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La carrera hacia la Casa Blanca | El tercer debate electoral

Un formato rígido dejó al republicano McCain sin pegada

Numerosas críticas al moderador, que apenas permitió preguntas del público

Juan Jesús Aznárez

La crisis económica y las numerosas prohibiciones del segundo debate presidencial impidieron que las 80 personas invitadas a su desarrollo en la Universidad de Belmont aplaudieran, abuchearan, gesticularan o manifestaran sus preferencias electorales. Fueron figurantes que apenas sirvieron a John McCain para demostrar su pegada en los formatos town hall (reunión de vecinos). El candidato republicano no pudo interactuar con los votantes, obsesionados por la crisis, no hubo con ellos un mínimo toma y daca. La mera exposición de propuestas volvió a beneficiar al licenciado de Harvard y aspirante demócrata: el hombre de la voz grave y bien timbrada, Barack Obama.

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Los contendientes aceptaron el corsé, y el moderador del town hall, Tom Brokaw, periodista de la cadena NBC, no hizo sino mantenerlo ceñido, sin permitir el diálogo con el público, ni las réplicas entre los aspirantes a la Casa Blanca, que fueron contadas. El peripatético careo defraudó al bando republicano porque lo había imaginado animado y flexible, propicio para la capacidad de seducción de su jefe de filas en los espacios cortos, en la amigable charla vecinal. Fue el debate peor moderado de la historia. La audiencia de la universidad y todos los estadounidenses deberían sentirse estafados, según un asesor de McCain, que acertó con su cálido acercamiento a un veterano interesado en conocer si bombardearía Irán antes de que arme una bomba nuclear.

El menor margen de maniobra de McCain era previsible, porque el debate incorporó restricciones ausentes en los frecuentes contactos del candidato republicano con sus electores, que en ocasiones revisten la modalidad de dinámicas conversaciones sobre variados asuntos de actualidad. Pero el segundo debate presidencial no podía ser así. Había mucho en juego, el tiempo era muy limitado y las reglas del juego habían sido aceptadas por las dos partes, aunque es cierto que Brokaw parecía meter una pregunta suya por cada uno del público, según el analista Byron Cork.

Nuevamente, la urbanidad expositiva fue notable, y McCain renunció a invocar las amistades peligrosas de Obama, pese a que en un momento fue un poco faltón. Sucedió durante el cruce de opiniones sobre una polémica ley energética. El republicano preguntó: ¿Saben quién votó a favor? Ése, respondió, señalando hostilmente a Obama. ¿Saben quién voto en contra? Yo. Los ayudantes de McCain niegan que hubiera falta de respeto. Fue una chispa de humor, dijeron. Nadie sonrió. Pequeños detalles, pequeñas cargas de profundidad. Antes de comenzar el debate, en el pequeño barullo de las presentaciones, el senador de Arizona se las arregló para no estrechar la mano de su oponente.

Los dos se vendieron próximos, confiables. Oliver, déjame que te explique en qué consiste el plan de rescate (Obama). Muy buena tu pregunta, Oliver (McCain). El republicano aguarda su turno atento, de pie o sentado; McCain tomaba notas, hacía garabatos o miraba hacia otro lado con cierta frecuencia. ¿A quién nombraría secretario del Tesoro?, le preguntó el moderador. A ti no, Tom, respondió el republicano. Posiblemente no tenga que hacerlo porque, si las encuestas aciertan, el nuevo presidente de Estados Unidos será Barack Obama.

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