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Columna
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Tan vencedores como vencidos

¿Es posible celebrar unas elecciones, que América Latina ha considerado cruciales, tras las que todos puedan afirmar que han ganado y no mientan? Venezuela elegía el domingo 22 gobernadores de Estados, más de 300 alcaldes, y parecido número de legisladores regionales. Pero lo más significativo eran las gobernaciones y los municipios de una docena de ciudades.

Por qué Chávez puede decir que ha ganado. El presidente venezolano tiene el poder en 18 de los 23 Estados de la nación, uno más de 17 que controlaba. Pero la aritmética pormenorizada establece que ha perdido tres y recuperado cuatro, exactamente los que tenía el chavismo disidente, a cuyos votos se atribuye la derrota del líder bolivariano en el referéndum constitucional del pasado diciembre; y, por añadidura, ha obtenido más del 70% de los votos, sumadas todas las categorías. Desde cualquier punto de vista no sectario, después de nueve años en el poder, con la mayor inflación de América Latina que las caritativas estadísticas oficiales cifran en el 27%, cuando los alimentos se han encarecido más de un 50% en 12 meses; una inseguridad ciudadana que escala hasta las 60 muertes violentas por 100.000 personas y año -en España, alrededor de dos-; y un formidable tufo de corrupción pública, ese resultado es un éxito.

El chavismo disidente, como fuerza independiente, puede hacer daño pero no ser decisivo

El ya histórico comentario del marginado de toda la vida, verosímilmente negro, que dice que vota a Chávez porque "no quiere volver a ser invisible", sigue respondiendo a la realidad, tras unas elecciones con un grado de irregularidad no mayor que en la mayoría de países latinoamericanos. Pero ocurre también que Chávez es su peor enemigo. Ha hecho de la palabra una forma de Gobierno, y casi siempre en detrimento de sus intereses. En la campaña electoral amenazó a la oposición con todo tipo de violencias si osaba ganar, porque así creía que estaba construyendo un clima en el que no podía escapársele la victoria; e igualmente advirtió que perder tres gobernaciones sería toda una derrota. El mesianismo tiene esas trampas, que el hombre presuntamente providencial cree que no puede perder si pone su persona en juego a cada suerte electoral. Pero Venezuela no es hoy una dictadura y el pueblo tampoco vota hipnotizado.

Por qué la oposición puede decir que ha ganado. Ocurre que, como al advenimiento de la II República española el 14 de abril de 1931, hay votos que no se cuentan sino que se pesan. El líder intelectual de la oposición, Teodoro Petkoff, dijo prudentemente que ya sería un éxito que ganaran en dos Estados por encima de los que tenían, Zulia, la ubre nacional del petróleo, y Nueva Esparta; y, además, han vencido en Miranda, Carabobo y Táchira. El primero es el más poblado, con más de seis millones y medio de los 28 millones de habitantes del país; el segundo, Carabobo, es el más industrializado; y Táchira, estratégico por su frontera con Colombia. La oposición también ha alcanzado la alcaldía mayor de Caracas, hasta ahora en manos del oficialismo. Y, asimismo, arrebatado al poder la segunda alcaldía del país, Maracaibo, capital de Zulia. En las áreas urbanas de mayor desarrollo, donde la digestión política es más elaborada, la oposición progresa a buen ritmo, hasta el punto de que gobernará en esos cinco Estados sobre casi un 45% de población. Hay, por tanto, una Venezuela con una masa crítica que afecta a la oposición; y otra, mayoritaria, mucho más de los llanos, la ruralidad y aún por despegar económicamente, que sigue creyendo en el socialismo del siglo XXI.

Y la gran pregunta es: ¿Cómo regurgitará Chávez su victoria-derrota? El presidente puede esperar hasta el fin de su mandato en 2012 para celebrar un segundo referéndum, que le conceda un poder virtualmente absoluto y fácilmente prorrogable, como ha dicho, hasta 2023, aniversario de la victoria de Carabobo sobre los españoles. La evolución del chavismo disidente, que ha quedado claro en estas elecciones que como fuerza independiente puede hacer daño pero no ser decisivo, debería contar para frustrar ese proyecto. Amalgamado a la oposición como tercera fuerza, puede llegar a ser imponente, pero como bandería provincial no tiene futuro. Pero quién sabe si ésta es la oportunidad para que el presidente se calme y deje de odiar el silencio, enfrentado a Barack Obama y no ya a su particular muñeco de pim-pam-pum, el presidente estadounidense George Bush. Una elección en la que todos han sido vencedores, y también derrotados, podría ser momento para la reflexión.

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