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Columna
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El pacto fundacional

El Pacto de Antequera únicamente se hizo en Andalucía. En ninguna otra de las regiones que acabarían convirtiéndose en comunidades autónomas se alcanzó un pacto de esta naturaleza. Conviene recordarlo. Andalucía era y es la región más poblada y más compleja de todas las que constituyen España y no había destacado a lo largo de su historia por su articulación interna, sino más bien por lo contrario. De ahí la dificultad de expresarse de manera políticamente unitaria. Andalucía siempre había habido dos. Una única Andalucía es el resultado de la experiencia autonómica articulada con base en la Constitución de 1978. La comunidad autónoma definida por el Estatuto de Autonomía de 1981 es la primera expresión política unitaria de Andalucía en la historia de España. Y como consecuencia de esa expresión política unitaria se ha avanzado en la unificación de Andalucía también en el terreno no estrictamente político. Hay dificultades en ese avance, como, por ejemplo, el debate sobre la fusión de cajas de ahorro está poniendo de manifiesto, pero el marco de una Andalucía única para la organización de la convivencia entre los andaluces y con las demás regiones y el Estado español resulta ya irreversible.

Eso es lo que empezó a prefigurarse en el Pacto de Antequera hace 30 años. Se hizo dos días antes de que los ciudadanos acudiéramos a votar en referéndum la Constitución y se hizo por unanimidad de todas las fuerzas políticas. Cuando se hizo el Pacto de Antequera el texto de la Constitución estaba, pues, definido y se sabía, por tanto, que se iba a empezar a transitar del Estado unitario y centralista al Estado políticamente descentralizado que la Constitución contemplaba. El Pacto se suscribió con la finalidad expresa de situar a Andalucía, desde antes de la ratificación de la Constitución, en el futuro Estado que se construyera a partir de la Constitución. Fue un pacto con una vocación al mismo tiempo constituyente y estatuyente. Era un mensaje a la población andaluza a favor de un texto constitucional que reconocía el ejercicio del derecho a la autonomía y una manifestación de voluntad de hacer uso de ese derecho en Andalucía al máximo nivel que la Constitución contemplaba.

El pacto fue firmado de buena fe por todos los partidos, UCD incluida. No creo que sea necesario recordar, pero por si acaso lo hago, que Manuel Clavero, ministro en el Gobierno de UCD y máximo dirigente del partido en Andalucía, fue el propulsor de las preautonomías y el artífice del artículo 151 de la Constitución española, presupuestos político-constitucionales en los que descansó la convocatoria del Pacto de Antequera.

No hubo reservas en la firma del Pacto de Antequera. Las reservas vendrían después. Manuel Clavero sería personalmente una de las víctimas de dichas reservas, aunque en la práctica la víctima sería el conjunto del partido no sólo en Andalucía sino en toda España, que se acabaría deshaciendo por romper el compromiso adquirido en Antequera. Los pactos constituyentes-estatuyentes no se pueden romper en vano.

Visto con la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido, creo que la ruptura del Pacto de Antequera fue una catástrofe para UCD, pero no fue buena para nadie. Con dicha ruptura se perdió la oportunidad de haber construido políticamente Andalucía por unanimidad, sin que nadie se sintiera excluido de ese momento fundacional. Nos hubiéramos podido posicionar mucho mejor en el Estado autonómico cuya construcción se ponía en marcha y hubiéramos tenido un sistema político andaluz más integrado y, por más integrado, al mismo tiempo más abierto del que ha acabado imponiéndose. Las cosas hubieran podido ser de otra manera, pero fueron como fueron.

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