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Columna
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La Unión Europea que nos espera

El Consejo de Ministros del próximo viernes día 16 abordará el programa de la presidencia española de la Unión Europea que nos corresponde el primer semestre de 2010. Ahora, concluida la presidencia francesa que tanto ha movido Nicolás Sarkozy, acaba de empezar el turno del checo Vaclav Klaus, y debemos prepararnos a padecer. Ya en las vísperas de estrenarse tuvo la delicadeza de grabar la entrevista que mantuvo en el Castillo de Praga con el presidente y otros dirigentes del Parlamento Europeo. Enseguida ha procedido a retirar la bandera de la Unión Europea de todas las instituciones públicas de su país. Desde entonces, todas sus manifestaciones han ido en la dirección del euroescepticismo.

Acaba de empezar la presidencia del checo Vaclav Klaus, y debemos prepararnos a padecer

Recordemos que las instituciones no permanecen inalteradas con el paso de las personas que pueden añadir o sustraer valor a las mismas. La monarquía española registró la diferencia entre Carlos III, Carlos IV o el felón de Fernando VII. La presidencia del Gobierno acusó las diferencias entre Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar y tampoco la Guardia Civil resistió impasible los latrocinios de Luis Roldán. Al Reino Unido le añadió valor la premier Margarita Thatcher; a la República Federal de Alemania, el canciller Helmut Schmidt y a Austria, Bruno Kreisky. En sentido contrario, puede señalarse a John Major, a Kurt Waldheim o a Silvio Berlusconi. Sus países les sobreviven pero dejan la marca de la erosión causada.

Así sucede también en la Unión Europea, donde la presidencia de algunos líderes ha sido un activador que ha brindado posibilidades a la Unión de funcionar como un actor decisivo en la escena internacional y de aportar iniciativas relevantes frente a la actual crisis económica. Nuestro checo de ahora mismo se presenta desde el inicio de sus responsabilidades en el polo opuesto. Se prefigura como una penosa pérdida de tiempo en un semestre que se inaugura atizado por graves problemas como la guerra de los israelíes en Gaza, los desastres de Irak y Afganistán, las estafas de Wall Street o la vulnerabilidad del abastecimiento de energía. Cuestiones que a todos convendría enfrentar con más Europa y que reclaman para ello la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, pendiente aún del nuevo referéndum irlandés y de la ratificación última de Polonia y Chequia, que andan empeñadas todavía en la martingala de posponer su última firma a la decisión de Dublín, cuando tanto contribuiría que la anticiparan para favorecer el voto de los irlandeses.

Sabemos que ni el fervor, ni el entusiasmo, ni el crecimiento económico siguen la curva del progreso indefinido en contra de lo proclamado por Cristóbal Montoro en sus tiempos de ministro de Economía, cuando declaró abolidos los ciclos de vacas gordas y vacas flacas, que aparecían en los sueños del faraón y fueron interpretados con tanto acierto por José, servidor de su casa.

Pero cuánta diferencia entre las actitudes de España y Portugal, al adherirse el 1 de enero de 1986 a las Comunidades Europeas, y las de Chequia y Polonia cuando llegaron en 2004 a la UE. Los países ibéricos, dieron un mentís a los recelos, se convirtieron en locomotoras del nuevo europeísmo, se apuntaron a todos los proyectos, colaboraron en todos los tratados, formaron parte de todas las cooperaciones reforzadas, cumplieron todos los criterios para incorporarse a la moneda única, propusieron iniciativas valiosas, como la de los fondos de cohesión o la ciudadanía europea, y supieron emplear con eficiencia las ayudas recibidas en aras de un desarrollo ejemplar en la construcción de infraestructuras, en la transformación de la industria subsidiada en otra competitiva o en la modernización de la agricultura. En definitiva, la adhesión, sobre todo la de España, ha sido una historia de éxito, que ha merecido admiración frente a la inercia inexplicable advertida en cualquier pasada por Grecia o por Sicilia.

En Chequia y en Polonia hubo desencanto desde la primera hora de su incorporación a la Unión Europea, cultivo de desconfianzas, alineamientos preferentes con Washington en detrimento de Bruselas, entreguismo a los intereses norteamericanos para la instalación de radares y misiles sin validez estratégica y pura señal de sometimiento político.

La nueva sombra rusa, de Putin en adelante, les ha devuelto el miedo a las incertidumbres. Después de Praga, el segundo semestre de 2009 será la presidencia sueca y el 1 de enero de 2010 llegará el presidente Zapatero, al que le habría nacido una nueva pasión internacional, que ayer parecía desmentida con la cancelación de la visita a Siria. Atentos.

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