Yo me como las eses
Mi padre nació en Burgos. Todo el mundo dice que somos dos gotas de agua, pero eso debe ser porque entre el norte y el sur hay más puentes de lo que suele imaginarse. A veces el norte y el sur son dos gotas de agua. Pese a que lleva viviendo en Granada más de 50 años, mi padre pronuncia muy bien las eses. De pequeño me acostumbré a observar las gaviotassss sobre el mar, las naranjassss locas en los jardines del Genil y los árbitros merluzosss en el campo de Los Carmenesss. Cuando maltrataban a mi equipo, la indignación de mi padre le hacía levantarse del asiento para llamarles merluzosss. Mi hija mayor y yo solemos calificar a los árbitros con otras palabras, pero no porque nosotros seamos de Granada y mi padre de Burgos, sino porque él es un señor mucho más educado que nosotros.
Como mi madre, mis vecinos, mis compañeros de colegio y mis hermanos se comían las eses, llegué a la conclusión de que mi padre tenía un acento particular, propio de la gente nacida en Burgossss. Esa característica no podía ser ninguna rareza, porque no iba yo a convertir a mi padre en un extraño. Hay gentes que convierten a sus padres, sus abuelos y sus monos en personajes extraños, para defender unas tradiciones naturales más bien jóvenes. Todas las tradiciones son jovencísimas si se comparan con la existencia del ser humano. Algunos descendientes de inmigrantes andaluces son tan vascos y tan catalanes que se permiten hacer chistes sobre el acento andaluz. Yo no podía hacer chistes sobre alguien que le llamaba merluzo al árbitro que pitaba contra el Granada en el estadio de Los Cármenes. Se trataba solamente de que había nacido en Burgossss.
Después me di cuenta de que el raro debía ser yo. Cuando mis primas de Madrid y mis primos de Barcelona vinieron a Granada, supe que les hacía mucha gracia mi manera de hablar. Igual que la Alhambra con sus maravillas árabes, que la pintura de los Países Bajos en la Capilla Real y las Inmaculadas de Alonso Cano, les llamaba la atención mi forma de comerme las eses. Ay, qué simpático era yo, con esa forma de responder a sus preguntas, y de contar las excursiones con mi padre a través de los paisajes nórdicos de la Sierra o los paseos con mi madre por la bocana del puerto de Motril, junto a un mar de color azul casi caribeño.
Cuando vino a visitarme mi tata Isabel, también me di cuenta de que había algo confuso en nuestra gracia. Yo quería de verdad a Isabel, una muchacha que me había cuidado en mis primeros años. Se echó novio, se casó, y lo sentí mucho. No porque estuviera en contra de su felicidad, sino porque ella y su marido se tuvieron que ir, muy lejos de mí, a trabajar a Cataluña. Algunos ricos de España piensan que el franquismo era un sistema cruel, porque no les permitía hablar en su idioma mientras se dedicaban a sus negocios. Algunos pobres consideran que el franquismo fue un régimen de ricos que les obligaba a emigrar de su tierra para ganarse la vida. Me sorprendió mucho que Isabel volviera con un acento esforzado, intentando pronunciar las eses de manera torpe y desvalida. Por lo visto y oído, su pronunciación natural le daba ahora vergüenza. Comerse las eses era signo de pobreza, de incultura, de escena chistosa.
Como entonces no había empezado a estudiar para ser poeta, no pude explicarle a Isabel que Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Rafael Alberti se comían las eses. En ocasiones he caído en la tentación de pensar que los andaluces somos los más plurales y los menos dogmáticos porque nos comemos las eses. Pero esa tentación la resuelvo acordándome de algunos andaluces poco recomendables y de amigos de otras tierras, que me han dado muchas lecciones de libertad. O de mi padre, que ahora les llama merluzosss a los desnortados del norte que hacen chistes sobre Andalucía.
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