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Rivas abre sus puertas para traspasar muros

150 familias han acogido a inmigrantes durante la semana del Foro Social

Elvira Arellano mira a un lado y otro. Está nerviosa. "¿Dónde quedó mi familia? No les veo". Junto a ella, más de doscientas personas esperan pacientemente bajo el sol mientras media docena de fotógrafos y cámaras toman imágenes. Y ella que no para de buscar con la mirada.

"He pasado unos días con ellos, pero ya son mi familia", explica Arellano
"No hay emigrantes o inmigrantes. Sólo migrantes", resume Juan
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Su familia son Begoña, David y la pequeña Irene. Ellos han abierto las puertas de su casa a esta mejicana de 33 años y vida de tintes novelescos durante cinco días, los que ha durado el Foro Social de las Migraciones que se celebró la semana pasada en la localidad de Rivas-Vaciamadrid. Como ellos, más de 150 familias voluntarias de la localidad madrileña acogieron a otros tantos participantes en el encuentro venidos de multitud de lugares del mundo. "Sólo he pasado unos días con ellos, pero son como mi familia", explica Arellano. Ella fue una de las ponentes del foro. Allí acudió a contar su experiencia como inmigrante ilegal durante 10 años en Estados Unidos, su encierro durante más de un año en una iglesia metodista para evitar la deportación y su lucha por hacer valer sus derechos.

Si uno teclea su nombre en cualquier buscador de Internet encontrará miles de referencias a su labor, a una biografía extensa en acontecimientos. Sin embargo, aún se sorprende con cosas pequeñas. "El foro tiene como lema el derribo de los muros, pero aquí hay gente que lo ha llevado a la práctica abriendo las puertas de sus casas".

"Para nosotros es una experiencia muy reconfortante, porque hemos conocido a una persona que realiza un trabajo increíble", comenta Begoña, que no se separa del carrito en el que descansa su pequeña. Carmen y Juan asienten, como su hija Tania, de veintitantos años. Ellos también son familia. En su caso, para Carlos Palomares, también mexicano, también inmigrante.

No hace falta fijarse demasiado para darse cuenta de la huella que Carlos, que vive en la ciudad alemana de Bonn, ha dejado en ellos. Y viceversa. Juan, que trabaja en el Ayuntamiento de Rivas, resume con un concepto lo que ha aprendido estos últimos días: ya no hay emigrantes o inmigrantes, sino sólo migrantes. "Y, ¿quién no ha sido migrante alguna vez en su vida?", remacha. Asegura que Carlos le ha aportado mucho y que sólo le ha robado "unas horas de sueño" a cambio de largas conversaciones. En casa de Carmen y Juan, tanto Elvira Arellano como Carlos Palomares son uno más. Igual charlan sobre las marcas de cerveza, que sobre sus familias y, por supuesto, sobre sus vivencias.

Elvira relata cómo miles de mexicanos cruzan cada día la frontera con EE UU cruzando el desierto y arriesgándose a la muerte y a la migra (policía de Inmigración norteamericana). Al momento, la conversación gira hacia lo personal: su hijo Saúl. En diciembre cumplirá 10 años y es un amante absoluto de los luchadores enmascarados. De hecho, una vez cayó al agua por salvar al muñeco de su luchador preferido. Los demás atienden como si contase las andanzas de un miembro más de una familia unida por lazos invisibles. Mientras tanto, la comida está ya preparada en casa. Hoy toca cocido madrileño.

Manifestación del Foro Social de las Migraciones, ayer en Madrid.
Manifestación del Foro Social de las Migraciones, ayer en Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ

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