Los expertos denuncian el abandono que sufren los alumnos hiperactivos
Un manual para docentes dice que el 5% de los niños españoles padece este trastorno
"Llegué a pensar que era tonto. Y lo peor: me llevaban de médico en médico y nadie era capaz de diagnosticar lo que me pasaba". Es la amarga experiencia de Mario Lázaro. Tiene 19 años y padece el síndrome TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). Es un hiperactivo, por decirlo con el desparpajo con que se expresa la gente. Sin tratamiento, estaba condenado al fracaso y, quizás, a la marginalidad social. Hoy, bien diagnosticado, Mario Lázaro es un brillante estudiante de Ingeniería de Minas, tiene novia, se relaciona bien con los amigos y estudia sin problemas, aunque ayudado por la eterna pastilla. En torno al 5% de la población infantil española padece TDAH, según los expertos reunidos por la editorial LoQueNoExiste en el libro Hiperactivos. Estrategias y técnicas para ayudarlos en casa y en la escuela.
Estos chicos necesitan, por ejemplo, más tiempo para hacer los exámenes
¿En qué lugar de la clase debe sentarse un hiperactivo?, ¿con cuánto tiempo debe contar para un examen?, ¿cómo castigarle?, ¿hay trucos para captar su atención? La Asociación de Niños con Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención (ANSHDA) espera que este libro llegue a todos los colegios y lo usen los profesores como un manual de comportamiento ante el problema. Los países más desarrollados, con Estados Unidos a la cabeza, tienen protocolos de actuación muy estrictos, de los que carece España.
"Lo más importante [de este libro] es que aporta al profesor una serie de pautas didácticas y pedagógicas para guiar su práctica docente", sostiene Eva Almunia Badía, secretaria de Estado de Educación y Formación.
Murcia (4,79%), Canarias (4,72%) y Baleares (4,62%), son las comunidades autónomas con mayor índice de hiperactividad entre la población infantil. País Vasco (3,37%), Navarra (3,67%) y Madrid (3,97%) poseen los índices más bajos. Son porcentajes que exigen respuestas urgentes y concretas porque "la superación del TDAH es labor de todos". Lo subraya el doctor Luis Rojas Marcos, desde su experiencia como director de los servicios psiquiátricos de la red de hospitales públicos de Nueva York.
"Allí, una vez que diagnostican oficialmente a un niño con TDAH el colegio tiene la obligación de hacer ajustes a su régimen académico. Por ejemplo, se sientan en primeras filas, y en los exámenes, aunque las preguntas sean las mismas, se les da más tiempo para completarlas. Son ajustes regulados por el Estado y el colegio debe cumplirlos, no tiene alternativa", afirma Rojas Marcos.
El manual Hiperactivos se abre con una cita de Los ensayos, de Michel de Montaigne: "Mi alma es libre y muy suya, y está acostumbrada a conducirse a su manera". Ésta es la impresión que le causan los niños con TDAH a Mercedes Pescador, promotora de esta iniciativa junto a la presidenta de ANSHDA, Teresa Moras. El joven Mario Lázaro lo expresa así: "Piensa uno en una idea, pero esa idea te lleva a otra, y a otra. No puedes focalizar tu atención. Y te bloqueas. Pero ser hiperactivo también tiene algo positivo: la imaginación. Jugaba con cualquier cosa en casa".
Los adultos con TDAH describen la misma sensación, según Russell A. Barkley, profesor de la Universidad de Siracusa (Nueva York) y uno de los grandes investigadores del TDAH. "Me suelen decir: 'El tiempo se me escapa y nunca consigo alcanzarlo. Eso que tú llamas tiempo y que manejas de forma natural, yo no lo tengo".
El proyecto Hiperactivos pretende, sobre todo, provocar la reacción de las autoridades académicas. "Debe asegurase la igualdad de oportunidades en las escuelas, es decir, allanar el terreno para que estos niños tengan las mismas posibilidades que el resto. Que el éxito o el fracaso dependa de otros factores, no de su TDAH", reclama Pescador.
"Me encantaba andar por los tejados"
Hiperactividad y déficit de atención no son sinónimos de fracaso. Un ejemplo es Luis Rojas Marcos. Nació en Sevilla en 1943 y el primer diagnóstico oficial del TDAH se estableció cinco décadas más tarde. Por tanto, creció en el caos, sin que nadie a su alrededor entendiese qué le impedía comportarse como los demás niños. Pero terminó la carrera de Medicina en 1975 y sucesivos alcaldes de Nueva York le han confiado desde 1981 la dirección o la presidencia ejecutiva del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de esa enorme ciudad, compuesto por 16 hospitales y una amplia red de ambulatorios.
"Aún me distraigo: empiezas a pensar en una cosa y pasas a otra. Pero ya no tomo medicación. Bueno, a veces le quito alguna pastilla a mi hijo [también con TDAH]. Me viene estupendamente. Si tengo que leer mucho en soledad, me ayuda a concentrarme. No tanto si debo relacionarme con gente, pues me pone algo más tenso".
Además de nervioso y distraído, Rojas Marcos fue muy travieso. Cuenta en Hiperactivos: "A los seis o siete años me encantaba andar por los tejados o correr en bicicleta sin frenos. Mi madre nació en un pueblo de Cantabria que se llama Liendo y en verano íbamos de vacaciones. Un día volvía de la playa y mi buen amigo Miguel me desafió: 'Luis, ¿a que no te atreves a meterle fuego a esos matorrales?' Me dio la cerilla. A los pocos minutos ardía toda una ladera del monte que da a la playa. Me detuvieron dos guardias civiles. En el cuartelillo, una mujer me daba caramelos. Pero me sentía fatal. Me preguntaba: ¿quién demonios eres tú? ¿cómo has podido hacer esto? Gracias a Dios aquella tarde llovió y el fuego se apagó. En los momentos más difíciles siempre aparecía algún ángel de carne y hueso que me rescataba. A veces era un amigo, a veces mi hermana. Mi madre fue el ángel más importante".
La redención mayor, como estudiante, le llegó de la mano de una maestra, después del descalabro escolar que precipitó su salida del colegio Portaceli de Sevilla a los 14 años, camino de un instituto conocido por aceptar a chicos cateados.
"La primera orden que dio Doña Lolina, como directora, fue que se me sentase en la primera fila. Hasta entonces, el sitio preferido por mí pero también por los maestros había sido siempre la última fila. Doña Lolina me explicó años más tarde, ante mi insistencia por entender aquellos trascendentes momentos de mi vida, que había detectado algo rescatable en mí que no me supo definir".
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