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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Fiesta en Elèctric

Con motivo del 30º aniversario de la muerte de Jacques Brel se han subastado algunos artículos que fueron suyos, como un cuaderno, una pluma y una pipa: dice la viuda, Therese Michelsen, que eso da algo de vergüenza, y tenemos que darle la razón. Estos fetichismos son penosos. Ella misma, como heredera de Brel y directora de su fundación, exhumó con motivo del 25º aniversario cinco canciones inéditas. Algunos comentaristas le afearon la iniciativa, que en su opinión sería otro de esos "testamentos traicionados" contra los que Kundera alza la voz en su conocido ensayo. Pero la viuda replicó que esas cinco canciones no eran desechos, sino que Brel las grabó en el último año de su vida para integrarlas en su último y excelente disco Les Marquises; las descartó en el último momento, pero dando instrucciones de que se conservasen. "Jacques no grababa canciones para luego destruirlas", dijo. Se trata de Mai 40 -sobre la invasión de Bélgica por Alemania en esa fecha-, L'amour est mort, Sans exigences, Avec élégance y La cathédrale, lista de títulos que ya compone por sí misa una especie de texto poemático...

Con L'amour est mort el trovador volvió póstumamente, en tono melancólico, al tema que ya abordó en sus inicios, con algunos de los versos de desamor más coléricos y feroces que recuerdo: "L'amour est mort, vive la haine!/ Et toi, matériel déclassé/ va donc accrocher ta peine/ au musée des amours ratés!" (¡El amor ha muerto, viva el odio! ¡Y tú, material desclasado, vete a colgar tu pena en el museo de los amores malogrados!).

Yo sostengo que el nuestro es el tiempo del desprecio, y no el del odio, a pesar de los sólidos argumentos que en defensa de éste manejó Ramón de España en su inspirado ensayo El odio, fuente de vida y motor del mundo, donde identifica algunos de los más dañinos agentes difusores de odio; entre ellos, los berridos de los hinchas del fútbol, los discursos de Arzalluz, los musicales de Andrew Lloyd Weber y el peinado mullet, que consiste en llevar el pelo corto por los lados, frondoso por arriba y largo por detrás. (Húngaros, alemanes y gitanos sienten notoria inclinación por ese peinado que se inventó, dicen, David Bowie). He estado releyendo este libro hilarante para prepararme psicológicamente para la fiesta de presentación de Odio Barcelona (Editorial Melusina), a la que me invitaron la otra tarde en el CCCB, donde leían y se explicaban Emil Hakl y Patrik Ourednik, dos novelistas checos publicados por la misma editorial. En la lectura estaban los dos mejores traductores del checo: Monika Zgustová, traductora de Hrabal, y Fernando de Valenzuela, traductor de Kundera. Ambos han vertido al castellano el clásico de Hasek; la versión de Monika (que ya nos dio una en catalán, en Edicions Proa), Las aventuras del buen soldado Svejk, acaba de publicarla Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, y la de Fernando, Los destinos del buen soldado Svejk, la sacará El Acantilado próximamente. Estaba también Adriana Krásová, la muy activa y competente directora del centro checo de cultura en Madrid. Como Ourednik vive en París desde hace 24 años, le pregunté si conocía a Kundera. Sí. ¿Y podemos esperar de él que publique otra de sus magníficas novelas o ya ha tirado la pluma? Él no lo sabía; de todas maneras, K. pasa la mayor parte del año en las islas tropicales... No quise preguntarle en qué islas, no fuera en Hiva Oa, en las Marquesas, donde se retiró Brel y donde descansa, muy cerca de Gauguin. Me quedé desconcertado. ¿Kundera, tan cultura europea, tan checo y tan francés, prefiere el sol y las palmeras, como cualquier jubilado? Luego, recordando el París ruidoso, feo y odioso que describe en La inmortalidad, lo comprendí.

La fiesta de Odio Barcelona se celebró en el Elèctric, un tugurio de la Travessera de Gràcia, de atmósfera bohemia, que se llenó a rebosar de un público generacional, como el libro, que reúne ensayos y relatos de 12 autores jóvenes: Javier Calvo, Carol París, Robert Juan-Cantavella, Llúcia Ramis, Óscar Gual, Philipp Ángel, Matías Néspolo, Lucía Lijtmaer, Javier Blánquez, Agustín Fernández Mallo, Hernán Migoya y Eloy Fernández Porta. Algunos de esos nombres son los más sugestivos de la última literatura. Otros lo son menos. Unos exponen argumentos, y otros, sólo dengues y exabruptos. Pero ya sólo el título tiene un descaro iconoclasta refrescante y demuestra que las editoras, Ana S. Pareja y Carol París, andan sobradas de talento y de perspicacia para detectar el difuso malestar que provoca el narcisismo injustificado, y oponerle tan rotunda y divertida declaración.

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