La naturaleza del periodismo
Bob Woodward, uno de los reporteros del Watergate, vino a España a dar una conferencia y declaró: a los periodistas se nos ha escapado la noticia más importante del siglo XX, la caída del muro de Berlín. A los periodistas norteamericanos se les escabulleron las consecuencias de la invasión de Irak o qué era Enron, la empresa cuya quiebra en 2001 fue la mayor de la historia de Estados Unidos. Los periodistas no han sido capaces de prever la llegada, velocidad y profundidad de la actual crisis financiera.
¿Por qué citar algo tan excéntrico en un contexto vinculado a la novela negra como el periodismo? Porque el protagonista de la trilogía Millennium, Mikael Blomkvist —trasunto del propio autor, Stieg Larsson—, es un periodista de investigación económica, y uno de los escenarios centrales de la acción es una revista cuya cabecera se titula también Millennium, en cuya redacción se desarrollan algunas de las mejores reflexiones sobre la naturaleza del periodismo, la deontología del informador, los medios que se han de poner para la investigación de casos de corrupción empresarial, cómo editar un texto, el trabajo en equipo, etcétera.
Blomkvist es un periodista cuarentón, honesto, que es condenado a tres meses de cárcel por difamación a un empresario sueco, Hans-Erik Wennerström, a causa de una investigación mal resuelta cuyo origen es una fuente malintencionada. Cuando la condena se hace pública, Blomkvist dimite como editor jefe de Millennium, cargo que no recuperará hasta que otra investigación sobre el mismo personaje (a la que le ayuda la principal protagonista femenina de la serie, Lisbeth Salander, una especie de Pippi Calzaslargas con morbo, una hacker reconocida internacionalmente como tal) le da la razón y le restituye su honra como periodista y su principal puesto de trabajo.
La idea del periodismo que desarrolla Blomkvist (¿Larsson?) es muy actual. Parte del convencimiento de que un banquero que, por pura incompetencia o por una especulación desaforada y sin control, pierda miles de millones no debe conservar su puesto de trabajo y ha de ser juzgado por ello; que un empresario que se dedique a negociar con empresas tapadera o con productos fuera de su balance debe ir al trullo; que el dueño de una inmobiliaria que obligue a los jóvenes a pagar mucho dinero por cuchitriles ha de ser denunciado y expuesto al escarnio público, etcétera. El cometido del periodismo, en esa situación de abuso sistemático y estafa, es el de vigilar y desenmascarar a los tiburones financieros que especulan con los ahorros de la gente, arruinándola; su verdadera misión consiste en controlar a los empresarios impunes con el mismo empeño inmisericorde con el que los reporteros políticos vigilan el más mínimo paso en falso de los ministros y diputados. A un reportero político nunca se le pasaría por la cabeza llevar a los altares al líder de un partido, mientras que hay reporteros económicos que tratan a los financieros como iconos de una civilización.
Además de Lisbeth Salander, la principal aliada del periodista en las novelas de Larsson es la propietaria de la revista Millennium, en la que se publican las investigaciones que aparecen en los dos primeros libros de la serie. Millennium aparece como una publicación de la izquierda establecida en Suecia, no porque de sus textos se desprenda de modo explícito ideología alguna, sino porque se ha especializado en reportajes sobre la corrupción y los oscuros trapicheos del mundo empresarial. Su independencia profesional depende de su independencia económica, y ésta la asegura su principal propietaria.
Con esta trilogía, el malogrado Stieg Larsson conecta con otros autores de novela negra suecos como Leif GW Persson, cuya trilogía titulada El declive del Estado del bienestar también tiene entre sus personajes a algún periodista, aunque sin la naturaleza protagonista que en Millennium.
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