Ejercicios de agüero
Hablar del año que ahora empieza resulta mucho más difícil que hablar del año que termina. Siempre es factible historiar, pero siempre es complicado predecir. Los economistas, los politólogos, los analistas y, en fin, los que escribimos, no somos más fiables que los augures romanos, aquellos individuos que destripaban un animalillo y anticipaban la suerte de una batalla. Los augures romanos sabían lo que se hacían, no como las agencias financieras de calificación, que denominan "revisar las previsiones" a lo que el pueblo llano denomina, cuando es fino, meter el zanco hasta el final.
La prospectiva no ha ido más allá de la adivinación. Cuántos sabuesos no olfatearon que al innoble muro berlinés le quedaban cuatro días. Ahora afirman sin embargo que el capitalismo se derrumba, pero asombrosamente los supermercados siguen abiertos. Joseph Stiglitz, por ejemplo, ha dicho que el capitalismo está en las últimas. Claro que esa es otra de las ventajas de la prospectiva: los errores salen gratis. Esa certidumbre nos permite transitar con alegría por el párrafo siguiente.
Estos comicios tienen una encantadora novedad: no se sabe quién va a ganar
De 2009 se dicen cosas tan terribles que, sinceramente, la realidad no puede ser tan mala. Como indican los economistas, ya hemos descontado el peor escenario, de modo que cualquier constatación vagamente positiva (por ejemplo, que no se caiga el mundo) será tomado con ilusionada incredulidad en las cancillerías y en los bares. Al pairo de la crisis, se intenta resucitar la momia revolucionaria, pero los más realistas se limitan a revisar la ventilación asistida de John Maynard Keynes.
No hay duda de que 2009 va a ser duro, pero como todos adelantan que va a ser más duro que todos los años duros, seguro que sorprende, en términos relativos, su blandura. Personalmente opino que no va a haber en el paisito ni hambrunas ni epidemias ni pillajes ni revueltas. Lamento un pronóstico tan reaccionario, pero esta es la primera predicción.
No obstante, en Euskadi la economía representa una inquietud secundaria. Estamos persuadidos de que la riqueza es lo normal y por eso, en el paisito, liberamos tiempo para la alta política, ese divertimento de pueblos satisfechos. El lehendakari avanza que las elecciones autonómicas se celebrarán el 1 de marzo y en esta ocasión los comicios cuentan con una novedad encantadora: no se sabe quién va a ganar.
La partida adquiere perfiles inéditos. Una derrota del PNV comportaría una metamorfosis de dimensión desconocida, con renovación de candidatos, discursos y estrategias. Pero la inercia de su consolidada hegemonía puede obrar como muro de contención final. El PSE transita por la senda promisoria de la victoria posible y el PP se encuentra ante un escenario inesperadamente cómodo. El PP no va a ganar, pero no lo necesita: ayudar al PSE en el desalojo del nacionalismo del poder no le supone, ante su electorado, el más mínimo costo. En los puestos inferiores de la tabla reina el desconcierto: EA se lo juega todo a una carta improbable, y Aralar busca sobrevivir aireando frente a Ezker Batua el papel de izquierda necesaria. La predicción electoral comprende tres posibilidades: una unión de hecho entre socialistas y populares; una relación polígama entre el PNV y los partidos minoritarios; y un tradicional matrimonio entre el PNV y el PSE. La viabilidad de cada una de esas opciones pasa por la distribución final de los escaños.
Posiblemente las matemáticas, y no la voluntad política, decidirán la combinación final. Pero como esto va de predicciones aquí se ofrece la segunda: una posible reedición de la antigua fórmula de acuerdo entre el PNV y el PSE. Lo que nos llevaría a pronosticar el futuro de algunas personalidades políticas concretas. Pero, en ese caso, ni siquiera Stiglitz iba a fallar.
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