Tres amigos
Con Felipe González acabó la corrupción en que se vio envuelto su Gobierno, pero no creo que a estas alturas tenga problema en abordar cómo se hundió aquel barco socialista; con los años, su voz se ha convertido en la de alguien que, aun siendo algo incómoda para la nueva generación de socialistas, siempre resulta estimulante a quien observa la política desde la barrera.
El caso de Aznar es, sin embargo, de estudio. La historia le quita la razón día a día pero él no se arredra. Ahí están sus patéticos intentos de desacreditar a quienes sienten alarma por el deterioro ambiental; sólo hacen mella en aquellos que son capaces de decir sin sonrojarse, "a mí me importan las víctimas de ETA no el calentamiento global", "el planeta es para las personas" o "yo defiendo al hombre no al gorila". Una corriente de pensamiento que se cae de antigua, tanto como para que ya existiera, en época de Reagan, un término para referirse irónicamente a los ecologistas treehuggers (abrazadores de árboles). Su trayectoria no será juzgada sólo por el tiempo que ocupó el poder, sino por el desmelenado cinismo con el que no reconoció sus errores. El zapatazo con que un periodista iraquí decidió despedir a Bush iba cargado de toda esa suculenta información que desvela el desastre humano y económico que la invasión americana ha provocado en Irak. Hizo bien en esquivarlo. En cuanto a la participación española, las responsabilidades no sólo se miden en cifras. Debiera contar la impudicia con que nuestro ex presidente sigue afirmando hoy que fue aquélla una misión que merecía la pena intentar.
En fin, si no ha de responder por ello, al menos, sería elegante que se callara durante un tiempo. Le reconozco, eso sí, lealtad con los amigos: Ana Botella afirmó recientemente que la amistad con los Bush y los Blair se mantiene. Mirémoslo, pues, por el lado positivo.
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