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Reportaje:SILLÓN DE OREJAS

Volando con mi vampira

Manuel Rodríguez Rivero

Escapo por los pelos de una Nueva York bloqueada por la nieve y empapelada con los anuncios de las rebajas con que los grandes templos del consumo -de Macy's a Saks Fifth Avenue, de Bloomingdale's a Lord & Taylor- intentan aliviar a última hora el impacto de una crisis que también se nota en el corazón financiero del Imperio. Mientras esperamos el permiso para despegar y me preparo para el largo viaje rescatando en mi iPod la música que he copiado del cedé incluido en La voz de los flamencos (Miguel Mora, Siruela), observo de reojo los libros que han extraído de sus mochilas mis dos vecinas norteamericanas, una madre aún joven y de aspecto intelectual y deliberadamente descuidado, y su (imagino) hija adolescente y dentona. Los dos libros me pongo a divagar sobre ellos distrayendo mi atención de los codificados gestos (que en su displicencia resultan vagamente eróticos) con los que el "personal de cabina" nos señala salidas de emergencia y otros elementos que, sobrevenida la ominosa eventualidad, se revelarían probablemente inútiles. El libro de la madre es la edición norteamericana de 2666, de Roberto Bolaño. Se me ocurre -sin restarle mérito a la inclasificable novela- si en su apabullante éxito "de culto" en EE UU no tendrá también algo que ver el hecho de que recientemente se haya hecho cargo del estate del chileno el agresivo y bien relacionado agente Andrew Wylie. El libro de la joven es aún más "de libro": Breaking Down (Amanecer), la última entrega de la saga Crepúsculo (Alfaguara Infantil). Me pregunto qué habremos dado de comer (intelectualmente hablando) a los jóvenes para que se entreguen fascinados (y en masa) a este nuevo avatar de una historia inmortal de amor y sacrificio (como en Romeo y Julieta) protagonizada ahora por adolescentes enamorados de vampiros y licántropos sufrientes. Quizás sea que la realidad apeste hoy más que nunca. ¡Ah, la literatura!, me da tiempo a exclamar mentalmente mientras la melatonina hace su somnoliento trabajo, la voz de hierro viejo de Pepe el de la Matrona me trae un recado de La Habana y siento en el cuello el cálido aliento de una atractiva vampira dnto de una atractiva vampira de mediana edad y aspecto intelectual y deliberadamente descuidado.

Críticos

Puedo estar de acuerdo con los críticos en que El intercambio, penúltimo trabajo de dirección de Clint Eastwood (Gran Torino se estrenará pronto), es una película "menor" dentro de su obra. Siempre y cuando consideremos, por ejemplo, "menor" al Persiles respecto al Quijote, o a Billy Budd referido a Moby Dick. En todo caso, cuando leo ciertas críticas (literarias, cinematográficas o de arte) no puedo librarme de la convicción de que quienes las escriben se muestran a menudo más interesados en describir la obra o descubrir su sentido oculto que en formular un juicio acerca de su valor y de la adecuación entre el resultado y los medios empleados para obtenerlo. Y, si no recuerdo mal, el significado que deriva de kritikós -y así solía usarse antes del apogeo ideológico del relativismo- tiene mucho que ver con esa capacidad de emitir juicios, de valorar, de "mojarse", que se le supone a quien formula la crítica. En este país siempre ha existido excesivo compadreo entre críticos y criticados: no es que en otros no existan lealtades, compromisos, deudas que pagar o venganzas que saborear, pero aquí unos y otros coinciden demasiado en cócteles, estrenos y vernissages, lo que a menudo convierte esas relaciones en particularmente incestuosas, aproximando la crítica (en el peor de los casos) a la propaganda encubierta o a la glosa buscada por los departamentos de mercadotecnia. Y es normal: cada vez está todo más relacionado y, por ejemplo, los propietarios de los periódicos lo son también con frecuencia de editoriales o productoras cuyos libros o películas son reseñados en sus páginas, lo que dificulta y compromete aún más la tarea del crítico, aunque no tiene por qué hacerla imposible. En todo caso, y esté o no siempre de acuerdo con ellos, estimo a los críticos que se mojan, como me ocurre, por ejemplo, con el señor Boyero, de quien ahora me acuerdo porque acabo de leer su breve -pero apasionado- prólogo al ensayo de Richard Klein Los cigarrillos son sublimes (Turner). Me dicen, además, que tras leer el libro en cuestión, "más terapéutico que provocador", el crítico decidió dejar de fumar, de lo que me congratulo. Aunque lo cierto es que Klein -también él un antiguo fumador encadenado-sólo pretendía construir una elegía al cigarrillo, ese pequeño y dañino tótem -puro humo, diría Cabrera Infante- cuyo poder evocador y sugerente fue una constante en el cine clásico hasta los años setenta (cuando en las películas ya sólo fumaban los villanos, las putas y los perdedores). Turner ha hecho bien rescatando un estupendo libro que publicó hace quince años Tabapress (¡una editorial de Tabacalera!), y que entonces pasó sin pena ni gloria (ni apenas críticas).

Editores

Ya queda poco tiempo (y aún menos oportunidades) para que finalice lo que el futuro podría considerar un annus horribilis de la edición española, al menos desde el punto de vista de sus instituciones. En enero debería quedar despejada definitivamente la identidad del próxi de Gremios de Editores de España (FGEE) e iniciado un proceso de profunda reestructuración funcional y estatutaria, pero, tal como van las cosas, parece más probable que un camello pase por el ojo de una aguja, según la incorrectamente traducida (pero enormemente expresiva) comparación atribuida a Mateo (19:24). Mis topos en Madrid y Barcelona me informan de que las reuniones previas han terminado como el rosario de la aurora, y de que el Gremio de Madrid -al que le corresponde en esta ocasión proponer candidato- se muestra profundamente dividido, lo que no favorecería precisamente el apoyo de los otros en un sector donde la territorialización y las cuotas mandan demasiado. Si no se pone remedio, la falta de consenso y el recelo entre los representantes de los grupos editoriales más poderosos podrían provocar una situación de interinidad que obligaría a medidas excepcionales, incluyendo la prórroga de la actual Junta Directiva o la creación de una comisión gestora interina en la que -no nos engañemos- el impasse podría continuar. Me atreví a apuntar hace algunas semanas que entre los miembros de la FGEE abunda el talento y la capacidad de gestión; lo que parece que falta es sentido político (que a veces coincide con el común) y cierta generosidad para priorizar los intereses colectivos. Sobre todo cuando la panoplia de problemas a la que hacer frente se anuncia compleja: reforma de la Ley de Propiedad Intelectual (digitalización, copia privada), análisis de la situación de la distribución (este año cayeron varias empresas), promoción del libro en tiempo de crisis, etcétera. En fin: ellos verán lo que hacen, que ya son mayorcitos.

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