar una segunda legislatura, pero ha sido obligado a ceder la plaza a un independentista declarado, Ramon Tremosa.
El episodio viene a recordar que el congreso del partido celebrado en julio dejó muy claro que el equipo encabezado por Artur Mas ha decidido competir con Esquerra Republicana (ERC) por la hegemonía en el nacionalismo. Busca en este espacio político la ampliación de su techo electoral y, para ello, eleva la apuesta. Convergència se aleja del moderantismo nacionalista inherente a la opción autonomista, sigue rechazando el federalismo y se desliza hacia el independentismo.
No es una sorpresa. Después del congreso del partido, los dirigentes de Convergència y sus portavoces negaron que el giro estratégico constituyera una radicalización de sus postulados. Querían dar a entender que el partido de Pujol era el mismo de siempre, sólo que con adaptaciones tácticas al momento que le toca vivir como fuerza de oposición.
Pero la designación de Tremosa indica otra cosa. Esta opción puede servir para atraer votos en la franja en disputa con ERC, pero reduce bastante el atractivo de Convergència como voto útil de electores no nacionalistas, lo que constituye en parte una buena noticia para el PP e incluso para el PSC. Guardans también ha expresado su desapego hacia esa deriva de Convergència.
Por decirlo en pocas palabras, el roquismo sigue perdiendo batallas en CDC. Parece que a Artur Mas y su equipo no les importa mucho arriesgarse a perder votos en este espacio o, al menos, que lo asumen como una necesidad en la presente etapa.
Otra cosa sería correr ese riesgo en unas elecciones autonómicas. La duda radica, si acaso, en dilucidar cuánto hay de apuesta táctica en esa opción, de alegría permitida por la ausencia de responsabilidades de gobierno, y cuánto hay de cantamiento estratégico con voluntad de permanencia, de irreversibilidad.
La dirección de Convergència puede pensar que siempre le queda la figura de su aliado Josep Antoni Duran Lleida, el líder de Unió, si quiere seguir mostrando un lado moderado, la opción de hecho más identificable como continuación del pujolismo. En la práctica, sin embargo, esa reducción de la ambivalencia, la ambigüedad y la indefinición acerca del objetivo último de su partido que caracterizaron durante décadas el discurso político de Jordi Pujol, significa que Artur Mas traslada a la federación de CiU un papel que Convergència tenía por sí misma. El partido, por lo tanto, pierde policromía por ese lado y lo que ahora está por ver es si eso se acusa en las urnas. La resistencia de CiU en los sondeos de opinión electoral apuntan a que estos movimientos no son un riesgo muy peligroso. Y si resultaran serlo, se podrá corregir el tiro en las autonómicas.
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