Billete de ida y vuelta
De regreso de Londres, un amigo, de esos de toda la vida, nos cuenta las anécdotas y vicisitudes de su periplo británico. Los gallegos siempre hemos estado muy atentos a lo que nos cuentan los que se van y, de paso, también escuchamos las historias que nos cuentan los que nos visitan. Así vamos forjando leyendas hechas de retales, de pequeñas verdades y pequeñas mentiras, que acaban por instalarse en la memoria colectiva. Esta capacidad tan tradicional es, al mismo tiempo, muy moderna: al fin y al cabo se trata de componer un collage que, mientras no se demuestre lo contrario, es la única invención original del arte del siglo XX y aún no conoce rival en lo que llevamos del XXI. Gracias a ella sabemos que Gorbachov y Niki Lauda son gallegos, que Urbano Lugrís le dijo a Franco que él también era de "El Ferrol de Su Excelencia" y que Pío Cabanillas ganaba siempre las elecciones aunque no se supiera quién había vencido.
La mujer que se negó a apagar su móvil en un vuelo desde Londres resultó ser Bianca Jagger
El amigo, ese de los de toda la vida, empezó su viaje en un vuelo directo a Londres desde Galicia. En el aeropuerto se cruzó con un señor de buen aspecto, pelo gris y ademanes elegantes. Inmediatamente dedujo que se trataba de un músico porque suele ser gente que no se separa de su instrumento, salvo los pianistas (que no pueden cargar con él) o los cantantes (que cargan con él pero no se les ve). La guitarra colgada a la espalda delató al personaje: se trataba nada más y nada menos que de John McLaughlin, el guitarrista inglés que ya desde chaval tocaba con Miles Davis y ha recorrido el planeta en diferentes encarnaciones (de ahí su ramalazo budista en los setenta) tocando con todo hijo de vecino, incluido Paco, el hijo de Lucía. Con semejante compañero de viaje, el fin de semana londinense prometía. Pero el vuelo de vuelta aún le deparaba otra sorpresa. Una vez sentado en su asiento, nuestro amigo se percató de un cierto revuelo en las filas delanteras. Una señora ya mayor, que viajaba con una joven asistente, se negaba a dejar de hablar por el móvil tras la habitual orden de hacerlo. El avión despegó y las azafatas no supieron impedir que la cháchara telefónica continuara ante la alarma y desasosiego de los pasajeros circundantes. No todo el mundo (en realidad, casi nadie) viaja tranquilo volando y lo de las interferencias alegadas para apagar los teléfonos acojona mucho. Fue tremenda la sorpresa para nuestro amigo cuando una de las azafatas se agachó para decirle a una pasajera indignada que no conseguía que la señora dejase el aparatito pero que no se preocupase porque, en realidad, dicen eso por megafonía, pero luego no pasa nada porque haya un móvil encendido. La pregunta es: ¿cuándo os tengo que creer, cuando me decís que si no apago mi chisme nos matamos, o cuando me decís que no pasa nada si la señora tocapelotas no lo apaga? (Se podrían hacer muchos comentarios sobre obediencias y desobediencias con esto, pero vamos a dejarlo para mejor ocasión...)
Pues no pasó nada y nuestro amigo llegó sano y salvo a casa. A los dos días vio en la prensa la foto de la recalcitrante señora: se trataba de Bianca Jagger, la mujer más famosa del mundo en su momento por haber conseguido casarse con Mick Jagger, el cantante de los Rolling Stones. La ex de sir Mick venía a dar una conferencia sobre derechos humanos o algo así. El caso es que nuestro amigo viajó entre leyendas a la ida y a la vuelta.
Galicia se alimenta de mitos exteriores e interiores. A veces son ciertos: sí es cierto que Graham Greene se paseaba por aquí con su amigo cura; y a veces son falsos: no es cierto que Josef Mengele huyera a América desde el puerto de Vigo con ayuda de la colonia alemana en la ciudad (ver Galicia en guerra, de Eduardo Rolland, en Xerais). Si faltan contenidos en la Cidade da Cultura, siempre podemos dedicar uno de los edificios a documentar leyendas. Santiago Apóstol ya tiene su chiringuito pero Bianca Jagger, John McLaughlin, Mijail Gorbachov, Niki Lauda, Madonna y Martin Sheen están pidiendo a gritos un espacio en el que se documente su inequívoca galleguidad, aunque esta sea puntual y a tiempo parcial.
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