Diputados en el tajo
Un debate sobre política general en las Cortes es un acontecimiento que condensa nuestra vida pública y contribuye a revitalizar durante unos pocos días una institución que no atraviesa sus mejores momentos debido, sobre todo, al peso hegemónico y al liviano interés del PP por la actividad parlamentaria. Así se ha denunciado una vez más en el aludido debate celebrado esta semana y del que se ha dado cumplida noticia en estas páginas. Nosotros nos ceñiremos aquí a glosar algunos aspectos personales de sus principales agonistas observados en el hemiciclo.
Y como es procedente debemos comenzar por el presidente Francisco Camps, un absentista de la Cámara, que no podía eludir esta comparecencia capital, a la que ha acudido, según hemos apreciado, más suelto de palabra y con la madurez que solo decanta el ejercicio del poder como oficio. Ello le permite dosificar el almíbar, la acidez y aún el desdén en sus intervenciones, que parecen haberse sacudido buena parte del tedio que suele amuermarlas. Un político puede tener muchos defectos, pero no el de aburrir al personal, aleccionaba aquel truhan que fue Richard Nixon. No obstante, algo y aún mucho empalaga esa imagen de don Perfecto que nuestro hombre cultiva, blindándose contra la menor crítica, y no digamos autocrítica, lo que quizá complazca a sus devotos, pero le priva del crédito que le otorgaría cierta ponderación y humildad. Una de sus ocurrencias más notables desde la tribuna, en esta ocasión, ha consistido en alentar al PSPV a que pasase el Rubicón y se sumase al valencianismo, bien entendido, suponemos. ¿Acaso no lo pasaron lustros ha?
Ángel Luna, el portavoz socialista, desplegó de nuevo su capacidad parlamentaria, hoy por hoy difícilmente igualable en el seno de su partido. Sólido en sus argumentos, enérgico en la formulación y tan claro como oportuno, pudo haber amenizado -además de profundizado- el debate con sus réplicas si la pintoresca señora que preside la cámara, Milagrosa Martínez, tuviere criterio institucional, no confundiese el reglamento con un corsé y su papel moderador con el de guardián de sus intereses partidarios. Ignoramos el desenlace de la pugna que hoy se resuelve por el liderazgo del PSPV, pero a nuestro entender sería una temeridad prescindir de este síndico capaz de haber sintetizado y satirizado la política conservadora en tan revelador lema: "Glamour, corte de cinta y deuda". Por fortuna, el centrismo que postula no le ha menguado el ingenio.
Lo peor de la izquierda fetén, tan hecha unos zorros, es el sobreesfuerzo que siempre ha de hacer para defender su presencia y testimonio en cualquier espacio público. Ha sido el caso de Mònica Oltra, la voz de Compromís, acuciada por el fardo de críticas a la gestión del Consell y el muy limitado tiempo para exponerlas desde la tribuna y ante las cámaras de televisión. Nadie podrá negar el rigor de la reflexión, pero no se puede volcar todo el alegato a esa velocidad, sacrificando el efecto mediático, el único útil, dado el desdeñoso trato que el titular del ejecutivo otorga al mentado grupo parlamentario. A pesar de ello, de entre esa batahola de cifras y palabras, una lanzada queda para el recuerdo: el presidente, afirmó, se mueve en entre "Mundo Ilusión y el Muro de las Lamentaciones". Tocado.
Y por último, Ricardo Costa, el intrépido portavoz del PP, que tanto ha de mortificar a ese puñado de diputados inteligentes populares -sí, los hay- que han de aplaudir sus desmañadas peroratas por imposición disciplinaria y necesidades del guión. En el pecado les va la penitencia.
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