El pastor de buitres
Nos invitó Arturo San Agustín, alias El pianista del Majestic, a la presentación de su libro El buitre en el Tíber, en el que reúne conversaciones mantenidas con gente importante y variopinta sobre asuntos europeos. El evento tenía lugar en Beceite, provincia de Teruel, en la comarca del Matarraña, que es muy querenciosa por su paisaje ameno, por el silencio de los pueblos, donde abundan las casas nobles de robustos sillares, los palacios góticos y renacentistas, las iglesias, las ermitas y los castillos. Al cursarme la invitación me dijo: "Tú vente, que seremos cuatro amigos, el acto protocolario será breve, y luego cenaremos unos garbanzos que entusiasmaron a Buñuel, y a la mañana siguiente conocerás a Juan Ramón, el pastor de buitres". ¿Quién podía resistirse a ese plan y a la simpatía del pianista del Majestic? Yo, no. De manera que el sábado por la mañana me puse al volante y en el tiempo de decir "Jesús" ya estaba en Beceite. Llovía. El cielo tenía una luminosidad gris de acuarela empapada, las casas y árboles chorreaban y por las callejuelas desiertas serpenteaban regatos de agua y se formaban charcos. Dentro de los bares oscuros Nadal jugaba una eliminatoria de tenis. Llegó Arturo con su séquito de periodistas, entre ellos el gran fotógrafo Agustí Carbonell y el novelista Lázaro Covadlo, el de Conversación con el monstruo. En una dependencia municipal se celebró el acto, presidido por el joven alcalde Albert Moragrega, y en el que Arturo dijo cuatro palabras contadas (le tiene horror a hablar de sí mismo, creo). Luego nos fuimos a la fonda Antigua Parada de Roda, antiguo molino de aceite donde cenamos los famosos garbanzos y otros platos suculentos frente a una panoplia de fotos de Buñuel. Al día siguiente fuimos a ver los buitres.
Tras observar durante tres años el ritual de José Ramón los buitres se posaron en el suelo, cerca de él
Algunos estaban posados, unas manchas parduzcas sobre los pinos de los alrededores del Mas de Buñol, aguardando. Allí conocimos a su protector, José Ramón Moragrega (como el alcalde, es un apellido corriente en este pueblo), un hombre de 50 años de edad que volvió a su pueblo natal después de muchos años dando vueltas al mundo como marino mercante. En Beceite invirtió sus ahorros en una granja de conejos y se fue fijando en los buitres. Con el tiempo y la observación fue cogiéndoles cariño y se propuso vencer su desconfianza. El tema ha acabado siendo una obsesión, un fanatismo, la razón de su vida, un destino extraño. Cada día, los buitres, que son animales de una vista aguda, estuvieron observando el mismo ritual que José Ramón repetía invariablemente a la misma hora: abría la verja del mas, aparecía empujando una carretilla llena de conejos muertos, la vertía en el suelo, se iba por el mismo sitio con la carretilla vacía. Al cabo de tres años, por fin algunos buitres se decidieron a aparecer sobre los riscos que rodean el mas de Buñol y meciéndose en las corrientes térmicas planearon hasta posarse en el suelo, cerca de él. Esto ha venido repitiéndose cada día durante los últimos 20 años. Ahora se reúnen allí entre 200 y 500 buitres. El sábado, debido a la adversa climatología, no eran más de 100 o 150 buitres los que se apretaban en torno a José Ramón y su carretilla de carne. Era tal el agitarse de alas, el picar de sus picos, los saltitos torpes, el vuelo de plumas en torno al pastor de buitres, que era imposible contarlos. Estuvimos un rato observando a estas aves rapaces desde detrás de una lámina de vidrio del Centro de estudios y observación de aves Mas de Bunyol, hasta que se fueron subiendo una tras otra a un tronco muerto y batiendo las alas emprendieron el vuelo. Es un espectáculo sobrecogedor. El sitio es visitable, pidiendo hora.
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