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Columna
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Madrid & Nueva York

Los publicitarios, personas imaginativas y con corbatas del mismo color que la camisa, saben que no es igual un anuncio en un autobús que en el soporte estático de su parada. Cada mensaje tiene su espacio. La diatriba sobre si Dios existe o no, sobre si, en consecuencia, debemos vivir sin tormentos espirituales o, por el contrario, actuar sujetos a su voluntad, queda bien en movimiento. Porque es una polémica continua, eterna, que va y viene y lo seguirá haciendo por los siglos. Y porque no requiere de un momento de pausa, de reflexión.

Los católicos y los ateos ya están divididos, como los indios y los vikingos, no hay prácticamente ninguna posibilidad de transfuguismo. La disyuntiva sobre la existencia de Dios sólo sirve para crear disputas o, en cualquier caso, para que los creyentes y los ateos se reafirmen en sus posturas, pero no para incitar a la cavilación o al debate.

A sí que, mientras los autobuses nos amenazan con este cruce de eslóganes existenciales, subversivos o fanáticos como graffitis, en las marquesinas posan anuncios que nos invitan a elucubrar, a soñar, que entretienen nuestra espera como una PSP o un periódico gratuito. El sexo es uno de los reclamos más evocadores. Anuncios de modelos en ropa interior templan a los estáticos pasajeros en las frías mañanas de invierno. Pero ahora hay otro cartel que también estimula la fantasía, que rapta la imaginación y se la lleva lejos, en concreto a Nueva York.

Desde antes de Navidad y hasta hoy, un perrito caliente, un sombrero o una zapatilla dibujada en una policromía warholiana nos empujan sutilmente, con el mensaje "nycgo.com", a coger un autobús que nos transporte, en realidad, a Manhattan. Estos anuncios son consecuencia de un acuerdo firmado entre la Empresa Municipal de Promoción de Madrid y la New York City Marketing Corporation.

El delegado de Economía y Empleo del Ayuntamiento de Madrid, Miguel Ángel Villanueva, está haciendo un gran trabajo publicitando nuestra ciudad en el extranjero, renovando la imagen de la capital y, mediante este convenio, consiguiendo que Madrid también sea anunciado en 60 marquesinas de Nueva York. Durante la Navidad incluso se repartieron paquetitos con 12 uvas para que los neoyorquinos recibieran el año nuevo como un auténtico español.

Ver Madrid promocionado en una parada de autobuses de Manhattan no es sólo un buen reclamo turístico para un norteamericano, sino un cálido guiño para los españoles que viven en la isla. Nueva York es la única metrópoli del mundo en lograr que un madrileño, una vez allí, conciba su ciudad como el extranjero. Acercarse a Manhattan, la capital del planeta, no es hacerlo al hermano mayor de Madrid que resultan Londres o París, sino al padre todopoderoso que, como deberían concluir los autobuses, se llama Nueva York.

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Estados Unidos es el país que más turistas aporta a Madrid. La crisis no ha mermado la afluencia de norteamericanos a la capital, cuya primera industria, según Villanueva, es el aeropuerto de Barajas. Pero la gran novedad es el incremento de madrileños viajando a la Gran Manzana. En el último año, debido a la devaluación del dólar y quizá también al interminable eco de Sexo en Nueva York, Manhattan se ha convertido en un destino recurrente potenciado por el boca a boca, por la oportunidad de traerse un iPhone y por el ansia de comprar en la tienda de Abercrombie & Fitch, donde la cola de entrada voltea la manzana.

Nueva York ya no resulta remoto o caro. Pero lo más importante es que hasta que no se visita la metrópoli insomne no se posee una completa referencia de nuestra ciudad. Madrid ha dejado de medirse con Barcelona e incluso está abandonando el espejo europeo; hoy nuestras grandezas y miserias se revelan cuando nos miramos en los escaparates de la quinta avenida. A Madrid llega Tiffany's, el brunch y las grandes nevadas; proliferan los rascacielos, los musicales y los suramericanos sirviendo en los Subways.

Cada vez es más necesario entender Nueva York para explicar esta villa. En Manhattan el madrileño puede sentir el placentero y a la vez cruel anonimato que experimentan muchos foráneos cuando se adentran en nuestra capital. En ocasiones las ciudades propias se comprenden viviendo otras. Observando Madrid cada vez se ve más Nueva York, y mirando Nueva York... cada vez se ven más madrileños.

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