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OPINIÓN
Columna
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Narcoeconomía

Joaquín Estefanía

La psicosis de violencia relacionada con la inseguridad ciudadana, los secuestros y el narcotráfico -tres manifestaciones del abandono del monopolio de la violencia por parte del Estado- está presente en México más que nunca. En lo relacionado con el narcotráfico, en los dos últimos años se han producido más de 8.000 muertes en enfrentamientos de las fuerzas del orden (policía o ejército) con las bandas organizadas, o de éstas entre sí, aparte de decomisos, detenciones, filtraciones o deportaciones varias.

México representa hoy uno de los lugares centrales del tráfico de droga en el mundo y en América Latina. Hasta tal punto es significativo el fenómeno en la región, que en la XVIII cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la zona, celebrada en San Salvador hace poco menos de un mes, el tema central de la misma -juventud y desarrollo- pasó a un segundo lugar ante los dos primeros problemas de la región: la llegada, a toda velocidad, de la crisis financiera, y el irresistible avance del narcotráfico y la narcoeconomía en algunos países. Según el comunicado de los 22 representantes allí presentes, las organizaciones de narcotraficantes ya tienen dinero y armas suficientes para hacer frente a las autoridades en "muchos" Estados iberoamericanos. Los países se conjuraron para reaccionar solidariamente, ya que cada uno de ellos por sí mismo se veía impotente para romper el vínculo entre las organizaciones delictivas dedicadas al narcotráfico y las que se especializan en el tráfico ilícito de armas; entre ambas disputan a los Estados el control de sus territorios.

El narcotráfico controla segmentos del aparato estatal y trozos significativos del territorio mexicano

El papel del narcotráfico en algunos de los países latinoamericanos avanza espectacularmente. Hace algunos años, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su informe sobre La democracia en América Latina, ya lo incluía entre las causas principales de las limitaciones de la democracia en la zona, y analizaba el doble desafío que imponía: un desafío directo, por cuanto intenta controlar segmentos del aparato estatal y trozos significativos del territorio (en aquellos momentos, principios de siglo, todavía más en Colombia que en México), al tiempo que creaba fuertes incentivos para pasar de la economía formal a la sumergida. Y dos desafíos indirectos: en primer lugar, al atraer la atención del Gobierno de turno de EE UU, genera nuevas formas de presión externa que limitan aún más la capacidad de acción de las autoridades nacionales. Segundo, la corrupción: el dinero sucio tiene efectos devastadores sobre el comportamiento de una parte de los dirigentes políticos y sobre el funcionamiento de las instituciones.

En círculos privados se comienzan a estudiar las modalidades de legalización de la droga como solución a la penetración del narco. Al estilo del fin de la ley seca en EE UU, que había ilegalizado el alcohol, generando enormes mercados negros y la extensión del crimen organizado.

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