Feliz no cumpleaños
Si algún día yo llegara a ser Reina de España (sí, ¿qué pasa?: ¿acaso hay algo imposible después de haber visto a alguien como Bush dirigir el Imperio durante ocho años?) lo último que haría es recibir a Pilar Urbano. Además de por sus méritos como periodista, en lo que siempre ha destacado es en el arte de venderse a sí misma, algo exitosamente conseguido a lo largo de su larga y oportunista trayectoria de, digamos, biógrafa o cronista de personajes con tirón popular. Y -¡hale hop!- aquí está de nuevo. Convencida, como el ovoide Humpty Dumpty, de que el mejor regalo es el de no-cumpleaños, ha obsequiado a doña Sofía con un libro que no olvidará en los 364 días que le quedan para cumplir 71. El lanzamiento de su último magnum opus (sí, ya sé que es una broma fácil), con el que redondea una carrera editorial jalonada por "fenómenos de ventas", ha sido una operación de mercadotecnia tan perfecta (aprendan, aprendan) que, además de obtener la publicidad gratuita de todas las televisiones, ha conseguido que incluso este periódico que es el mío (y el suyo, improbable lector) casi se olvide del "otro" libro sobre la Reina (Doña Sofía, la Reina habla de su vida, de Carmen Enríquez y Emilio Oliva), publicado por Aguilar, una editorial del Grupo Santillana (que, como es sabido, mantiene una dura competencia con Planeta, la editorial del unbirthday present en cuestión). De que la señora Urbano es lista, está encantada de haberse conocido y nunca da puntadas sin hilo da buena cuenta el párrafo de la dedicatoria dirigido a "las mujeres y hombres" de una generación (y cita desde Iker Casillas a Felipe de Borbón, pasando por Leire Pajín, Soraya Sáenz de Santamaría, Sonsoles Espinosa, Carme Chacón y Letizia Ortiz Rocasolano) "que visteis mi libro La Reina en la mesa camilla de vuestras madres". Como ven, un prodigio de know how propagandístico. La señora Urbano conoce la faraónica incompetencia y falta de memoria de los "ojeadores" de la Casa Real que dieron el visto bueno al último opus, y, por tanto, estaba convencida de que la Reina no iba a "sacar tarjeta roja". Es tan astuta, por último, que ha conseguido que yo también le dedique este comentario de 402 palabras. De manera que aquí me tienen, contribuyendo (modestamente) a ingresar más dinerito en su insaciable butxaca, aunque tenga que destinar parte del resultado a la Obra.
El futuro presidente/a de la edición deberá pechar con importantes retos que van más allá de la contracción del mercado
Editores
No es por meter el cuchillo en la herida y después girarlo, pero me llegan rumores de que la tensión en el Gremio de Editores de Madrid (GEM) ha llegado a tal punto que entre sus miembros circulan secretamente muñequitas de vudú (como las de Sarkozy) con la imagen de los adversarios asaeteadas de agujas. Si todo continúa igual, cualquier día los vemos en La noria ventilando trapos sucios ante Jordi González, ese meritorio intelectual que no cesa de abrir nuevos horizontes al periodismo (¿para cuándo un contra-Pulitzer a la basura?). Y no es el momento, la verdad. Ignoro si, como explica el maestro Estefanía, la crisis va a tener forma de V (caída y pronta recuperación), de U (recuperación más lenta) o de L (batacazo y letargo a largo plazo), pero, sea como fuere, la contracción del mercado ya está haciendo pupa al sector del libro. Pronto habrá elecciones a la dirección de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) y, en virtud de una absurda tradición, esta vez le toca al GEM proponer candidato, de manera que convendría que entre todos (incluyendo a las tres más poderosas editoriales de libros de texto de España) llegaran a un rápido consenso. Eso para empezar. Luego vendrá lo difícil, que es refundar la FGEE para que los territorializados gremios no sigan siendo más importantes que las personas y que el conjunto de la edición. La unidad del sector es lo que le da fuerza ante la Administración (y no sólo la central), de manera que a ponerse las pilas. En este sector abundan editores (género epiceno) con solvencia intelectual y autoridad moral que podrían contribuir decisivamente a que la FGEE -o como quiera que la llamen- emprenda un nuevo rumbo. Entre otras cosas porque el futuro presidente/a de la edición deberá pechar con importantes retos que van más allá de la contracción del mercado, y que tienen que ver, entre otras gravedades, con la edición electrónica y la revolución de la propiedad intelectual. Lo que necesita la FGEE es el mejor consejo directivo posible (sin "cuotas" paralizantes) presidido por una especie de Obama o Hillary que vuelva a ilusionar. Y mucho.
Sonetos
Harto de la prosa del mundo -incluyo en ella el After Dark (Tusquets) de Murakami, un autor que casi siempre termina cansándome-, y celebrando que ya falta poco para que abandone el despacho un presidente que ha empezado dos guerras, no ha terminado ninguna, se ha esforzado para que la primera causa de bancarrota de las familias de su país siga siendo la imposibilidad de pagar las facturas médicas, y deja el cargo al comienzo de una brutal recesión iniciada ante sus narices, me refugio toda una tarde en la lectura de poesía. Comienzo con la meritoria traducción (en endecasílabos rimados) de los Sonetos de Shakespeare a cargo de Pedro Pérez Prieto, que ha publicado Nivola. Ha habido otros intentos de verter los versos del bardo al castellano utilizando el siempre frustrante molde de la rima: recuerdo, por ejemplo, la (incompleta) de Mújica Laínez o la más discutible de García Calvo. A ambas, sin embargo, prefiero esta de Pérez Prieto, sin notas y muy meditada técnicamente, que enfrenta el resultado con el original, de manera que el lector puede experimentar tanto la belleza como el inevitable abismo. Otros sonetos por los que me paseo son los del pornógrafo Aretino (traducción de Mario Merlino), compuestos para acompañar a los muy explícitos dibujos de posturas sexuales que Giulio Romano realizó hacia 1524. Ambos -sonetos guarrísimos y lúbricos grabados- pueden disfrutarse en el asequible volumen Los Modi y los sonetos lujuriosos (edición de Ana Ávila), publicado por Siruela. Termino la velada con los poemas (entre ellos, algún soneto) de Luis Alberto de Cuenca incluidos en Hola, mi amor, yo soy el Lobo... (Rey Lear), un título que proviene del célebre tema que compuso para la Orquesta Mondragón. Son versos -a veces cínicos, otras sólo desengañados, siempre inteligentes y a menudo políticamente incorrectos e irredimiblemente "masculinos"- que se leen con sonrisa y exigen la complicidad del lector ("me gustó imaginar, como a todos los hombres, / que la chica que amaba se acostaba con otros"). De Cuenca es, vaya por delante, uno de los mejores poetas de derechas de mi generación, lo que no debería sonarle a mezquino elogio, dada la cantidad de los mismos. Posmoderno de libro, en su poesía de experiencia y de "romanticismo feroz" subyacen, además de su enorme formación clásica, toneladas de cultura popular procesadas con talento, distancia e ironía. Y si todo esto, como decía Pound, no le parece un don del cielo, más vale que cambie de religión.
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