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Tribuna:TRIBUNA
Tribuna
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Las ayudas del ICIC y la industria cultural

A raíz de las informaciones aparecidas relativas al instituto que dirijo desde el mes de febrero de 2007, me gustaría hacer algunas precisiones que ayudarían a interpretar el informe emitido por la Sindicatura de Cuentas de la Generalitat de Cataluña. El Instituto Catalán de Industrias Culturales (ICIC), creado en 2001, tiene entre sus objetivos fundacionales promover las industrias culturales radicadas en Cataluña. El tejido empresarial del sector cultural, de modo análogo al resto de la economía catalana, se halla constituido en su mayor parte por pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas microempresas, cuya actividad se ve condicionada en muchas ocasiones por la dependencia de un proyecto concreto.

En este sentido, escasa dimensión, orientación al mercado local, limitaciones financieras y fuerte dependencia de la Administración son atributos muy frecuentes de nuestra oferta cultural.

Una industria cultural potente es sólo posible cuando el mercado garantiza la solidez empresarial y, desafortunadamente, por limitaciones obvias, no siempre esto es posible para las industrias culturales catalanas sea cual fuere su lengua de expresión. El camino hacia el mercado es difícil y alcanzar la solidez es tarea reservada a pocos elegidos. En este contexto deben interpretarse las ayudas dadas por este instituto en el ejercicio de 2005 y analizadas por la Sindicatura.

No objetaremos nada al informe del tribunal de cuentas, presentamos en su momento las alegaciones oportunas y hemos recogido sus sugerencias (exigencia de auditoría oficial para justitificar gastos e ingresos en todos los proyectos, introducción de comités técnicos de valoración de riesgos y mejora de las liquidaciones con entidades privadas que facilitan datos de consumo cultural) de modo que el modelo de ayudas de 2005 hoy ha sido ya prácticamente adecuado por el nuevo equipo a las exigencias del informe gracias a la nueva regulación que en 2008 se ha hecho de las aportaciones reintegrables. Pero volvamos al horizonte de 2005 para interpretar las aportaciones reintegrables en toda su dimensión.

De entrada, la aportación reintegrable se concebía como un mecanismo de participación financiera en un proyecto cultural orientado al mercado y, por tanto, sujeto a un cierto riesgo empresarial. De algún modo, se intentaba introducir en la cultura del riesgo a una estructura empresarial más avezada a la subvención pública.

Así pues, se iniciaba el tránsito del "fondo perdido" a la responsabilidad empresarial, a la cultura del riesgo, lo que, indudablemente, resultaba crucial para establecer las bases de un nuevo sistema empresarial cultural y evitar comportamientos inerciales gravosos para las finanzas públicas y para el propio espíritu empresarial.

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Lógicamente, los resultados del proyecto condicionaban directamente los resultados del mecanismo de ayuda. Un fracaso empresarial suponía una limitación en la capacidad de retorno del proyecto. Y ahí estaba el riesgo de no devolución. Podría aducirse, indudablemente, que el fracaso del proyecto podría haberse anticipado. Sin embargo, calcular riesgos en proyectos culturales no es tarea sencilla.

Por una parte, los productos culturales gozan de una singularidad de la que no gozan otros productos de consumo generalizado. Grandes autores u obras se han estrellado ante su público potencial aparente, y al revés, producciones de poco recorrido se han convertido en éxitos de público memorables.

Por otra parte, el entorno cambiante, en particular el tránsito a la sociedad digital, ha resultado letal para ciertos segmentos de la oferta cultural especialmente apoyados por las aportaciones reintegrables. Las descargas y la piratería hundieron a velocidad de vértigo el mercado musical e hicieron añicos las razonables previsiones contenidas en los expedientes abiertos para financiar proyectos discográficos. ¿Quién habría previsto en 2005 el impacto de la diseminación de la banda ancha sobre la industria musical? Muchos menos, sin duda de los que anticiparon la crisis financiera e inmobiliaria, y en este terreno, ahí estamos...

La industria cultural es difícil, pero crea riqueza y en buena parte es el futuro, no sólo como fuente de empleo, sino como fuente de innovación. Es una actividad muchas veces de investigación y desarrollo cuyos efectos sólo se aprecian a largo plazo y, para ello, hay que invertir. El ICIC creció muy rápido y con instrumentos poco sofisticados. Hoy, el paso del tiempo nos ha permitido reconvertir esos instrumentos a una realidad muy dinámica. Probablemente, el informe de la Sindicatura recoge una realidad que ya ha cambiado, pero que era la existente en un momento determinado. No actuar entonces podía haber supuesto no poder actuar ahora.

Antoni Lladó es director del Instituto Catalán de Industrias Culturales (ICIC).

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