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Columna
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Getafe

Enrique Gil Calvo

La semana pasada ha sido bastante movida. El martes se conocían las nuevas cifras del paro, que ya llega a los tres millones de desempleados tras crecer en 900.000 el último año. El miércoles, ETA asesinaba al empresario guipuzcoano Ignacio Uria por la simple razón de resistirse a ser extorsionado, negarse a llevar escolta y participar en la construcción del AVE vasco. Y al día siguiente, el BCE bajaba el precio del euro 0,75 puntos y, pese a ello, las bolsas continuaron cayendo, lo que abre perspectivas depresivas para el año que viene. Pero entretanto, con la que estaba cayendo, el PP de Esperanza Aguirre decidía aprovechar la ocasión para desencadenar una cruzada inquisitorial en toda regla contra el alcalde de Getafe, Pedro Castro, solicitando su dimisión tanto del Ayuntamiento como de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), que preside.

Castro tenía razón: los madrileños son tontos al votar al PP contra sus propios intereses

¿La causa? Unas expresiones coloquiales en las que descalificaba a los electores madrileños con un insulto tan machista como desafortunado por persistir en votar a la derecha contra sus intereses esenciales. Una reacción ésta, la del PP, desproporcionada donde las haya, sobre todo si la comparamos con la gravedad de los hechos que se producían esos mismos días. ¿A qué viene ese ataque de dignidad ofendida por parte de unos profesionales en el arte del insulto político como son los líderes del PP (¡qué no les habrán llamado a Zapatero y a Pepe Blanco!), vocación que han venido practicando con ensañamiento desde que Aznar se hiciera con las riendas de su partido?

Por pura casualidad, conocí a Pedro Castro muy poco después de haber pronunciado su frase malsonante pero antes de que se hubiera producido la airada reacción del PP. Fue el martes por la tarde, cuando me tocaba inaugurar con una conferencia unas jornadas sobre corrupción municipal organizadas por la FEMP en Getafe. Y en sus palabras de apertura, el alcalde-presidente cargó las tintas sobre los gravísimos problemas que vive la Administración local española, como consecuencia tanto de su insuficiente financiación como de su efectiva función de cuarto pilar del Welfare State, ya que la mayor parte de la protección social (guarderías, geriátricos, dependencia, integración de inmigrantes, etc.) se presta por cuenta y a cargo de los servicios municipales. De ahí que, ante la imposibilidad de cuadrar sus presupuestos, muchos ayuntamientos hayan recurrido a la ingeniería financiera de la especulación urbanística. Pero también este grifo se les ha cerrado ahora por culpa de la crisis, con lo que su insolvencia amenaza con convertirse en ruinosa en perjuicio de los servicios sociales que prestan a la ciudadanía. Y mientras tanto, el presidente Zapatero les aprieta las tuercas sin dejarles entrar en déficit, cuando no tiene inconveniente en derrochar la deuda pública en beneficio de la banca privada.

Y frente a esto, a las huestes de Esperanza Aguirre no se les ocurre nada mejor que abrir un frente de batalla por una causa nimia contra el alcalde de Getafe y presidente de la FEMP. ¿Por qué han decidido hacerlo así? ¿Porque creen que es una pieza fácil de cazar, cobrándose con la cabeza de Pedro Castro el eslabón más débil de la cadena de mando socialista? A mí se me ocurre otra explicación mejor, y es que Pedro Castro tenía toda la razón: los madrileños son tontos al votar al PP contra sus propios intereses. Y esa verdad como un puño es la que a Esperanza Aguirre no le conviene que se sepa, por lo que prefiere matar al mensajero para poder taparla.

Es lo que llamé en estas páginas la americanización de Madrid (EL PAÍS, 16-06-07, p. 17), pues, en efecto, también en EE UU pasa lo mismo que aquí: las clases medias bajas y los restos de la clase obrera (el antiguo cinturón rojo de Madrid) votan contra natura a la derecha. ¿Y por qué lo hacen? Por la exitosa guerra cultural emprendida contra la izquierda progresista por el fundamentalismo neocon, que ha seducido al pueblo llano con su populismo campechano. Y es que Esperanza Aguirre es la Sarah Palin española: una mujer de armas tomar que blande el lipstick para hacer creer a los electores que es una de ellos. Pues al igual que la gobernadora de Alaska, la gobernadora de Madrid exhibe la misma ignorancia política y esgrime la misma irresponsabilidad temeraria. Una irresponsabilidad fatalmente destructiva, pues con sus doctrinarias privatizaciones, nuestra Sarah Palin particular se está cargando los pilares esenciales del Estado de bienestar en Madrid: la sanidad (con falaz ocultación de las listas de espera), la educación (incluyendo la descapitalización de la universidad) y los servicios sociales (con expreso sabotaje de la ley de dependencia). Es lo que Pedro Castro denuncia para despertar a los madrileños de su tontería, y por eso los hombres de Espe Palin intentan defenestrarle.

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