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El G-20 fracasa en la reactivación de la Ronda de Doha

Lamy desiste de reunir a los ministros de Comercio antes de fin de año

Alejandro Bolaños

El compromiso más preciso y apremiante de los líderes de países ricos y emergentes para atajar la crisis es ya un fracaso lacerante para su credibilidad. El G-20 hizo de las negociaciones para rebajar subsidios y aranceles un pilar del frente común que empezó a construir en Washington hace un mes. El mandato que salió de aquella cumbre mundial fue claro: llegar a un acuerdo para cerrar la Ronda de Doha antes de fin de año. Pero el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Pascal Lamy, tiró ayer la toalla al constatar que las buenas palabras no son suficiente.

"Sé que esto es algo más que una decepción, es un revés económico porque retrasa las buenas noticias, ahora tan necesarias", dijo Lamy a los embajadores de los países miembros de la OMC, convocados con urgencia a un encuentro informal en Ginebra (Suiza). El máximo responsable de la organización optó por el mal menor, y renunció a convocar a los ministros de Comercio antes de fin de año. "Corríamos un riesgo de fracasar inaceptable, que no sólo dañaría la Ronda de Doha, sino también a la OMC".

La Ronda de Doha comenzó en 2001 en la capital de Qatar con el objetivo básico de negociar el recorte escalonado de los subsidios agrarios en los países avanzados, hasta su desaparición en 2013. A cambio, EE UU y Europa reclamaron rebajas de aranceles en la industria y los servicios. El último intento de llegar a un acuerdo fracasó en julio pasado.

El compromiso del G-20 para cerrar la Ronda de Doha, impulsado por Reino Unido y Estados Unidos fue la apuesta más sorprendente y arriesgada de Washington. Además, dio la última oportunidad de apuntarse un tanto a la maltrecha Administración de George Bush, que ha hecho bandera de la liberalización del comercio.

Pese a la premura del plazo dado, había cartas para el órdago. Ocho años de negociaciones han construido una base de acuerdo en la mayoría de las materias discutidas, un grado de consenso muy superior al que tiene, por ejemplo, la reforma de las instituciones financieras. Además, el compromiso del G-20 era un buen punto de partida, al llegar con el aval de India, China o Brasil, países con los que EE UU y Europa tienen más diferencias.

Pero Lamy ha comprobado esta semana que los escollos que hicieron naufragar la negociación en julio seguían ahí. Las diferencias más radicales se centran en tres aspectos: India y China plantean que se permita poner aranceles a las importaciones agrarias cuando su precio sea tan bajo que amenace la supervivencia de los agricultores más pobres, una propuesta que los países avanzados quieren limitar en duración y cuantía. Hay divergencias sobre el recorte de subsidios a los productores de algodón estadounidenses. Y EE UU presiona para que la posibilidad de aceptar un desarme arancelario total en 14 sectores industriales (automóvil, química, textil o productos electrónicos) se convierta en obligación.

Lamy dejó una rendija abierta a la convocatoria de la reunión si "la situación cambia de forma dramática en las próximas 48 horas". Una rendija ínfima, en opinión de uno de los diplomáticos citados ayer por el director general de la OMC. "Estamos cerca de Navidad, pero en esto no habrá milagros", dijo a France Press.

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