Y al séptimo día, la grandeza
Lanvin deslumbra en el cierre de la semana de la moda de París
Tuvo que ser el último día cuando la semana de la moda de París cogiera altura. Ayer, dos magníficos desfiles, Louis Vuitton y Lanvin, cerraron el calendario. En un escenario marcado por la recesión económica, dos hombres triunfaron al no acongojarse ante la adversidad y plantarle cara con espléndidos (y dispares) retratos de la capital francesa. Íntimo y sentimental fue Alber Elbaz para Lanvin y pícaro y caricaturesco, Marc Jacobs en Vuitton.
Elbaz es un israelí que se ha ganado a pulso el cariño de París, pero la de ayer fue seguramente su mejor obra. Un delicado tributo a la exquisitez y el garbo. La composición fue creciendo a partir de siluetas concisas y se vistió a sí misma: pasó de la desnudez de un vestido color maquillaje a la riqueza de otro enteramente bordado de cristales. Resulta difícil definir la estructura de las prendas. Elbaz sopló sobre la organza y el satén y los hinchó, plisó y frunció creando temblorosos merengues que las dotaban de un dinamismo inaudito, sensacional. Cada nueva ocurrencia parecía más magnífica que la anterior, desde los exagerados zapatos hasta las combinaciones de colores (una escalera de tres tonos de rosa, morado con turquesa...) o los recurrentes bombachos (por una vez, sutiles y elegantes).
El desfile de Louis Vuitton fue frenético, excitante y poderoso
En la primera semana del prêt-à-porter tras la muerte de Yves Saint Laurent en junio, Elbaz se reveló como su más digno heredero. Una hora después, Miu Miu (segunda línea de Prada) también abogó por un chic quebrado y nuevo, pero Elbaz demostró por qué cuando Yves decidió diseñar sólo alta costura le eligió a él para que se ocupara de la colección comercial. En todo caso, ayer fue otro, un estadounidense, quien de verdad se atrevió a jugársela con su legado. Aunque Marc Jacobs negó que su colección para Louis Vuitton fuera exactamente un homenaje al maestro: "Es una mezcla de muchas cosas: Belle du jour, África, Josephine Baker, Oriente, David Bowie. Un homenaje al exotismo tal como lo entiende París", apuntaba encaramado a sus tacones. Pocos han traído tanto aire exótico a París como Saint Laurent, a quien costaba no recordar ayer mientras Edith Piaf cantaba: "Eres lo que más echo de menos, mi amor".
Los colores fueron desérticos, como tantos otros esta semana, pero más densos y dramáticos. Picantes como el pimentón, ardientes como la arena al sol. Las prendas, riquísimas, mezclaban más tejidos de los que mano podía anotar. Retales de piel, lentejuelas, crepé y encaje se combinaban en minúsculas faldas. Y eso sólo era una pequeña parte del atuendo, que se completaba con chaquetas estructuradas de hombros puntiagudos, gigantescos pendientes, pulseras y collares, tacones de gladiadora y, claro, los bolsos de los que vive la casa, convertidos en un amasijo de leopardo, logos y charol. Si suena frenético es porque lo era, pero también excitante y poderoso. "Me gustaba la mezcla de lo elegante y lo vulgar", apuntaba Jacobs. "La forma en que Loulou de la Falaise combinaba ropa de Saint Laurent y de mercadillo".
Otro de los favoritos de la ciudad, John Galliano, no estuvo a la misma altura con la colección que presentó el sábado para su propia marca. Se podría hablar de un paseo por Buckingham Palace con paradas en la garita del guardia, la habitación de la difunta reina madre y el punki que holgazanea en el parque, pero las referencias no resultan muy ilustrativas en este caso. A pesar de la aparatosa puesta en escena, la ropa fue de lo más simple. Como manda la temporada, se trató casi exclusivamente de faldas y vestidos desestructurados. Con inequívoca vocación comercial, el diseñador de Dior se concentró en lo que sabe que le funciona: su sensibilidad para el color y su hábil manejo del corte al bies. No fue un derroche de imaginación ni de creatividad, pero (para eso están las fórmulas) cumplirá con su cometido.
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