Humberto Solás, cineasta del espíritu cubano
Sus películas influyeron en toda América Latina
Humberto Solás será recordado siempre por Lucía. Pero siendo grande esta película, su verdadera gran obra es el cine cubano con mayúsculas. A él dedicó todas sus energías y su vida, como también hizo el desaparecido Tomás Gutiérrez Alea. Si el cine de un país son sus cineastas y sus obras más redondas, Solás y Alea son el fundamento de la cinematografía cubana, hasta el extremo de que todavía hoy los realizadores más jóvenes siguen haciendo cine al estilo de uno u otro. Ambos crearon Lucía y Memorias del subdesarrollo, filmes mágicos y míticos del cine cubano en sus años más dulces -los sesenta- que pusieron a la isla en la vanguardia del cine de América Latina.
La sorpresiva muerte de Solás, ayer a los 66 años, víctima de un cáncer fulminante, deja en Cuba un vacío simbólico pero también real, pues desde hace seis años Solás era el principal valedor del Festival del Cine Pobre de Gibara, un certamen alternativo en el ámbito cultural cubano que desde su inicio apostó por los más jóvenes y las nuevas tecnologías, así como por los contenidos polémicos y comprometidos.
Humberto Solás nació el 4 de diciembre de 1941 en La Habana. Graduado en Historia, entró a trabajar en 1960 en el recién creado Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica como realizador de documentales didácticos y de cortos como Minerva traduce el mar (1962) y El retrato (1963). Influido por el realismo italiano, en 1966 dirigió el cortometraje de ficción Manuela, que cosechó cierto éxito internacional y lo convirtió en una promesa del cine cubano.
Tenía 26 años cuando realizó Lucía, su obra maestra, en la que hizo un fresco del papel de la mujer en la historia de Cuba en tres momentos históricos: las guerras de independencia contra España, la lucha contra la dictadura de Machado y los primeros años de la revolución. La última historia dentro de Lucía, filmada en la localidad de Gibara, era un paradójico retrato de una mujer humillada por su marido, el cual representaba la mentalidad que quería superar la nueva sociedad, que tuvo un gran impacto. Lucía marcó una forma de hacer cine en la isla y fue considerada por la crítica como una de las diez películas más importantes del cine iberoamericano.
La temática femenina fue una constante en su obra y le llevó a realizar una versión de Cecilia Valdés, la novela cubana más importante del siglo XIX. La producción de Cecilia terminó siendo el más ambicioso y polémico proyecto realizado por el ICAIC, y desató un debate a partir del cual cambió la forma de producir en la isla. En su filmografía se destacan las películas Amada (1983), Un hombre de éxito (1985) y El siglo de las luces (1991).
En sus últimos largometrajes, Miel para Ochún (2001) y Barrio Cuba (2005), todos filmados con tecnología digital, Solás retornó la estética sencilla y tocó temas de la dura vida cotidiana en su país. Hace seis años creó el festival del Cine Pobre de Gibara, con el ánimo de restablecer la producción cinematográfica en la isla, seriamente afectada por la crisis de los años noventa. "Humberto libró una batalla campal por la reanimación del cine de autor, predicando con el ejemplo", dijo a través de una nota el Festival de Cine Pobre.
En una reciente entrevista, contestó Humberto Solás al ser preguntado sobre cómo quería ser recordado: "Mi amor por Cuba, por su cultura, por su fisonomía, por la curiosidad cubana ante el fenómeno de la historia, por ese espíritu insaciable de no querer quedarse nunca a la zaga, de estar siempre en el teatro de los acontecimientos, no alejado".
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