Londres, más cerca de Roma
Muy pronto habrán desaparecido los obstáculos legales que desde hace 300 años separan a Londres, como capital británica
y solio de la Iglesia anglicana, de Roma, sede apostólica y capital del catolicismo. Un afeite constitucional permitirá a los católicos acceder, por fin, al trono británico.
En la primera mitad del siglo XVI se produjo por obra de Enrique VIII -un rey dado a
los matrimonios- la ruptura del catolicismo inglés con Roma, y a aquella ortopedia eclesiástica se le llamó anglicanismo, pese a que las diferencias doctrinales eran aún mínimas. Tras alguna efímera recuperación católica del trono, la protestantización del país se consumó
con la Revolución Gloriosa de 1688 y su reflejo en la Act of Settlement de 1701.
Se estableció entonces que solamente los descendientes de la princesa Sofía de Hannover, de fe protestante, podían reinar, a lo que se añadió que tenían que ser varones, si los había en la línea directa, hijos legítimos, y no haber matrimoniado con católico.
La disposición hacía igualmente imposible a un rastafari, budista o musulmán heredar el trono, pero a nadie se le ocultaba que la exclusión estaba pensada para las dinastías romanistas que, con su eje, inicialmente, en Madrid y Viena, y desde el siglo XVIII, en París, implicaban una visión del mundo opuesta
a la de la gentry, la burguesía campesina, noble o ennoblecida, que ha sido la espina dorsal de la gobernación de las islas Británicas hasta bien avanzado el siglo XX.
El fin de ese vestigio, que implicaba el rechazo de Roma, simboliza un cierto regreso de Londres a Europa, pero no menos hay que atribuirlo a la atenuación, por vía de indiferencia, del sentimiento religioso a ambos lados del canal.
No parece que la opinión del país vaya a conmoverse por ese movimiento normalizador, de puro sentido común, porque no hay trazas de que la antañona prohibición deba verse en lo inminente vulnerada. Si eso ocurriera, tendríamos la real medida de hasta qué punto los viejos demonios familiares de Europa han sido conjurados. Pero, tras la reforma legal, el Reino Unido será, sin duda, una monarquía un poco más europea.
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