Problemas y flores
La nueva alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, se ha propuesto embellecer la ciudad. Desde su toma de posesión, no pasa día sin que exprese en público este deseo, aprovechando una u otra razón. Puede asegurarse que, a estas alturas, ningún alicantino desconoce el proyecto. Para Castedo, embellecer la ciudad consiste, sobre todo, en plantar flores, muchas flores. Incluso ha calculado que serán necesarias 40.000 plantas para que Alicante alcance el punto de belleza que ella ansía. Mientras llega el momento, ha creado una concejalía de Imagen Urbana que, al carecer de contenidos, no sabemos muy bien de qué se ocupará. Su efecto simbólico, sin embargo, queda fuera de duda.
El propósito de Castedo es admirable, aunque está por ver que Alicante mejore porque plantemos unas docenas de geranios o de crisantemos. Los defectos de la ciudad son más profundos y vienen de lejos: en su mayor parte, son el resultado de su mal urbanismo y de muchos, muchos años de dejadez municipal. Y eso no se remedia con flores, sino con un programa preciso de gobierno y una voluntad para llevarlo a efecto. No dudo de la voluntad de la alcaldesa, que me parece una mujer intrépida, pero -más allá del proyecto de plantar flores- desconozco otros puntos de su programa de gobierno.
Si queremos formarnos la opinión de un político, si pretendemos juzgarlo, hemos de atender a los hechos y no a sus palabras. El político suele utilizar las palabras y está habituado a fingir con ellas; serán su conducta, sus acciones, las que nos revelen su verdadero pensamiento. ¿Cómo podríamos creer que se preocupa por la belleza de Alicante quien permitió que el edificio del Gobierno Militar se convirtiera en el espantajo actual? ¿De qué belleza hablamos? ¿Podemos arreglar con flores ese destrozo en el corazón de la ciudad?
Cuando ejercía de concejal de Urbanismo, Castedo defendió numerosas veces el plan Rabassa, que proponía el constructor Enrique Ortiz. Siempre lo hizo con energía y con una pasión que a algunos pudo parecernos excesiva. Recuerdo haberle oído decir que quienes se oponían al plan pedirían perdón alguna vez a los alicantinos por su conducta. Uno de los argumentos más utilizados por la concejal en su defensa de Rabassa era que permitiría la construcción de vivienda social, que tanto necesita la ciudad. La preocupación de Sonia Castedo por la vivienda social pareció sincera, en aquel momento, a todo el mundo. Sus palabras influyeron en muchos alicantinos a quienes, no gustándoles Rabassa, pensaron que la construcción de vivienda social podía justificarlo.
Pocos meses después, pudimos asistir a un hecho singular: en el primer pleno que presidía Sonia Castedo como alcaldesa de Alicante, se eliminaba la partida destinada a vivienda social en el presupuesto municipal. Los ochos millones de euros que el Ayuntamiento había previsto gastar para este fin, se desviaban a otros menesteres considerados más urgentes. Aquella necesidad apremiante de vivienda social que Castedo había defendido con encendimiento, pocos meses antes, desaparecía ahora en un instante. Al alicantino que había seguido estos hechos con atención, se le presentó un problema que sigue sin resolverse al día de hoy. Sospecho que es el mismo problema -o, en todo caso, uno muy parecido- que ahora pretende solucionar Sonia Castedo plantando algunas flores.
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