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Elogio de la bravura en el puerto de Somosierra

Conmemorar una derrota puede parecer masoquista. Pero la recreación, ayer, de la batalla de Somosierra -500 figurantes de siete nacionalidades, 40 caballos y sus jinetes, artilleros e infantes- en la que las armas españolas fueron derrotadas el 30 de noviembre de 1808, resultó ser, sin embargo, un acto de suprema caballerosidad, valor equivalente hoy al de la deportividad máxima. La misma que mereció, precisamente, la caballería polaca que en el madrileño puerto de alta montaña, conexión natural de las dos mesetas españolas, se enfrentó hace dos siglos a sable contra la artillería española y logró desmantelar las cuatro baterías de 16 cañones que guarecían el paso frente a 25.000 hombres de Napoleón Bonaparte. Tras su victoria, el Emperador, que dirigió personalmente la batalla, conquistó Madrid, a 93 kilómetros.

Napoleón Bonaparte se llamaba ayer Demetrio Calviño
Miles de personas presenciaron cómo se enfrentaban los actores disfrazados

Napoleón Bonaparte se llamaba ayer Demetrio Calviño. Tocado de sombrero de fieltro de dos picos con escarapela tricolor, levitón gris perla y guantes de gamuza, guiaba las riendas de su caballo tordo por las empinadas cuestas de la vaguada segoviana del puerto de Somosierra. A su lado, edecanes de emplumados morriones y casacas fileteadas de oro de los húsares; dragones de casco con negras crines; mariscales de lustrosas botas, muchos de ellos franceses encantados de volver a visitar España.

Contemplaba Bonaparte el progreso de sus fusileros de casaca azul marino sobre el escarpado terreno, mientras los españoles, bajo su bandera blanca aspada por la cruz roja de San Andrés, confiados con la montaña a su espalda, hacían vomitar fuego desde sus cañones y mosquetes emplazados en puntos estratégicos de la inclinada ladera.

El general Benito San Juan -ayer Jesús R. de Burgos-, para cortar el paso al corso, cuyos 25.000 hombres avanzaban imparables rumbo a un Madrid acrecido por el coraje de sus gentes el Dos de Mayo de 1808, había reclutado a marchas forzadas un ejército de unos 5.000 hombres, a quienes desplegó con escasa munición, sin abrigo ni pertrechos, por la falda de Somosierra. Pese a ello, los españoles detuvieron el paso de dos cuerpos de Ejército imperiales, victoriosos en Tudela y Burgos, con el fuego de sus 16 cañones.

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Fue entonces cuando el talento militar de Napoleón, herido en su orgullo por el levantamiento popular madrileño de mayo y por la derrota de Bailén en julio, tuvo un genial destello y dio el protagonismo de la jornada a 120 jinetes polacos de la Caballería Ligera del emperador. En medio de la niebla que envolvía como un sudario el puerto de Somosierra, aquellos valientes dieron rienda a sus caballos y, provistos sólo de sables, cargaron cuesta arriba contra los artilleros y sus cañones. La furia del embate, evocada ayer, fue formidable.

Los combatientes españoles confiaron en que la montaña protegía sus espaldas, pero sucumbieron al arrojo de los polacos, que ayudaban a Napoleón porque éste les había prometido la unificación de Polonia, despedazada desde 1772 entre Rusia, Austria-Hungría y Galitzia (hoy parte de Ucrania). Por ello, aquellos bravos combatían junto al corso, que, fascinado por su valentía, condecoraría luego con la Legión de Honor a los oficiales de este escuadrón. Entre ellos se hallaba un teniente de apellido Niegolewski, cuyo tataranieto, del mismo apellido, capitán de la Marina mercante de su país, asistió ayer emocionado a la recreación de la batalla.

Somosierra, en los anales bélicos, figura como una de las principales gestas de la caballería de todos los tiempos. Ya el soldado-narrador griego Jenofonte había recordado que "con caballería, en la victoria todo se consigue y en la derrota, sin ella, todo se pierde".

Hasta 40 jinetes, llegados de las aulas de algunas escuelas militares de Polonia con sus monturas y sus armas, cabalgaron ayer por la misma tierra que surcaran sus antepasados. Llevaban vistosos plumeros blancos (piuropuz, en polaco) sobre sus altos sombreros de cuadrada copa (czapka, se pronuncia "chapka") como el que lucía Marian Stefanski, de 70 años, que en el ensayo del sábado se lastimó en la espalda y ayer, sin poder cabalgar, contemplaba muy atento desde la tribuna de invitados la evolución de la contienda.

Poco antes, Stefanski, pintor y artista además de figurante de excepción, había entregado en la ermita del pueblo un cuadro surgido de su pincel, que tituló Madonna de Somosierra: representa una Virgen María que cruza sobre su pecho dos estelas con los colores de Polonia, rojo y blanco, y de España.

Allí, junto a la ermita, Jan Cheganowski, viceministro del Ministerio de Defensa de Polonia para Asuntos de Excombatientes, acababa de trenzar un discurso en el que encomió con elegancia a los españoles vencidos, a los que saludó por compartir entonces, hace dos siglos, los mismos anhelos de independencia de sus compatriotas. En un lance, a su manera valiente, el profesor Fernando García de Cortázar, responsable de la Fundación Dos de Mayo, en un parlamento breve pero enjundioso, parangonó a Cristo con Buda y a Carl Schmitt, teórico del autoritarismo, con Karl Marx, adalid del comunismo, como defensores de ideas dispares pero todas concernientes a la libertad.

Manuel Barranco, gestor de la Fundación Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid, organizadora del evento, que ha sido financiado con 100.000 euros por la Fundación CajaMadrid, explicaba cómo se habían conseguido sortear con soltura numerosos obstáculos, por ejemplo, el hecho de que en España se exija licencia para las armas históricas mientras que en Polonia no existe tal requisito. "Ninguno de los 500 figurantes cobra nada y si sufre una rotura en su arma o vestimenta, la repara él solo", dijo. Hasta 250 de ellos procedían de países como Malta, Italia, Francia, Alemania, Italia y Polonia, o de asociaciones de San Sebastián, Bailén, Málaga, Aragón, A Coruña, León, Móstoles y Madrid. "Los gastos principales del evento, iniciado el sábado con un ensayo general, han sido el transporte y el alojamiento de los figurantes, más los de las infraestructuras", explicó Barranco.

La velada discurrió tan amistosamente como había comenzado. Miles de personas desplazadas a Somosierra escucharon las salvas de cañones harinados para ahumar el aire y el tronar de mosquetones en un cromático espectáculo de galones y casacas, como la de color blanco que lucía J. M. Guerrero, presidente de la Asociación de Voluntarios de Madrid, quien dirigía el acomodo de los huéspedes extranjeros, quienes, ayer, por la hospitalidad hispana, dejaron de ser forasteros para hermanarse durante unas horas, gratas, con sus anfitriones.

Tropas españolas, con uniformes de 1808, envueltas por el humo de la fusilería en la recreación de la batalla de Somosierra.
Tropas españolas, con uniformes de 1808, envueltas por el humo de la fusilería en la recreación de la batalla de Somosierra.LUIS SEVILLANO
500 personas a pie y 40 a caballo. Como en pleno siglo XIX, la Asociación de Voluntarios de Madrid y el Ayuntamiento de Somosierra han recreado el histórico enfrentamiento entre las tropas españolas y la caballería polaca de Napoleón.Vídeo: AGENCIA ATLAS

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