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Europa también puede ser protagonista

Faltan algo menos de dos meses para que Barak Obama tome posesión del cargo para el que ha sido elegido: la presidencia de los Estados Unidos, obtenida por una impresionante mayoría. Es un interregno difícil, porque el mundo sigue evolucionando con una enorme rapidez y la crisis múltiple que estamos viviendo tiende a generalizarse peligrosamente. Como un terrible virus.

Lo cierto es que Obama no está perdiendo el tiempo. Pero no puede -ni debe- sobrepasar ciertos límites. La Constitución y los rituales del poder obligan. Y mientras tanto, la crisis se propaga y se hace más profunda. La crisis financiera -provocada, en buena parte, por los negocios virtuales- empieza a afectar a la economía real, alcanzando a sectores inmobiliarios, del automóvil y otros, y constriñendo a muchos países (a Estados Unidos y a los europeos, a algunas economías emergentes y también a México y a Canadá, por ser naciones vecinas) a fuertes "estancamientos", nombre que utilizan los economistas cuando prefieren no hablar de recesión. Pero, en el fondo, de eso es de lo que se trata.

La ideología euroliberal ha volado por los aires, como el comunismo hace 20 años
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El plan Paulson, por más que fuera corregido por el Congreso, ha inyectado grandes fortunas en los bancos en quiebra, pero sus efectos no han sido mejores que los del agua en el desierto, y como ésta se han evaporado. La Ford, la General Motors y otras empresas de su mismo sector reclaman subvenciones. Pero, ¿con qué criterios han de ser distribuidas y con qué resultados? Y, sobre todo, ¿con qué transparencia? Y, por otro lado, ¿quién apoya a los desempleados, a quienes han perdido sus casas y sus ahorros invertidos en títulos que cotizaban en bolsa?

El plan Paulson no parece haber resuelto gran cosa. Tranquilizó un poco la turbulencia de los mercados. Pero fue un espejismo que duró poco.

En Europa las soluciones no han sido mejores, con el agravante de haber sido menos transparentes. La impresión que dan es que se ha procurado salvar el establishment de los grandes trapicheos (virtuales) en los "paraísos fiscales" y que a los pobres, a los desempleados que no dejan de crecer y a los inocentes, que confiaron a los bancos sus ahorros y los perdieron, les toca pagar la crisis. No salimos de la "ley de la selva", por la que las víctimas son siempre las más desfavorecidas, como si se tratara de una fatalidad.

La cumbre del G-20, en Washington, como era previsible, se limitó a la constatación de la crisis, de la incertidumbre respecto a su duración y alcance, así como a una tentativa de blanqueo de los responsables, empezando por George W. Bush.

Hubo promesas y desentendimientos. La retórica fue la ya habitual. Y es que ninguno de los presentes se hacía ilusión alguna de que allí pudiera resolverse algo -faltaba, obviamente, el protagonista principal, Barack Obama- y abundaban los amigos y cómplices de Bush, casi tan responsables de la crisis como él mismo. Había muchos rostros de ese ominoso pasado reciente, sobre todo provenientes de Europa, marcados con el estigma de las responsabilidades crecientes, que nos han llevado a la trágica situación en la que nos encontramos. Estoy convencido de que la opinión pública europea no los va a absolver fácilmente. Hay numerosas señales de ello. Y con una crisis que puede agravarse van a incrementarse las tensiones sociales y las revueltas populares.

La crisis es una crisis del sistema. Para hacerle frente, con éxito, lo que hay que cambiar es el paradigma. El euroliberalismo ha perdido su credibilidad como ideología, ha volado por los aires, como el universo comunista en la época de Gorbachov. Es preciso clausurar los paraísos fiscales, castigar el bandolerismo de los cuellos blancos, reglamentar la globalización, democratizar la ONU y hacerla más representativa, para que a su alrededor pueda reconstruirse un nuevo orden mundial, más pluralista, justo, multicultural y multilateral.

Esa es la inmensa tarea que se espera de Barack Hussein Obama y de la mayoría demócrata que se ha conseguido formar en el Congreso, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Es la hora, también, para la política europea de cambiar, radicalmente. O entrará en una decadencia irremediable. Las dos grandes familias ideológicas europeas -socialistas o socialdemócratas y demócratas cristianos- han de saber repensarse y renovarse, en lo que atañe a su pensamiento y a la práctica política. Tienen que situarse al lado de los verdes y de los partidos de izquierda que posean sentido de la responsabilidad (en estos momentos tan graves) y de los centristas que no sean neo-liberales. Para que Europa pueda ser un protagonista global -tal como se merece- y un socio leal de Estados Unidos, celosos aún de su autonomía estratégica.

Yes we can!

Mário Soares es ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

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