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Tribuna:LA SITUACIÓN DEL PAÍS VASCO
Tribuna
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Esos niños y niñas vascas del futuro

Mañana, miles de familias vascas nos reuniremos en torno a los actos familiares que con motivo de las fiestas navideñas organizamos con mayor o menor implicación emocional o religiosa. Miles de vascos nos emocionaremos encontrando a los nuestros muy cerca o, si eso ya no fuese posible, añorándolos desde el cariño y el dolor de no tenerles a nuestro lado. Pero, desgraciadamente, en este nuestro país no puedo dejar de recordar, y más en estas fechas, que aún quedan un buen puñado de familias que sufren la añoranza incomprensible, irreparable, de aquello que más querían porque los terroristas le privaron de su compañía de la forma más abrupta y más dolorosa.

En este país, que se ubica en los listados de los más desarrollados de Europa y donde vivir es tan bonito a pesar de la violencia que nos asola y acecha, hoy, como siempre, pero hoy más intensamente, pienso emocionada y enrabietada que innumerables familias vivirán los momentos íntimos y de emoción familiar acompañados de escoltas y guardias personales. Momentos privados de amor y cariño bajo la atenta mirada de aquéllos que intentan evitar que haya más ausencias irreparables.

Los ojos de todos esos niños me dicen que otra Euskadi es posible. Y que lo será en democracia
Innumerables familias vivirán los momentos de emoción familiar acompañados de escoltas

En este país, donde la calidad de la democracia se mide en unos términos ajenos a la falta de libertad y seguridad que tienen la mayoría de sus ciudadanos, hoy recuerdo y lloro indignada, especialmente en estas fechas, sabiendo que hay cientos de niños para los que las fiestas navideñas no son las de todos los niños: niños que nacieron vigilados por extraños, que crecieron escoltados, que nunca fueron tres días seguidos al mismo parque, que nunca dicen en qué trabajan sus padres o lo que es peor, que por eso nunca querrán ser lo que son sus padres. Niños y niñas que son seguidos hasta el colegio, o vigilados desde el mismo, para matar a sus padres. Niños que sencillamente ya no tendrán padres. Niños que en Mondragón, muy cerca de Azpeitia, con mirada atenta y viva -sin parpadear- y con sólo cuatro años vieron cómo su padre se desangraba tras descerrajarle un asesino etarra cinco tiros en la puerta de la casa familiar, ante los gritos de dolor y la incomprensión de su madre y hermana.

Esos niños y niñas formarán parte de la generación de vascos y vascas que garantizará el progreso y el desarrollo de nuestro país en el futuro. Pero ¿quién se acuerda de estos niños? ¿Qué pasará con estos niños cuando, desde la madurez, observen las dudas y matices que los que somos responsables de garantizar su infancia ponemos a nuestro comportamiento moral y político ante su sufrimiento y el de sus familiares? ¿Qué influencia tendrá en el porvenir de nuestro pueblo vasco el hecho de que hayamos pasado de puntillas y mirado para otro lado, mientras niños de ese porvenir ven pervertida y destrozada su infancia por la falta de libertad?

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Alguien deberá explicar a esos niños, a los que nos encomendamos en días venideros, por qué ellos y su niñez, por qué ellos y su crianza en democracia, no estaba entre las prioridades de los gobernantes, por qué ellos, sus padres y los escoltas de sus padres tenían que ser ocultados dentro del paisaje y paisanaje de su pueblo, el vasco. Algunos deberán darles las explicaciones oportunas a por qué se pone límites territoriales a la dignidad política y moral, por qué su padre no fue igual que el otro padre. Por qué Mondragón no fue igual que Azpeitia. Por qué no pudieron hablar de sus padres. Por qué debieron incluso ocultar a sus padres.

Pero, tras la reflexión emocionada y quizá subjetiva, me queda la esperanza. La esperanza que me ofrecen esos ojos infantiles a los que me he referido. Esos ojos de todos estos niños que crecen y se hacen mayores sufriendo la violencia terrorista, sea de una u otra forma. Esos niños que maduran en Euskadi sin los derechos humanos básicos a la vida, la libertad, la seguridad y el derecho a una infancia digna, sin derecho a la alegría. Los ojos de todos esos niños me dicen, además, que otra Euskadi es posible. Y que lo será en democracia.

Los ojos vivos y despiertos de Adei, Iosu, María, Patricia, Allende, Sara, Goizane, Clara, Celia, Ander, Raúl, Andoni, Irene... y tantos y tantos niños vascos que sufren en silencio la soledad injusta de ser y sentirse diferentes, son, en todo caso, los ojos expectantes y ansiosos de la paz, la libertad y la justicia que pedimos muchos ciudadanos vascos.

Finalizo ya. A toda la ciudadanía vayan mis mejores deseos en estos días. A todas las víctimas del terrorismo, además, mi reconocimiento y agradecimiento personal y político. Y, a ellos, a esos niños y niñas, mi recuerdo emocionado y mi amor incondicional.

Rafaela Romero es presidenta del Parlamento foral de Guipúzcoa.

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