ERE
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. [...] Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia". Lo recuerdan, supongo: el monólogo final del replicante, en Blade Runner. Monólogos parecidos, seguramente menos cósmicos, quizá más impresionantes, podrían declamarlos muchos de los acogidos al expediente de regulación de empleo (ERE) de Televisión Española. Rosa María Calaf, por citar un nombre, llenaría un libro. Ha visto cosas que ustedes no creerían. Y, sin embargo, es imposible no creerla. Calaf, que tiene 63 años, y otros prejubilados de gran calibre, eran una garantía. Eran periodismo en palabras mayores. Gente prescindible, según parece.
No, Rosa María Calaf es imprescindible. Se la puede sustituir, por supuesto, y con garantías. Rosa María Molló, que estaba en Nueva York y se desplaza al puesto cubierto hasta ahora por Calaf, y Gemma García, que pasa de Roma a Nueva York, son periodistas estupendas. TVE dispone de una buena escuela. Pero ya no estará Calaf, y no será lo mismo: no serán sus ojos los que habrán visto.
Es ley de vida, es la crisis, es todo eso. Se comprende. Como pueden imaginar, el ERE de RTVE no será el único. La reconversión apenas ha comenzado. Cerrarán medios, surgirán otros, miles de dramas personales arderán y caerán en el olvido, como ardieron y cayeron los dramas personales de la metalurgia, los astilleros. Una tragedia es un dolor extremo, una vida, un modelo de la existencia. Mil tragedias son un simple episodio económico.
Conviene recordar, sin embargo, que no es lo mismo un televisor coreano que una crónica coreana. Y no es lo mismo la voz de Rosa María Calaf que una broma del Follonero. La broma del Follonero, necesaria, divertida y más rentable que cualquier noticia, sólo es saludable cuando disponemos de alguien que nos cuenta lo que no es broma. No estoy seguro de que los empresarios quieran distinguir entre una cosa y la otra.
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