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Columna
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Pan y libertad

Este año que amanece se cumplen 40 del espectacular éxito mundial que un joven de Granada cosechó en el mundo entero cantando el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. El Himno a la alegría llegó a la vida de Miguel Ríos en un momento decisivo de su carrera artística.

Tenía en su cartera docena y media de discos. Ya era una figura nacional. Disfrutaba del triunfo de una hermosa canción escrita por él, Vuelvo a Granada. Había dejado atrás una etapa convulsa. Iniciaba el camino definitivo de su dilatada y exitosa carrera.

En los últimos días de diciembre de 1968, entrevisté a aquel joven rockero granadino para una mítica revista de la época, Mundo Joven (MJ). Hermana menor de Triunfo, el semanario de la izquierda antifranquista en los años sesenta, MJ pretendía aportar algo más que simples cotilleos musicales de las incipientes estrellas del pop rock nacional.

Miguel me habló de las principales preocupaciones que sentía, fuera del terreno musical. Defendía una buena política social que hiciera posible que todos tuvieran "unos mínimos vitales para continuar por la vida con decencia, como una verdadera persona". En fin, pedía trabajo para todos.

Cuarenta años después, Miguel Ríos ha editado un nuevo disco, Solo o en compañía de otros. Si no me fallan las cuentas, el número 46. Tantos como años lleva en el oficio. Escribe Miguel en la presentación de este nuevo trabajo: "Lo he hecho para ganarme el cariño de la gente, el pan y la libertad".

Hay quienes opinan que ser fiel a las propias ideas no tiene ni gracia ni sentido. Lo leía en este periódico hace unos días. Pareciera que ser fiel a determinados principios es cosa pasada de moda. No lo creo. Hay principios inamovibles. Miguel Ríos los recuerda: el trabajo, el pan, la libertad, el derecho a una vida decente.

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También parecen inalterables los grandes problemas que azotan al mundo. Hace 40 años, en aquella revista juvenil, se citaban los tres principales que acechaban al nuevo año, 1969: la guerra de Vietnam, el conflicto de Oriente Próximo y el paro. Cambien Vietnam por los vecinos Irak y Afganistán y se encontrarán ante el mismo desolador futuro.

En España, tres millones de parados se enfrentan a un año incierto. De ellos, más de 700.000 son andaluces. El 18% de su población activa. Una bomba de relojería.

El rockero granadino, conferenciante estas pasadas navidades de una singular Escuela de ciudadanos, resaltaba además la amenaza que se cierne sobre los más desfavorecidos: se pretende bajar impuestos y abaratar el despido para salir de una crisis provocada no por los sufridos trabajadores, sino por un puñado de banqueros y financieros a los que perdió su incontrolada avaricia. Quieren que paguen los de siempre, los que están abajo.

¿Fiel a los principios? Pues sí. Y agitadores de una sociedad adormilada en la que, como señalaba hace unos días el rockero granadino, "damos más valor y notoriedad a las vidas y milagros de un puñado de juguetes rotos y famosos sin causa, que a la de miles de ciudadanos que, de forma voluntaria, se juegan la vida ayudando a otros seres humanos más desfavorecidos en los conflictos olvidados de medio mundo".

Conflictos como el que estos días tiñe de sangre inocente nuestras pantallas: una vez más, el ejército israelí machacando a mujeres, niños y ancianos palestinos ante la pasividad cómplice de la mal llamada comunidad internacional. Como hace cuarenta años.

Pero algunos seguiremos fieles a los principios. Seguiremos pidiendo pan y libertad. Y soñaremos, como soñaba Miguel en aquel Himno a la alegría, con un nuevo sol, un mundo en el que "los hombres volverán a ser hermanos". Ese mundo, a pesar de todo, es posible.

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