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Columna
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Decirles algo

Tengo mis dudas acerca de la eficacia de las campañas institucionales que se difunden puntualmente a través de los medios de comunicación o mediante anuncios colocados en lugares más o menos visibles. Por muy impactantes que sean los mensajes o las imágenes con que se acompañan, no creo que puedan resultar decisivas, dada su corta vida pública y lo exterior de su empeño, para cambiar el rumbo de determinados comportamientos personales y sociales, muy arraigados y cuya rectificación necesita, por ello, ser abordada de raíz y/o desde la lección uno de cualquier estrategia o sistema educativos. Con todo, tengo que reconocer que hay campañas institucionales más logradas, o que se presentan con más sustancia y fundamento que otras. La promovida por el Ministerio de Igualdad contra la violencia machista y con el lema Ante el maltratador, tolerancia cero me parece, en ese sentido, una buena campaña porque pone el dedo en la llega del silencio, que es un enemigo literalmente mortal de las mujeres maltratadas. Es una campaña contra el silencio que anima a las víctimas a denunciar siempre y al entorno de los maltratadores, a plantarles cara, a decirles de frente que no hay la menor hombría, sino todo lo contrario, antípodas de la hombría, en pegar a una mujer. El mensaje es, pues, claro: frente a los maltratadores no hay que callarse, hay que decir; decirles algo. Y en este mal asunto de la violencia de género la sociedad parece efectivamente avanzar -aunque a veces resulta a ritmo de tortuga- por esa senda del no silencio, por el camino de enfrentarse verbalmente a los maltratadores, de decirles algo. Decirles algo como una manera de implicarse o de significar que se está implicado, que la violencia machista no es una cuestión privada, sino pública, social, un asunto de todos.

Frente a determinados gestos de incivilidad callejera hemos pasado del decir al callar

Pero al titular esta columna Decirles algo yo no estaba pensando sólo en la campaña citada ni en la violencia de género, y quiero ahora extender ese título a otros territorios y comportamientos que también trascienden (en su origen y efectos) lo individual y que entiendo que requieren, por ello, una respuesta colectiva o común. Una respuesta que no hace tanto tiempo aún era visible, aún se producía en la calle de manera espontánea y que ahora ha desaparecido. (Ha desaparecido de las calles y presumiblemente también de muchos otros sitios: hogares o aulas). Porque si en la violencia de género estamos pasando del callar al decir, frente a determinados gestos de incivilidad callejera hemos pasado socialmente del decir al callar, del intervenir al inhibirnos. Y creo que no vendría mal apuntarse de vuelta, del modo más colectivo y pedagógico, al decirles algo.

Decirles algo a quienes, cada vez con más desparpajo o menos disimulo, orinan en cualquier lugar público, dejan perdida la calle de envases, envoltorios, chicles o cáscaras; surfean por las aceras con las motos, colonizan a golpe de decibelio desmedido el espacio aéreo de todos, es decir, la tranquilidad de cualquiera; maltratan a las palomas, escupen al suelo, y demás. A estos maltratadores de lo público y del más básico respeto ciudadano, que por desgracia se multiplican a ojos vista, habría que aplicarles también la tolerancia cero de esa campaña. Del modo más común y civil, en cuanto se produce la agresión, romper el habitual silencio y decirles algo.

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