Estar dispersos
Andaba, allá por los últimos días del año pasado, el presidente Touriño por Madrid. Pidió más pasta (lo raro sería que hubiera pedido menos) por los gastos que ocasiona el bilingüismo. Y también pidió, junto a otros presidentes autonómicos, un plus por la dispersión de la población gallega. Resulta lógico: la Comunidad de Madrid o la catalana tienen dos ciudades gigantescas en las que vive la mayoría de la población y por eso tienen más fácil acceso a sanidad, educación, medios de transporte y demás servicios públicos. Aquí nos tenemos que arreglar de otra manera para sobrevivir. La población gallega vive dispersa y no se puede abandonar a la gente a su suerte si no vive en Urzáiz o en el Cantón Grande. Esta dispersión es una seña de identidad y convierte en un trabajo de titanes trazar mapas de carreteras fiables y actualizar el GPS, que con la AP-9 no tenemos suficiente para ir de un sitio a otro.
Hasta la congénita desconfianza de los gallegos tiene su origen en que vivimos esparcidos
Es por ello que preguntar a los nativos cuando se viaja por carreteras secundarias se hace casi imprescindible y todo el mundo tiene alguna historia que contar al respecto. Una de las respuestas más tópicas y celebradas es la que recibieron los chicos de Os Diplomáticos de Monte Alto cuando viajaban en furgoneta desde Ourense hasta Malpìca. En un momento dado tuvieron dudas sobre el trayecto a seguir y pararon a preguntar a un paisano quien, después de pensárselo dos veces, respondió: "Para Malpica, para Malpica... e logo ¿de onde veñen vostedes?". Para cualquier no gallego resulta casi surrealista preguntar el origen para indicar el destino pero aquí es lo habitual y aún así nos sigue haciendo gracia a nosotros mismos. A pesar del chiste argentino sobre los gallegos (ése de que el Día del Gallego es el día menos pensado), la verdad es que todo en Galicia tiene alguna explicación lógica y, a pesar del tópico de responder con preguntas, indagar sobre el punto de origen del viajero para guiarle no podía ser menos.
Nos lo aclaraba el otro día Leandro Sánchez, un conocedor en profundidad de todo el territorio, desde A Guarda hasta Ribadeo. Resulta que esa respuesta-pregunta tiene su origen en la dispersión de la población. Muchos gallegos viven en sitios por donde no pasa casi nadie y eso se acaba haciendo aburrido. Si alguien para y pregunta, contestar breve y concisamente es perder una oportunidad de conversación única que anime la soledad cotidiana. Al mismo tiempo, preguntar al viajero que de dónde viene es una información necesaria para apaciguar nuestra también congénita desconfianza. En realidad, lo que se pregunta es "¿qué carallo hace usted aquí?" y la prolongación de la conversación aparentemente banal, permite estudiar datos como el rostro del conductor (que es el espejo del alma), el número de ocupantes del vehículo, si tiene la pegatina de la ITV... En, fin, todo un informe completo sobre las intenciones del forastero. La desconfianza tiene, por consiguiente, también su origen en la dispersión. (Una vez roto el hielo, el nativo puede llegar a invitar a comer y beber al extraño porque ya le ha catalogado gracias a la información obtenida. Pero eso es otra historia.)
Y podemos estar dispersos, pero no ser dispersos: nada es gratuito en una conversación como los cientos o miles que deben producirse cada día en nuestras carreteras. En otros lugares del mundo no hay dispersión; como en Gaza, donde la gente vive hacinada y, aunque desconfía de los aviones, no les preguntan de dónde vienen porque ya lo saben. Nosotros vivimos esparcidos por cuatro provincias y tenemos otras necesidades dado que, por ahora, nadie nos bombardea (aunque, bien mirado, podíamos volar Monte Gaiás antes de que nos arruinemos). Se supone que todos los candidatos a la Presidencia de la Xunta quieren lo mejor para el país, así que el análisis de don Leandro habrá de ser tenido en cuenta a la hora de elaborar los presupuestos y sablear a Moncloa. Muchos pueblos de Galicia son estación término -no son de paso, vaya- y, si pretendemos seguir viaje, hay que darse la vuelta. No sin antes haber dejado nuestros datos y habernos bebido unos vinos con los nativos, por supuesto.
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