La estampita

Está llena de vidrios la Iglesia. Y no sólo de vidrieras. Tomas un vidrio de la Iglesia y te puedes hacer daño, si no lo agarras con cuidado.
Cada Iglesia es una puerta, un silencio, una confesión, un misterio. Ahora la Iglesia del Vaticano revela que Gramsci creía, tenía fe, pidió la estampita. La historia está llena de revelaciones así; luego la gente discute, pero siempre hay alguno que dice:
-Ya lo decía yo.
Pero la Iglesia la hacen los hombres, sobre todo los hombres. Rouco Varela acaba de salir a la palestra ahora, otra vez, pidiendo olvido. Olvido para la reconciliación. Nada que objetar: el concepto del perdón se dice en todas las lenguas de la misma manera, más o menos. For-give. Per-donar. Hay que dar para que te den el perdón.
¿Qué perdona la Iglesia? La Iglesia perdona al que se arrepiente. Es como los hombres: un poco mezquina, la verdad. Hasta que no le pides perdón no te absuelve. En este caso, Rouco está hablando pro domo sua. Todavía no ha pedido perdón (la Iglesia), pero ya pide que se reconcilien los españoles de uno y otro lado; que se perdonen. ¿Y quién pide perdón primero?
En la guerra, la Iglesia no estuvo en su sitio, sino en un lado. Como para la Iglesia la historia camina tan lentamente, a lo mejor todavía Rouco, su representante aquí, no ha hallado tiempo para pedir perdón por ese lado que tomó en el peor camino de nuestra historia.
Pero todavía tiene tiempo; los que creen en la eternidad tienen más tiempo que los que no creen en ella. Gramsci parecía que no creía en la eternidad. Pero ahora la Iglesia lo ha asimilado; probablemente pidió la estampita, cómo no, quién lo va a discutir. Pero, ¿y ese reclutamiento a estas alturas? ¿Es que la Iglesia necesita aún arrepentimientos retrospectivos?
Si la Iglesia fuera etérea, o eterna, uno casi se olvidaría de ella; pero no se puede. Está muy presente. Está siempre muy presente, llena de hombres (y de mujeres) que también se dedican a torpedear a Rouco. ¿A torpedearlo? Pues sí, porque mientras Rouco predica el perdón en los distintos tramos horarios de su emisora de radio, empleados suyos rompen las vidrieras con su jactancia y con su burla. El que no está conmigo está contra mí. Y, claro, así, cuando él pide que la gente se dé la paz, los fieles (y los infieles) se miran de reojo. Aunque estén dispuestos a poner la otra mejilla. Pero si en la mejilla se te estrella un cristal no te arregla la herida ni el Espíritu Santo.
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