¡Qué pena de conejito!
Y el conejo no salió de la chistera. El mago agitó su varita, se encomendó a los espíritus de la magia, corrió por el escenario sudando su esfuerzo, pero la boca de la chistera permaneció solitaria y negra. El público hizo fotos como si nada extraño ocurriese, comportándose, eso sí, con una normalidad exenta de pasión. El espectáculo parecía normal. Sólo al acabar, con un conejito artrítico finalmente aparecido, se pudo afirmar con rotundidad que Keane han perdido la magia.
Les duró poco, un primer elepé con canción totémica -tanto por pesada como por emocionalmente obvia- y una forma de hacer que escatimaba todo menos batería, piano y voz, armas iniciales del trío. Un segundo disco les mostró extraviados y el tercero, presentado en un Razzmatazz lleno, permite aventurar que en su próxima visita no habrá tanto público. Sonidos ochenteros, Simple Minds en el recuerdo, canciones informes pautadas por piano, incorporación de bajista, baladas para lucimiento del cantante -un Tom Chaplin más plano que un penique- y, en general, música que se infla para esconder su delgadez.
KEANE
Razzmatazz. Barcelona, 9 de noviembre.
Con todo, el cosmopolitismo del público destacó ante tanta muestra de pop inane. Esperaba un conejito que apareció vetusto y torpe. Una pena.
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