De Yellowstone a Doñana
Si ellos tienen el Parque Yellowstone, nosotros tenemos el Parque Nacional de Doñana. Si ellos tienen las Montañas Rocosas y el río Hudson, nosotros tenemos Sierra Morena y el Guadalquivir. Entiéndase por "ellos", naturalmente, a los norteamericanos, a la industria del cine y el espectáculo estadounidense. Y por "nosotros", al esforzado cine español, a la industria de animación patria, empeñada en hacerse cada fin de año con un trozo del inmenso pastel navideño de la taquilla, verdadero oro en tiempos de vacaciones infantiles. En definitiva, si ellos convirtieron en universalmente conocida una reserva natural gracias a las aventuras del oso Yogui y su apesadumbrado amigo Bubu, ¿por qué no íbamos nosotros a hacer lo mismo gracias a una especie tan autóctona como el lince ibérico? Al menos así se lo han propuesto Antonio Banderas, desde su apadrinamiento, y Manuel Sicilia y Raúl García, desde la dirección, con la meritoria película de animación infantil y trasfondo ecológico El lince perdido, la odisea de un ejemplar en peligro de extinción, ambientada a lo largo y ancho del mayor espacio protegido natural de Andalucía.
EL LINCE PERDIDO
Dirección: Manuel Sicilia y Raúl García.
Género: animación. España, 2008.
Duración: 100 minutos.
Película de aventuras en toda regla, aderezada con unas gotas de drama carcelario clásico en su primer acto, El lince perdido sorprende desde el inicio por su facilidad para desmontar estereotipos. En la órbita desmitificadora del último cine de animación, como ese ogro Shrek que no es capaz de asustar ni al más ingenuo de los niños, el protagonista de la película de Sicilia y García es un miembro de una especie en peligro de extinción que, sin embargo, tiene una enorme facilidad para caminar en el alambre de lo accidental y una proverbial incapacidad para procrear. El lince perdido, lejos de ser un héroe, es un pazguato con verdadera mala suerte. Como mandan los cánones, los responsables de la película colocan a su alrededor un ejército de secundarios muy efectivo, en el que no faltan los bufones de turno (un camaleón con problemas de camuflaje), el malvado sin aristas, y el inicial personaje contradictorio (de reminiscencias bíblicas) que encontrará finalmente la redención. Y, como también parece norma en el último cine de animación, las referencias cinéfilas vuelven a ser habituales, como esos sombreros de papel de plata recién llegados de Señales. Aunque, para referencia, nos quedamos con ese mito de la cultura popular española que es El hombre y la tierra, al que se homenajea de forma desternillante con el famoso vuelo del águila real y la cabra montesa, al ritmo de la inolvidable música de Antón García Abril.
Puede que al tramo intermedio le sobren un par de persecuciones, lo que hubiese aligerado un metraje desproporcionado, pero García, con experiencia como animador en tótems como El rey león, Aladdin y El jorobado de Notre Dame, y Sicilia, que ya en 1996 había creado una pequeña joya de la animación playStation en su corto Estrecho adventure, han compuesto una dignísima película animada, candidata al Premio Goya de su categoría.
Babelia
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