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Acoso y encarnizamiento

Si en los días del imperio español autores extranjeros denunciaban el exterminio de millones de indígenas americanos a manos de conquistadores y encomenderos, o la represión de los tercios del duque de Alba en los Países Bajos, o los autos de fe de la Inquisición con sus hogueras y sus cucuruchos, el discurso oficial lo imputaba a una campaña internacional hostil (la leyenda negra) alimentada por algunos traidores o descarriados, como Antonio Pérez o fray Bartolomé de las Casas. Luego, a lo largo del siglo XIX, si las colonias ultramarinas querían emanciparse, si la metrópoli se desangraba en un sinfín de cuartelazos, bullangas y guerras civiles, todo era obra del oro inglés, que, envidioso, tramaba la ruina de España. Más tarde, bajo el franquismo, si la Europa democrática repudiaba al régimen y la oposición interna lo combatía, una y otra eran simples marionetas de ese contubernio judeo-masónico-marxista que el dictador invocó hasta en su última alocución pública.

Si Saura actuó al dictado de la ética, es que quienes no fueron a la marcha son unos desalmados sin conciencia

Lo que con estos breves ejemplos trato de evidenciar es que la visión conspirativa de la historia, el atribuir a una trama oscura y siniestra las críticas, resistencias o fracasos con que topa cualquier labor de gobierno, constituye siempre un reflejo reaccionario y, además, es un inquietante síntoma de incapacidad autocrítica. Por ello resulta aún más chocante que Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) haya caído en esa actitud, tan contradictoria con su filiación de izquierda inteligente, con su estilo político innovador, distendido y sostenible.

Como saben, la portavoz de ICV, Dolors Camats, compareció la semana pasada en sede parlamentaria para desenmascarar solemnemente el "acoso político, económico y mediático" al que -según dijo- está sometida su formación y el "encarnizamiento personal" de las críticas contra el número uno de ésta, el consejero Joan Saura. En comentarios de pasillo, otros dirigentes ecosocialistas precisaron que "lobbies muy poderosos" se han lanzado a una guerra sucia para "echar a Iniciativa del Gobierno tripartito".

Y bien, ¿en qué se concreta tan sañuda persecución? ¿Cuáles son los temas que polarizan ese supuesto acoso contra ICV? ¿Acaso se ha hurgado en las vidas privadas de sus líderes, como se hace en Estados Unidos? En absoluto. Todas las críticas han sido y son estrictamente políticas y referidas a las competencias que el partido tiene atribuidas dentro del Gobierno catalán.

Primero hubo la desastrosa gestión informativa que, desde el Departamento de Medio Ambiente, se hizo de la grave situación de sequía del pasado invierno, pero eso -perdón por el chiste fácil- ya es agua pasada. Después acaeció el esperpéntico episodio de la cruzada contra las bolsas de plástico, juiciosamente desactivada desde la propia Generalitat. Durante todo lo que llevamos de legislatura han abundado los desencuentros entre la cúpula política de Interior y la estructura policial de los Mossos d'Esquadra, si bien ésta no es materia que apasione a la opinión. De modo que, en resumidas cuentas, la gran campaña contra Iniciativa se ciñe a dos temas: las crecientes restricciones de velocidad en el área de Barcelona y la presencia de los máximos responsables de Interior en las recientes manifestaciones antiisraelíes.

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Lo de los 80 kilómetros por hora como límite máximo infranqueable es un empeño puramente ideológico, una medida bandera al servicio de las necesidades de imagen de ICV, que ha sido justificada un día para reducir accidentes y al otro para bajar la contaminación, sin que ningún estudio independiente haya probado su eficacia en ninguno de ambos terrenos. Una medida que complica y agobia la vida diaria de cientos de miles de personas -en la jornada inaugural, sobre la C-31 y la C-32 había un panel cambiante cada 20 segundos- y que, por tanto, debía resultar forzosamente polémica y denostada por muchos conductores, sin necesidad de que lobby alguno les calentara la cabeza. ¿O es que el consejero Joaquim Nadal y todos los alcaldes metropolitanos del PSC forman parte también de la conjura contra Iniciativa?

Mal que le pese a Joan Saura y aunque Joan Boada no pueda entenderlo -no es fácil pasar de jabalí parlamentario a número dos de Interior-, sus actuales cargos de gobierno les vedaban la asistencia a las manifestaciones sabatinas de Barcelona y Girona: los máximos responsables del orden público en un país democrático no pueden encabezar cortejos en los que se queman banderas, se lanzan gritos de odio, se exalta el martirio por Alá, desfilan encapuchados y se exhibe impunemente un arma. Minimizar después estos últimos hechos como "una performance" ya es, para decirlo en términos futbolísticos, de tarjeta roja directa. Entre halagar los sentimientos de los suyos y velar por la seguridad de todos, el deber prioritario de los señores Saura y Boada era el segundo; pero, los pasados días 10 y 17, pusieron por delante el cartel electoral.

Sin embargo, el consejero Saura afirma que se manifestó contra Israel por un "imperativo ético", lo cual pone de relieve otro rasgo de la conducta de Iniciativa en el poder: el complejo de superioridad moral. Si Saura actuó al dictado de la ética, es que quienes no fueron a la marcha son unos desalmados sin conciencia. Los ecosocialistas -según Camats- gobiernan sólo desde la defensa de sus convicciones; "somos peligrosos porque no nos dejamos comprar". O sea que a los demás partidos no se les critica porque carecen de principios y se venden al mejor postor... Seguramente es a causa de tales mensajes por lo que estos días cuadros socialistas en privado y digitales de la misma filiación en público rebosan de alusiones al "sectarismo" de ICV, a los "errores" y la "altivez" de sus líderes, y a las "calamitosas consecuencias" de todo ello. Lo dicho: se trata de un complot.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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