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El pájaro que se posa

Gustavo Martín Garzo

Todorov, en su libro El jardín imperfecto, nos recuerda que los griegos distinguían dos tipos de amor: eros, o amor-pasión; y philia, o amor-alegría. En el primero, el amante quiere absorber al otro, hacerlo desaparecer en la novela de su propio yo; en el segundo, vivir en su proximidad, mantenerlo como un ser aparte. "Dios lo sabe, jamás he buscado en ti a nadie más que a ti mismo. Es únicamente a ti a quien deseaba, y no a lo que pertenecías ni a lo que representas", escribe Eloísa en una de sus cartas a Abelardo.

Eros y Psique se encuentran en la noche, sin saber quiénes son, y se aman sin llegar a verse. Para volver a encontrarse, Eros le pone a Psique una condición: no pueden verse, ni preguntarse quiénes son; sus encuentros sólo pueden tener lugar en la oscuridad de su cueva. La muchacha acepta resignada, pero muy pronto comprueba lo difícil que es cumplir esa promesa, pues cuanto más ama a Eros más desea verlo (y en griego la palabra ver y la palabra idea tienen la misma raíz, como si el pensamiento fuera una forma de visión). Y una noche Psique esconde entre sus vestidos una lámpara. Espera a que su amante esté dormido y la enciende para contemplarle. Pero la llama calienta el aceite y, en un descuido, una gota cae sobre la piel de Eros que, al despertarse, la descubre mirándole. Implacable, la castiga, apartándose de su lado. Psique enloquece de amor, y los dioses se apiadan de ella y la transforman en una mariposa.

Sólo deseo lo que tengo. Así se resume el amor-alegría. Pero el amor-pasión quiere lo que no tiene
Al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos

Eros y Psique representan los dos tipos de amor de que hablaban los griegos. El amor que pide la fusión completa con lo amado; y el amor que se conforma con su vecindad. En el primero, es el yo que desea lo que importa; en el segundo, lo que importa es el tú. A Eros le bastan con sus encuentros ardientes en la oscura cueva de deseo; Psique está encantada con esos encuentros, pero también quiere tener lo que ama al despertarse por la mañana. El primero se pregunta por lo que quiere, el segundo por lo que encuentra. Uno quiere perder por completo la razón; la otra encontrar ese tipo de razón que sabe pedir a la vida lo que ésta te puede dar.

El amor es embeleso, fascinación, hechizo, pero también deseo de conocimiento. Al amante no le basta con tener en sus brazos a aquel o aquella que ama, sino que quiere conocer su nombre, entrar en ese jardín que a partir de entonces será su morada en la tierra. Recuerda a Calixto, cuando dice que Melibea es el solo dios en que cree. "Melibeo soy, en Melibea creo, a Melibea amo". Aunque, en realidad, Calixto sólo cree en él y en su propio deseo. De hecho, cuando por fin pueden encontrarse, y Melibea, dulce y solícita, le pide que no tenga tanta prisa y que no hace falta que le rompa la ropa mientras la desnuda, Calixto por toda respuesta compara su cuerpo con el de un ave, y el acto amoroso con un vulgar atracón. "Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas".

Ni Melibea ni la inteligente y apasionada Eloísa fueron afortunadas con sus compañeros. Julieta sí lo fue, y eligió a un mu-chacho digno de su amor. Es ella la que pronunció la frase que a las otras les hubiera gustado pronunciar: Sólo deseo lo que tengo. Esa frase resume el amor-alegría. El amor-pasión quiere lo que no tiene, es un homenaje a la ausencia; no quiere calmarse, busca avecillas que desplumar. El amor-alegría se complace con esa avecilla que desciende, y sólo vive para conservarla a su lado. Y si el mayor bien es ese otro insustituible, su vecindad, su presencia, la búsqueda de la verdad se transforma en querer lo que es bueno para él; y el deber, en deleite. Eso nos dice el amor: que al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos.

Es lo contrario a lo que pasa en la religión, donde el amor está siempre al servicio de una verdad superior. Pascal, por ejemplo, lo consideraba un defecto, incluso pedía que no se le amara, pues lo que había que amar no era a la criatura sino a su creador. Pero el amor representa ese instante en que la especie queda atrás y en que alguien deja de ser intercambiable con los demás. Y, en efecto, tal parece el amor: un hechizo, una pócima que se bebe, y que nos fija a alguien mientras dura su efecto. Todo en él es paradójico. Es caprichoso y fugitivo, pero le pedimos devoción y constancia; nos promete felicidad, y nos llena de miedo; nos da fuerzas para enfrentarnos a los mayores peligros, pero nos vuelve vulnerables y frágiles; nos hace ser dueños de alguien, y a la vez sus esclavos. Y, sin embargo, Psique quiere transformarle en un jardín, o mejor dicho: quedarse a vivir en esa ínsula extraña que descubre por servirle. Pero eso que encuentra en ese lugar encantado, ¿puede traerse al mundo?

"A partir de ahora, ¿qué será de nosotros?", tal es la pregunta de todos los amantes del mundo. El amor es el sentimiento más hondo y misterioso de cuantos pueda experimentar el hombre. Los amantes llegan de su mano a un lugar desconocido y se descubren dueños de un poder que no sabían que tenían. Un poder que no tiene que ver con el yo o con la identidad, sino con algo anterior a ellos mismos, que pertenece al dominio de la fábula: como haber alcanzado el corazón del mundo y descubrir, por ejemplo, que pueden acercarse a los pájaros. Sí, el amor es como uno de esos pájaros que se cuelan por error en las casas de los hombres. Un pájaro que en vez de huir, para regresar a su bosque, decide quedarse en ese lugar nuevo. Que vuela sobre los armarios, picotea el pan que queda en la mesa y salta sobre las colchas. Un pájaro que llega a posarse en las manos de los que se aman, que se queda a su lado sin asustarse, y que hace su nido al calor de sus cuerpos, aunque ellos nunca lleguen a saber por qué lo hace, ni lo que quiere, pero cuya contemplación y cuidado les causa felicidad.

Es lo que nos promete el amor: que será posible algo así. El amor es ese pájaro que se posa un momento en nuestro jardín imperfecto. ¿Cómo no ser feliz de que lo haga y no tener miedo al mismo tiempo de que se pueda marchar? Por eso nos hace hablar, porque todo a su lado está revestido de belleza y locura. Eso es el amor humano: preguntarnos por qué ese pájaro nos eligió a nosotros para quedarse en el mundo; y, en caso de haberse ido, dónde estará ahora y por qué no regresa. Ninguna de esas preguntas tiene respuesta. El pájaro en el jardín pertenece al mundo de la fábula; lo que dejó al marcharse, al mundo real. Y los amantes se empeñan en que esos dos reinos continúen unidos.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

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