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Reportaje:OPINIÓN

¿Pueden verdaderamente?

Obama no sólo es el primer presidente negro de Estados Unidos. Es el primer presidente post-étnico, y el que muestra el camino hacia un mundo mestizo

Timothy Garton Ash

Al unirme a la entusiasta muchedumbre que se reunió delante de la Casa Blanca poco después de la medianoche del martes 4 de noviembre de 2008 me sentí bailando con la historia. "¡Bush, fuera ya!" y "Adiós, na na na na na", cantaban, al son de tambores. "¡Obama! ¡Obama!", gritaban. Las bocinas pitaban. Un saxofón sonaba desde la ventanilla del copiloto de una reluciente camioneta roja. Un joven golpeaba una sartén con una cuchara de metal. "Es la fiesta de bienvenida más grande a la que he asistido", confió en tono soñador una mujer afroamericana con un pañuelo de barras y estrellas, mientras bailaba en la calle 16. Y, como corresponde a nuestra época, todos hablaban sin cesar por sus móviles, cuando no hacían fotografías con ellos.

Si Obama dirige el país de la forma en la que ha dirigido su campaña, Estados Unidos estará en buenas manos
Como presidente, sus recursos de poder duro quizá disminuyan un poco, pero nadie tiene más poder blando

Pero, por encima de todo, los celebrantes, en su mayoría jóvenes, gritaban el lema que Obama acababa de convertir en leitmotiv de su discurso de victoria en Chicago: "Yes We Can!", "¡Sí, podemos!". Hasta los cláxones seguían el ritmo del canto: "Yes We Can!", bip-bip-bip. Cuando me acosté, mucho después de las dos de la madrugada, todavía se oían los cánticos desde la ventana de mi hotel. "Yes We Can!". ¡Sí, podemos!

Ahora bien, ¿pueden? ¿Puede Obama? ¿Podemos nosotros?

Decir que es el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos equivale más a escribir las últimas líneas del último capítulo que a comenzar un capítulo nuevo. Ese último capítulo de dolor es asombrosamente antiguo y escandalosamente reciente. Estuve viendo cómo votaba la gente en un colegio electoral del centro de Washington, situado en una iglesia de la confesión episcopaliana metodista africana, que, según dice un cartel, se creó en 1787 para protestar contra el culto segregado. Al otro lado del río Anacostia, en un barrio pobre en el que mi rostro era prácticamente el único blanco, un observador electoral -predicador baptista en su vida diaria- me dijo que los afroamericanos, que en muchos casos votaban por primera vez, habían llevado a sus hijos para que fueran testigos del momento con el que había soñado Martin Luther King. Sólo después de oírles es posible valorar en toda su dimensión el impacto de la simple imagen de una familia negra viviendo en la Casa Blanca.

Pero Obama es mucho más que un estadounidense negro. Igual que un número cada vez mayor de ciudadanos en este mundo mezclado en el que vivimos, es, como dice con acierto el columnista Michael Kinsley, "un guiso de etnias encarnado en un solo hombre". Eso le autoriza a representar a todos esos estadounidenses, de todos los colores y todas las mezclas, que vi en las largas colas de gente esperando para votar en el centro de Washington y en la muchedumbre que se reunió ante la Casa Blanca. "¿De dónde es?", pregunté a un hombre que me pareció de origen norteafricano. Paró de bailar un instante, me miró y respondió: "De mi madre". Una respuesta maravillosa, un reproche y una frase a la medida de la era de Obama.

Porque Obama es, al mismo tiempo, el primer presidente post-étnico. Reducir esta historia a la dicotomía entre negros y blancos es tan útil como una fotografía en blanco y negro de una escena llena de colorido. John McCain decidió destacar a Joe el fontanero para representar a una vieja mayoría silenciosa putativa de estadounidenses de clase obrera blanca, pero la verdad es que hoy constituyen una minoría (no tan) silenciosa. Y José, el fontanero hispano, votó por Obama. Es más, a la hora de votar, a Obama le han favorecido casi todos los aspectos de la creciente diversidad demográfica de Estados Unidos. Al presentarle en Florida durante la campaña, Bill Clinton resaltó esa nueva diversidad y dijo que tanto Florida como Obama representaban "el presente del mundo y el futuro de América". Me parece que es al revés: es el presente de Estados Unidos y el futuro del mundo. Si antes Estados Unidos iba por detrás, ahora ha tomado la delantera.

Pero hay que ver con mucha atención cuál es el modelo de Obama. Es un modelo que despliega un nacionalismo cívico que trasciende la diversidad étnica. Muchos de quienes estaban el martes de celebración ondeaban la bandera de las barras y estrellas o la llevaban en alguna prenda de vestir. Ningún republicano de derechas podría hacer más hincapié que Obama en lo extraordinario que es Estados Unidos, su carácter excepcional, su destino manifiesto. Su propósito declarado es "hacer de este siglo el próximo siglo americano". Si George W. Bush dijera algo así, el resto del mundo lo consideraríamos una muestra de arrogancia nacionalista. Pero, como es Obama, lo aceptamos.

Ahora llega el momento de la verdad. Como reconoció en su sobrio discurso de la victoria, Estados Unidos tiene que superar una enorme montaña. Las circunstancias que han asegurado su victoria son precisamente las que harán que le sea más difícil lograr sus objetivos. Podríamos jugar al juego de los hipotéticos, pero es innegable que la campaña dio un giro decisivo en su favor tras la crisis financiera de septiembre. Hoy, la crisis afecta ya a la economía real, en el terreno tan querido para él de los puestos de trabajo, la vivienda, los ahorros y el seguro médico de los ciudadanos corrientes. Hereda una gigantesca deuda nacional de George W. Bush, durante cuyo mandato hubo una redistribución masiva de riqueza de las generaciones futuras a la actual. El país se enfrenta a dos guerras, en Irak y Afganistán, y a multitud de retos en todo el mundo.

Por otra parte, el propio país está dividido. La brecha entre los rojos y los azules puede ser más difícil de salvar que la existente entre negros y blancos. Muchos estadounidenses desconfían todavía, de manera irracional, de Barack Hussein Obama, pero un observador completamente racional podría decir que, en lo social y lo cultural, sus instintos son más progresistas que los de un republicano culturalmente conservador y, en lo económico, menos liberales que los de un republicano libertario. Para vencer esas preocupaciones, tendría que gobernar desde el centro o el centro derecha, decepcionar a sus propios seguidores y enfrentarse a varios demócratas triunfalistas en el Congreso.

¿Tiene lo que hay que tener, en sí mismo, en su equipo y en los recursos de poder de los que dispone? Los días anteriores a la votación estuve hablando con un número considerable de expertos de Washington, entre ellos algunos que ocupaban puestos importantes en su campaña. El estribillo unánime era: no sabemos. No sabemos por cuáles de las numerosas opciones estratégicas se decidirá; no sabemos a quién escogerá para los puestos clave; no sabemos cómo actuará en el cargo. Pocos candidatos presidenciales han tenido menos antecedentes ejecutivos y legislativos que permitieran imaginar cómo iban a desempeñar su tarea en un puesto que no se parece a ningún otro.

En una cosa están todos de acuerdo: si puede dirigir el país de la misma forma en la que ha dirigido su campaña -una de las más eficaces de la historia-, Estados Unidos estará en buenas manos. Pero un país no es una campaña. Obama es, en todos los sentidos de esa palabra de la que tanto se abusa, cool, frío y elegante. Parecía no estar casi excitado mientras aceptaba la presidencia ante una multitud extasiada. Como presidente, sus recursos de poder duro quizá disminuyan un poco, pero nadie en el mundo tiene en la actualidad más poder blando. Si el Gobierno de Bush empleó "la conmoción y el espanto" para buscar unas armas de destrucción masiva que, al final, ni siquiera existían, Obama es un arma de atracción masiva en sí mismo.

Y puede apelar al que tal vez sea el mayor recurso de Estados Unidos: el dinámico espíritu innovador, emprendedor y esforzado, mezclado con el patriotismo cívico, que este país invita a adoptar a todas las personas, vengan de donde vengan. Ésa es la promesa que se resume en lo que Obama llamó, en su discurso de aceptación, "ese credo americano: Sí, podemos". El credo americano que proclamaban ante la Casa Blanca en la inolvidable noche del martes.

Si me preguntan si esto será suficiente para superar todos los obstáculos a los que hoy se enfrenta Estados Unidos, tengo que responder con toda sinceridad que, la verdad, lo dudo. Pero podemos volver a tener esperanza, y debemos tenerla. -

www.timothygartonash.com. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

La elección de Barack Obama ha abierto la puerta a una nueva concepción de la convivencia interracial en Estados Unidos.
La elección de Barack Obama ha abierto la puerta a una nueva concepción de la convivencia interracial en Estados Unidos.AFP

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