También hay buenas noticias
No todo lo que nos sucede es malo, ni tampoco es inevitable el apocalipsis. Estamos ante una situación difícil que impedirá un crecimiento positivo el próximo año, pero entre las noticias de las últimas semanas hay algunas que son positivas y que nos ayudarán a atravesar el desierto.
Empecemos por la más importante a corto plazo: la moderación de los precios en los últimos meses ha sido espectacular, ya que hemos pasado del 5,3% de julio al 2,4% de noviembre. Las causas de la desaceleración son variadas y, de una u otra forma, están relacionadas con la crisis. La primera de ellas es la caída de los precios del petróleo desde los 150 dólares por barril a mediados de año hasta los 50 actuales. Es posible que este nivel no se mantenga en los próximos meses; los expertos piensan que el precio podría quedarse en el entorno de los 70 dólares por barril, lo que nos haría volver a la situación de 2006.
Los principales problemas que nos aquejan se resolverán mejor sobre la base de un amplio consenso
La caída de los precios de la energía está ligada a la reducción de la demanda mundial como consecuencia de la crisis económica. Para España, la bajada es una noticia mejor que para nuestros vecinos, pues dependemos más que ellos del petróleo. Puede estimarse que la subida de este año ha significado para la economía española una carga del orden de dos puntos de PIB, por lo que la bajada hasta una media de 70 dólares por barril tendría un efecto simétrico, sólo que esta vez sería positivo, al que habría que añadir la caída del resto de las materias primas.
La segunda buena noticia es el descenso de los tipos de interés. Este año, el aumento ha tenido una incidencia del orden de un punto de PIB sobre empresas y familias, por lo que el descenso actual si, como es previsible, continúa a lo largo del año que viene, proporcionará un alivio a la carga de endeudamiento que soportan las familias cuya deuda hipotecaria está en su casi totalidad indiciada sobre el Euríbor.
También es previsible que las dificultades actuales de financiación para las empresas se suavicen, aunque pasará tiempo antes de que se recupere la normalidad financiera, tanto en España como fuera de ella. Como nuestra economía está muy endeudada, dependemos más que el promedio de la financiación exterior. El problema es que el descenso de los tipos de interés se verá frenado, especialmente para las empresas, por el aumento de las primas de riesgo. En este sentido, la noticia publicada hace unos días, según la cual el Banco Central Europeo podría estar considerando garantizar las operaciones del mercado interbancario en la zona euro, es ciertamente alentadora y lo único que cabe añadir es que debería haberlo considerado hace ya tiempo. Sería una contribución de primera magnitud para resolver el problema de la desconfianza entre entidades y, por ello mismo, un paso muy importante para restablecer los flujos normales de liquidez del sistema.
Estas noticias, con ser esperanzadoras, no hacen desaparecer las otras como, por ejemplo, los efectos del derrumbe de la construcción, que restará varios puntos de PIB el año próximo, o la incidencia sobre la actividad económica de la parálisis del crédito. Una crisis no es un proceso en el que todas las tendencias se vuelven depresivas, sino, más bien, un entreverado de tendencias, unas positivas y otras negativas, que se entrecruzan entre sí y cuyo resultado final depende en parte de acontecimientos exteriores, en parte de la política económica y en parte de los comportamientos de los agentes sociales, familias y empresas. Si cunde la desconfianza, si las familias aumentan su tasa de ahorro y reducen el consumo, las consecuencias de la crisis serán más serias que si la confianza se restablece y el consumo vuelve a sus cauces normales. Lo mismo sucede con las empresas. No quiero decir con ello que debamos caer en un optimismo sin fundamento simplemente porque estamos en navidades. Lo que procede es mirar hacia adelante con la mayor objetividad. El futuro depende en parte de lo que nos venga de fuera, pero en gran medida y, desde luego a largo plazo, depende de nosotros mismos.
En este tiempo de sosiego y reencuentros familiares tal vez no sea demasiado pedir al Gobierno y a la oposición que hagan un esfuerzo por entenderse. Los principales problemas que nos aquejan, económicos, políticos y sociales, se resolverán mejor y más rápidamente sobre la base de un amplio consenso. Veremos si es posible alcanzarlo.
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