El español, ¡qué gran Lengua!
Lengua del pueblo y de poetas, lengua de la intimidad y de la plegaria, lengua castiza y entrañable, lengua magnífica... hasta ahí. Hasta ahí habían sobrevivido nuestras lenguas mientras fueron reprimidas y así deberían, para algunos, mantenerse ahora: en conserva, en un recoleto conservatorio. Para rezar o chismorrear bueno era el catalán, pero para la microbiología o para la filosofía, seamos serios, para eso era necesario el castellano. (Hoy este argumento serviría para quienes proponen hacerlo todo directamente en inglés).
En algún lugar, irónicamente, yo argumenté exactamente lo contrario: que se debía rezar y chismorrear en castellano, pero que para la ciencia o la teoría deberíamos usar el catalán. Era el año 1969, de modo que decidí publicar en catalán una tesis doctoral que, ¿cómo no?, tuve que redactar en castellano para poder presentarla.
Para tener una lengua parece que hay que tener un Estado. Pues, bien, tengamos un Estado catalán
"No es lo mismo conocer la lengua de modo más o menos sobrevenido -dice Savater- que estudiar en ella y aprovechar todos sus recursos expresivos y bibliográficos". ¡Y cuánta razón tiene! Sé bien de la riqueza expresiva y literaria que se tiene cuando se escribe sobre temas culturales en la misma lengua en la que se pedía sopa en casa: cuando la llamada lengua 1 (materna) y la lengua 2 (académica) coinciden. En mi caso no coincidieron y al escribir noto esta carencia. Una carencia que espero no sientan mis hijos de 11 y 12 años, que ya hablan gallego con su madre, catalán conmigo y castellano en la escuela de Santiago. Sólo falta que tengan como asignatura el portugués para que nazcan con "todos los recursos expresivos y bibliográficos" de cuatro lenguas.
Pero es curioso: lenguas como la española o la francesa, que hasta ahorita se defendían por su universalismo frente a las lenguas vernáculas, apelan hoy a argumentos particularistas y reclaman la protección política del Estado. ¿Será que ahora, cuando nosotros vamos olvidando estos argumentos y defendemos el catalán en la escuela por razones de "cohesión social", ellos se han vuelto como catalanistas rancios que defienden el castellano o el francés por razones de "cohesión política o cultural"?
Así parecía sugerirlo un artículo aparecido en este mismo periódico: "Los españoles no somos tan fuertes como para olvidarnos de esta función política de la lengua. A mi modo de ver no se trata de un prurito nacionalista, sino de una legítima necesidad de los pueblos de permanecer". Sí, han leído ustedes bien: "una legítima necesidad de los pueblos a permanecer". Pero ¿cuáles son esos pueblos y lenguas con tal derecho?
Alguien dijo que "una lengua es un dialecto con un Ejército". Menos explícitos y belicosos, algunos españoles que redactan manifiestos parecen entender que "una lengua es un dialecto con Estado". Pues bien, si esto es lo que necesitamos los catalanes para tener también nosotros una lengua, consigamos ese Estado, que lo demás ya nos será dado (y reconocido) por añadidura. A eso nos llevan los propios argumentos de Fernando Savater: "Porque el busilis de la cuestión -nos dice- no es el bilingüismo, desde luego, sino el biestatismo que los nacionalistas pretenden imponer a sus autonomías".
Y esto es lo que tácitamente entienden tantos nacionalistas españoles que no se asombraron ni escandalizaron cuando al ir a vivir a Francia tuvieron que aprender francés, italiano en Italia o alemán en Alemania. ¿Y en Catalunya? En Catalunya no, Catalunya es otra cosa. Ahora que los funcionarios españoles tienen que aprender lenguas europeas para trabajar en la Comunidad, sigue pareciéndoles un agravio o un atentado a sus derechos adquiridos el que aquí, en Catalunya, deban aprender el catalán.
"Pues nada, consigamos que no lo sientan como un agravio; seamos un vulgar Estado más". Esto es lo que pueden ir pensando muchos catalanes -no necesariamente nacionalistas- al comprobar que no les queda otra si no quieren inquietar o irritar a los españoles cuando reclaman los derechos y medios indispensables para enfrentar desde la inmigración hasta la educación y la cohesión del país.
¿Que si somos una nación? Dejémosles a ellos estos discursos esencialistas, en el que españoles y franceses parecen ahora tan interesados, y contentémonos con alcanzar el banal estatus de Estado ante el que ya nadie se ofenda ni se sienta literalmente "tirado de la lengua".
Por lo que respecta al castellano... Pues sí, pese a los costes que para mí ha tenido su imposición, yo cada día agradezco a los dioses poder leer a Cervantes, a Gracián o a Quevedo con la naturalidad con la que nunca podré leer a Shakespeare. O poder hablar con los hispanoamericanos con los sobreentendidos y la complicidad que nunca tendré con un norteamericano o un francés.
El español, ¡qué gran Lengua! Sólo nos falta que también España pase a ser un gran Estado vecino.
Xavier Rubert de Ventós es filósofo.
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