_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Tontiploster'

A veces se ve salir de dos grandes bares, dos, cercanos a mi casa -uno de ellos el Philarmonic, donde a veces a la salida de El Periódico el difunto José Luis Martínez Ibáñez se paraba a tomar una copa, y si me veía pagaba la mía, en recuerdo de los tiempos en que fue mi jefe-, a señoras y señores acalorados y muy contentos, y todos llevan botas altas y pantalones vaqueros y en la cabeza un sombrero tejano de color blanco, signo inequívoco de lo que hacen: seguir lecciones de "country line dance", ese baile que se baila en hileras, con todos los bailarines ejecutando los pasos al mismo tiempo, todos mirando en la misma dirección, sin establecer contacto físico, y todos con las manos a la altura del cinturón, los pulgares alrededor de la hebilla (que me parece que para ir bien debe ser plateada y de tamaño ostentoso, y si es posible con un relieve de herraduras o de cabeza de búfalo). Vestidos de esta guisa taconean sobre el parqué y representan coreografías sencillas. A juzgar por sus sonrisas se lo pasan de miedo.

He comprobado que, en efecto, allí se dan lecciones de line dance. ¡Qué revelación turbadora! Me recuerdan una tarde gris de invierno a principios de los noventa en un arrabal de Bratislava. Se puso a llover, y buscando amparo del chaparrón entré en un gran restaurante donde habían arrinconado las mesas para que 50 parejas de eslovacos disfrazados de vaqueros -algunas de ellas con vestidos de florecillas del tipo de Laura Ingalls en La casa de la pradera- aprendiesen el country line dance, al son de la música del pavoroso Garth Brooks. Claro que allá la política brindaba una explicación evidente y sencilla para el curioso fenómeno: se trataba de un conjuro mágico, un baile ritual para comprometer al remoto dios de América, tierra de los libres y hogar de los bravos, tan prestigioso en los países bajo el yugo soviético; y las 50 parejas de eslovacos repetían los versos de John Denver: "Take me home, country roads, West Virginia...". "Caminos del campo: llevadme a casa, a Virginia del Oeste...". ¿Pero en Barcelona? Con todos los respetos, ¿a West Virginia, pudiendo ir a Aiguafreda? ¿Es que nos hemos vuelto todos tontiplosters?

Y ya que estamos en ello, ¿qué son los tontiplosters? Dice uno de ellos: "Los tontiplosters son una logia muy antigua, muy antigua, que fueron perseguidos en tiempos de los romanos por hacer muchas tonterías. Jugaban mucho a churro, mediamanga mangotero, y algunas briscas echaban también. Se habían juramentado para salvar la tontería del mundo: se consideraban el pueblo elegido para que las chorradas del mundo no se extinguieran". Así es como lo explica Carlos Areces, portavoz de la secta, durante un sketch hilarante del programa de Televisión Española Muchachada nui.

Entonces, le preguntan a Areces: "¿Pero tanto poder tienen los tontiplosters?". Y él, sintiéndose retado, contesta desafiante: "Mira: los boy scouts, que para ser francos, no los inventamos del todo los tontiplosters, pero mantenemos muy estrecha colaboración con su fundador, Baden Powell. El cubo de Rubik. Andorra. Los confetis. Los politonos. Las cometas... ¿Quieres que siga?".

No siguió, y ahora recae sobre nosotros la tarea de reconstruir el inmenso mapa de las realizaciones de los tontiplosters. A bote pronto se me ocurre que todos los bailes folclóricos, desde el line dance al aurresku (ése en que un sujeto con boina, vestido de blanco, da patadas al aire en las narices de Ibarretxe, que intercambia con él una mirada muy seria) son divertidos para quien los baila, pero desde fuera parecen parte del legado tontiploster. También las estatuas humanas de La Rambla, que hacen las delicias de los turistas. Y los "confidenciales" de Internet. Los autobuses que proclaman la existencia o la inexistencia de Dios. Los yoyós. Disneylandia. Las motos Harley-Davidson. Las instituciones, personalidades e ideologías en las que está usted pensando: sí, en efecto, ha acertado: son tontiploster. Y la tele, claro, salvo por esos chicos geniales de Muchachada nui, que vuelven, albricias, este mismo mes de enero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_