_
_
_
_
Reportaje:Signos

Un inglés llegó a Madrid

Tim Parfitt relata sus tribulaciones en España en el libro 'Mucho toro'

Tim Parfitt era un inglés que llegó a España a finales de los años ochenta. Aquel súbdito de su graciosa majestad arribó al país de la Armada Invencible, a la tierra que hizo de la caza y ahorcamiento de corsarios un deporte. Es cierto que habían pasado varios siglos de aquello. Parfitt no esperaba ser perseguido ni atacado en mitad de la Gran Vía madrileña. Sin embargo, una intuición, leve y recóndita como las corazonadas que siempre acaban por cumplirse, le llenó de terror. Los madrileños le querían matar a base de invitarle a comilonas y de atiborrarle con piernas de cordero, todas las variedades gastronómicas del cerdo, criadillas, paellas y fabadas. Parfitt cuenta las tribulaciones que vivió en un país que le desconcertaba en su libro Mucho toro, que acaba de publicar la editorial cordobesa Almuzara.

"Estábamos disfrutando de lo que quedaba de la movida madrileña"

El libro, que fue editado antes en inglés, relata cómo Parfitt se trasladó a Madrid para ayudar a lanzar la versión en español de la revista Vogue. Tenía previsto quedarse seis semanas en Madrid. Las seis semanas se convirtieron en nueve años en los que Parfitt aprendió a dormir pocas horas, a zamparse plato tras plato en interminables almuerzos que acababan hacia las cinco de la tarde y a lidiar con españoles que le ofrecían su casa pero nunca le invitaban a ella. También aprendió a no impacientarse por larguísimas despedidas que se prolongaban en mitad de la calle o a aguantar sin pestañear cuando un señor le decía, convencido, que era descendiente del rey Don Pelayo.

Cuando llegó a España, Parfitt sólo conocía "un poco de Cataluña". "Mis padres tenían un apartamento en Sitges. No conocía Madrid. No hablaba ni una palabra de español. Tenía la misma visión de España que suelen tener los guiris. Pensaba que España era playa, sol, sexo y sangría", comenta el autor de Mucho toro.

La primera sorpresa que le deparó Madrid fueron los lugares y horarios de las comidas. Parfitt esperaba comer en un restaurante acogedor y tranquilo. Y le llevaron a una taberna oscura, llena de colillas y humo, donde le servían jamón curado, queso manchego, pimientos morrones y "testículos fritos". "Esperaba comer a las doce y media del mediodía. Y tenía que esperar hasta las tres menos cuarto. Luego, volvíamos a la oficina a las cinco y media. Me comí las criadillas porque tenía mucha hambre. Yo pensaba que eran croquetas", evoca Parfitt, que vive en Barcelona y es director general de Prisma Publicaciones.

A "los almuerzos de tres horas" se sumaban las cenas reiteradas. Parfitt cenaba según el horario británico y luego se lo llevaban a meterse más comida entre pecho y espalda y a tomar copas. "Como tenía problemas de comunicación, sólo podía comer. Las cenas me afectaban al sueño. Fue un primer año de comidas incontroladas", resume.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La España por la que paseaba "rebosaba libertad tras una larga noche de gobierno autocrático" y, sobre todo, gracias a la cercana expectativa de un año, 1992, que iba a ser mágico con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. "Estábamos disfrutando de lo que quedaba de la movida madrileña y acariciando el futuro que se avecinaba en 1992. Esta fiesta que se vivía en España era para mí más llamativa porque 1987 y 1988 fueron años de recesión en Londres", agrega Parfitt.

Los continuos y protocolarios llamamientos a la hospitalidad de los españoles ("mi casa es tuya") le sacaban "de quicio". "Los españoles no hacen fiestas en su casa. Las hacen en restaurantes, bares y hoteles. Nadie me invitó a ninguna casa", explica. Las fiestas continuas de un mes de mayo en el que el Día del Trabajo, la Guerra de la Independencia y el recuerdo de San Isidro se entrelazaban como un carrusel también le llamaban la atención. Parfitt aún no se ha acostumbrado a los puentes y los acueductos que libran al español de la oficina.

Pero éstos sólo son algunos de los aspectos del libro, por el que desfilan la brusca efusividad de los españoles, con sus gritos, palmadas y braceos, las pintorescas características de los pijos de Madrid o el orgullo por antepasados que se pierden en las brumas del tiempo. Esto y mucho más da cuerpo a este entretenido libro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_