La estrategia del ñu
Inspiro por la nariz y expiro lentamente por la boca. Una vez, otra y otra. No estoy a punto de salir en una contrarreloj individual, no, eso será mañana. Respiro así para estar más relajado. Ya está, pienso desde la terraza de mi habitación, en un Parador con impresionantes vistas de Segovia. Ya está, una Vuelta grande más para el cuerpo y seguramente algún día menos de vida; porque estos esfuerzos algún día habrá que pagarlos, pienso con cierta tristeza. Pero eso no importa ahora, es mejor ni pensarlo que es momento para estar satisfecho: ¿no querías ser ciclista?... Pues ya sabes lo que es, nadie te dijo que fuese fácil.
Finalmente quedó despejada la incógnita de ayer. Serían cerca de las seis de la tarde cuando vi la luz. Pude por fin ver el vaso lleno. No a rebosar, que eso será el domingo en la Castellana; ahora está simplemente lleno. Y un poco más y fallo en la predicción de que todo lo sabría al cruzar por vez segunda la meta de Segovia. Porque estuve a punto de hacerlo una sola vez.
Y es que yo formaba parte de un grupetto tan numeroso que podría haber sido calificado como segundo pelotón. Cedimos al ritmo impuesto por los de cabeza en los últimos kilómetros de la subida a Navacerrada, cuando la guerra comenzó a tomar tintes dramáticos -al menos eso a mí me parecía-. Por el alto pasamos diseminados en pequeños grupos que se fueron uniendo en el llano posterior a la bajada de Cotos y en la subida al Puerto de Navafría. Unidos para sobrevivir, como en ese documental que todos hemos visto de los ñúes cruzando el río plagado de cocodrilos.
A 15 kilómetros de meta llevábamos una desventaja de13 minutos, suficiente para salvarnos -ese era el gran objetivo-, pero insuficiente para evitar el encuentro con nuestros compañeros. Encuentro porque una vez pasada la meta había que recorrer un circuito local de unos 10 kilómetros, algo en lo que se viene a tardar unos 15 minutos. Así que pasó lo inevitable, que confluimos todos en el mismo lugar en el mismo instante.
El jurado nos paró en el punto en el que se entraba en el circuito, un puente por debajo del Alcázar. Durante unos minutos además de parte, fuimos espectadores de la carrera. Ignatiev se adelantó a la barrera de motos para animar a Kiryienka, su compañero que pasó escapado junto con Arroyo. Algo le gritó, pero al final no sirvió de mucho. Pasó entonces el grupo, los coches, y allí nos quedamos haciendo tiempo. Ha ganado Arroyo, dijo alguien.
Así que nos soltaron y cruzamos la meta con las dudas de si debíamos pararnos o no. Arroyo lo celebraba, su día había terminado con éxito. El nuestro también, pero aún quedaban 10 kilómetros.
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