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Reportaje:OPINIÓN

Soberbia seguida de némesis

Resulta irónico que Bush, que llegó a la Casa Blanca para fortalecer el poder nacional soberano e ilimitado, haya presidido su debilitamiento militar, económico y de capacidad de atracción

Timothy Garton Ash

El hombre que se propuso fortalecer un poder nacional sin límites lo ha debilitado en sus tres dimensiones.

Ahora que la campaña emprende a toda velocidad un crescendo hasta las elecciones, merece la pena detenerse a hacer un balance definitivo sobre el 43º presidente de Estados Unidos. Ustedes, ¿qué dirían?

Yo resumiría sus dos mandatos en cuatro palabras: soberbia seguida de némesis.

Recuerden la música ambiental de hace ocho años: la mayor potencia que el mundo ha visto nunca, Roma con esteroides. Un sistema internacional supuestamente unipolar, la adopción sin reparos del unilateralismo por parte de Washington. Estados Unidos como Prometeo liberado, según el comentarista neoconservador Charles Krauthammer. Los banqueros de inversiones de Wall Street dominando el mundo financiero como los generales del Pentágono dominaban el mundo militar y los profesores de Harvard el del poder blando. Amos del universo. La personificación de aquel momento de orgullo desmedido: George Walker Bush.

Recuerden la música de hace ocho años: la mayor potencia que el mundo ha visto nunca, Roma con esteroides
Bush parecía no saber lo que significaba multilateral, pero esta semana, en la ONU, utilizó el término 10 veces

Y ahora, la némesis. La ironía de los años de Bush es que un hombre que llegó al cargo decidido a celebrar y fortalecer el poder nacional soberano e ilimitado ha presidido el debilitamiento de ese poder en las tres dimensiones: militar, económica y de poder blando. "No estoy convencido de que estemos ganando la guerra en Afganistán", dijo el almirante Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor ante un comité del Congreso a principios de este mes. Muchos de los que están sobre el terreno dirían que eso es un eufemismo. La inmensa y culpable distracción de Irak, la guerra decidida por Bush, deja a Estados Unidos -y, con él, el resto de Occidente- al borde de perder la guerra que era necesaria. Aquí, en Afganistán y Pakistán, están reapareciendo los enemigos yihadistas que atentaron contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Con su mal uso del poder militar estadounidense, Bush lo ha debilitado.

Desde el punto de vista económico, la presidencia de Bush termina con una crisis financiera como no se veía desde hacía 70 años. Los orgullosos conservadores partidarios de la desregulación (entre ellos, desde hace mucho, John McCain) están llevando a cabo en estos momentos una nacionalización parcial de la economía estadounidense que provocaría el sonrojo incluso a un socialista francés. Un rescate efectuado por el Gobierno que ascenderá a un total próximo al billón de dólares, más el coste acumulado de la guerra de Irak, impulsará la deuda nacional por encima de los 11 billones de dólares. Los buques insignia de Wall Street quiebran o tienen que ser rescatados, con ayuda del Gobierno o con dinero extranjero. Los ciudadanos corrientes, en su mayoría, se sienten más pobres y menos seguros.

El declive del poder blando -la capacidad de atracción- también ha sido drástico. El sondeo realizado por Pew con el nombre de Pew Global Attitudes Survey registra un descenso espectacular en todo el mundo de las opiniones favorables sobre Estados Unidos desde 2001. El mapa tiene altibajos, por supuesto, pero la antipatía va más allá de las políticas del Gobierno de Bush e incluye cosas como "la forma norteamericana de hacer negocios" y "las ideas de Estados Unidos sobre la democracia". Irak ha sido una pieza fundamental en esta caída de la credibilidad y el atractivo de EE UU. Cuando George Bush denuncia a Rusia por invadir un país soberano (Georgia), como volvió a hacerlo el martes en la ONU, en todo el mundo se oye un grito de "farsante". Ahora, el capitalismo de libre mercado de estilo estadounidense ha recibido un nuevo golpe, y algunos modelos alternativos parecen atraer más.

El fin de semana pasado, cinco ex secretarios de Estado norteamericanos, dos demócratas y tres republicanos, se reunieron para discutir el futuro de la política exterior estadounidense en un debate televisado por CNN. Al preguntarles Christiane Amanpour cuál creían que debería ser la principal preocupación del nuevo presidente, Colin Powell respondió: "Restablecer un sentimiento de confianza en los Estados Unidos de América". Madeleine Albright añadió que el mundo de 2009 estará lleno de problemas "que sólo podrán resolverse en colaboración con otros países". Y todos, republicanos y demócratas, proclamaron que "hay que cerrar Guantánamo".

Ahora, hasta George Bush parece estar de acuerdo con esta crítica de George Bush; y no me refiero sólo a las especulaciones de que el padre, en privado, desaprueba lo que hace el hijo. Hace ocho años, el presidente Bush hijo parecía no saber casi lo que significaba la palabra multilateral; esta semana, durante su discurso de despedida ante la ONU, utilizó la palabra multilateral 10 veces.

Desde luego, no todo el caos actual puede achacarse a Bush. Él no es responsable del histórico ascenso de China, ni del odio de los terroristas yihadistas hacia Occidente. Pero muchas cosas sí son culpa suya. En la Biblioteca Truman de Independence, Misuri, se puede ver todavía el letrero en cristal pintado que el presidente Harry Truman tenía sobre su mesa del Despacho Oval: "The buck stops here" ("La responsabilidad es mía"). (En la parte posterior dice: "Soy de Misuri"). La responsabilidad es mía. El contraste entre el presidente de Misuri y el presidente de Tejas es penoso. Buen juicio, prudencia, visión, honradez, todas las cualidades que el 33º presidente poseía de forma tan clara, mientras Estados Unidos reconstruía el mundo después de 1945, han estado marcadamente ausentes del número 43.

Irak, la mayor metedura de pata estratégica de Estados Unidos en 30 años, es culpa de Bush. La responsabilidad es suya. Y cuanto más sabemos del asunto, más patente resulta que se llevó a cabo con una mezcla de engaño y mentiras. El periodista Ron Suskind acaba de publicar un nuevo libro en el que relata cómo, en vísperas de la guerra, los servicios británicos de inteligencia obtuvieron acceso exclusivo al responsable de los servicios secretos de Sadam Husein, Tahir Jalil Habbush. Éste les dijo lo que, después, resultó ser verdad: que Sadam había abandonado su programa de armas de destrucción masiva pero no quería reconocerlo, porque estaba obsesionado con mantener a sus enemigos regionales, como Irán, en un estado de miedo e incertidumbre. Esa versión la corroboraba también el ministro iraquí de Exteriores, al que habían tenido acceso los servicios de inteligencia franceses. La Casa Blanca de Bush y Cheney ignoró ambos informes y prefirió los suministrados -y, según se supo luego, inventados- por una fuente de los servicios secretos alemanes cuyo nombre en clave era Bola con efecto. Con efecto, desde luego.

Algunas de las cosas que cuenta Suskind se han puesto en tela de juicio, pero la historia fundamental no permite dudas. La Casa Blanca de Bush y Cheney comenzó deliberadamente una guerra sobre una base fraudulenta, suprimiendo y distorsionando pruebas muy importantes en contra. No importaban los hechos. Como le dijo a Suskind un alto miembro de la Administración: "Somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad". Pocas veces se ha expresado mejor el orgullo desmedido.

Algo similar ocurrió en Wall Street con la vertiginosa falta de realidad de una banca de inversiones hiperdotada de fondos ajenos durante el último decenio. El lema de los financieros también habría podido ser Creamos nuestra propia realidad. Una vez más, la némesis sucede a la soberbia como la noche al día. La Casa Blanca no fue directamente responsable de lo que ahora se considera una increíble irresponsabilidad financiera, pero sí lo fue de no haber supervisado y regulado su actuación, algo que incluso el propio John McCain reconoce ahora, al menos de forma implícita. La responsabilidad fue suya.

En cuanto al declive del poder blando estadounidense, eso sí es algo de lo que George Bush tiene directamente la culpa. Su arrogancia, su unilateralismo, su falta de sensibilidad, todo el tiempo que ha pasado negando la necesidad de actuar urgentemente respecto al cambio climático, son factores que han contribuido a hundir la credibilidad de Estados Unidos en el mundo. Con otro presidente habría sido distinto.

Hace años que vemos a los que odian a Estados Unidos quemar y maltratar efigies del presidente Bush. La verdad es que los antiamericanos deberían levantarle estatuas doradas. Porque nadie ha ayudado más a la causa del antiamericanismo que George Walker Bush. Somos los que queremos y admiramos a Estados Unidos quienes, en realidad, deberíamos quemar su efigie. Pero ahora, por fin, podemos confiar en un Estados Unidos mejor. -

www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

El presidente estadounidense, George W. Bush, en una comparecencia en la Casa Blanca.
El presidente estadounidense, George W. Bush, en una comparecencia en la Casa Blanca.AP

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