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Columna
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La guerra sucia de Feijóo

A cuatro meses de las elecciones, las encuestas constatan que la crisis pasa factura a un bipartito con crédito suficiente, infligiendo un desgaste controlable a los socialistas y dejando indemne al BNG. Los votos no suman para recuperar el escaño que falta. En esa tesitura, la máxima de Clausewitz sobre la guerra como continuación de la política por otros medios reverdece entre los populares, embalados en una sucia estrategia de acoso que mortifique a ambos socios por igual. La ofensiva pivota sobre dos flancos: el apocalipsis del castellano y la caricatura de una especie de Don Bipartito entregado al derroche en plena recesión.

Empezando por lo más grave, por sembrar el huevo de la serpiente del odio lingüístico, resulta evidente la comunión entre Galicia Bilingüe y Núñez Feijóo. La pintoresca asociación de presuntas víctimas de los gallegoparlantes se retroalimenta de otra minoría que se autoproclama propietaria exclusiva del idioma. La derecha gallega ha decidido convertir esa tensión lingüística marginal en un cisma social. A eso juega a veces el socialismo gallego. Primero tolerando entre sus filas destacados apóstoles del desprecio al gallego. Después practicando una incomprensible equidistancia al presentarse como garante de la libertad idiomática. Un discurso que da credibilidad a los apocalípticos: si el presidente dice que no tolerará imposiciones, será porque habelas hainas.

En esta dialéctica la derecha gana siempre: moviliza a los suyos mientras la izquierda se indigna

La minimización del gallego usa la marca bilingüismo cordial, patentada por Núñez Feijóo. Algunos ejemplos recientes explicitan su concepto de cordialidad: pedir que el Parlamento prohíba la utilización de Galiza y declarar ilegal que unos padres elijan que sus hijos estudien todo en gallego. Como diría Fernando VII, "vivan las cadenas". Frente a esa cordialidad, la respuesta no puede ser un presidente situándose como garante frente a las imposiciones de la derecha y los nacionalistas. La historia nos dice que sólo ha habido una imposición lingüística y la hizo la derecha. La realidad demuestra cómo el verdadero problema lo tenemos quienes queremos educar a nuestros hijos en gallego. Tampoco sirve pedir perdón por hacer cumplir la ley en materia lingüística. El gallego medio se pregunta por qué el socialismo no aplica el mismo ardor que exhibe en defensa de Educación para la Ciudadanía para sostener sin complejos lo obvio sobre la enseñanza del y en gallego: por supuesto que es obligatorio y se va a reforzar en el sistema educativo; porque lo dice la ley, es la voluntad mayoritaria y así funciona la democracia. Y si eso falla, queda citar a Carlos I de España y V de Alemania: "El hombre es tantas veces hombre cuanto es el número de lenguas que ha aprendido".

La otra ofensiva de Núñez Feijóo viaja en berlina. Que el mayor comprador de audis con cargo al erario público conocido por Europa persiga ahora tales prácticas con la pasión que el chiste atribuye a ex comunistas y ex fumadores, quedaría en otro chiste de no haber topado con la torpeza de Monte Pío en materia automovilística y de reforma de interiores. Primero entró en acción Presidencia, calificando el asunto como seguridad nacional. Pero Méndez Romeu no es James Bond y el argumento decayó. Luego se arguyó que Fraga lo hacía. Un argumento incontestable sólo si eres del PP. Luego montaron un tour a lo cubano por San Caetano, visitando lo que dejaba la autoridad. Finalmente habló el presidente, para denunciar una campaña contra él y anunciar la suspensión preventiva de un viaje institucional. Uno acusa al manirroto, el otro al acosador y entre todos dignifican la política. Una dialéctica donde la derecha gana siempre porque su electorado se moviliza mientras la izquierda se indigna.

Acaso las cosas funcionarían mejor con la vieja receta de más humildad, ir al Parlamento y practicar cierto examen de conciencia. Humildad para asumir que no importa quién las pida, dar explicaciones es la primera obligación de un gobernante. Hacerlo en el Parlamento por ser el lugar y si toca, reconocer un error e incluso pedir disculpas. El bipartito y Touriño debieran haber aprendido la lección dejada por los incendios de 2006: la guerra sucia se combate con transparencia democrática.

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