El verano que cambió las prioridades
Después de los Juegos Olímpicos de Pekín, los chinos comparten con los americanos la profunda convicción de que su destino es gobernar el mundo y están empapados de un nacionalismo con vocación imperial
1.- En los Juegos Olímpicos de Barcelona, un arquero lanzó una flecha y se encendió el pebetero. Era una idea genial. Simple, nítida, fácil de entender y de ejecutar. A los organizadores de los Juegos Olímpicos de Pekín no se les ocurrió nada genial para el último relevo de la llama sagrada. Y tuvieron que suplirlo con el despilfarro, que es lo que acostumbra a acontecer cuando las ideas no llegan y se necesita impresionar al mundo. Cables y tirantes para aguantar al atleta en su absurda carrera por las alturas del estadio, una pantalla que debía de medir más de un kilómetro, un ejercicio de grandilocuencia perfectamente prescindible y disparatadamente caro. Creo que estos dos casos deberían explicarse en las escuelas para que los niños aprendieran la diferencia entre lo genial y lo banal, el poder de resolución de la idea fuerte y el poder de complicación de la falta de ideas.
El 11-S llevó a algunos al error de pensar que el 'yihadismo' sería el gran problema del siglo XXI
Rusia tiene capacidad de alborotar, pero no puede pretender liderar el mundo globalizado
La ceremonia inaugural de Pekín fue la versión posmoderna de la ceremonia de Berlín del 36. Las mismas obsesiones ideológicas -masa, uniformidad, disciplina, repetición, perfección formal, anulación del sujeto- sólo que en alta definición y tecnología de punta. Puro escalofrío. Así presentó China al mundo sus credenciales de gran potencia. Si se ha dicho que el siglo XX empezó en 1914, es probable que algún día se diga que el siglo XXI comenzó en 2008. En este verano se estableció la verdadera agenda geopolítica de los próximos años.
Después de los Juegos -después de la masacre de tibetanos que fue su preludio- ha quedado claro que en el mundo sólo hay un país que tenga la voluntad de potencia que tiene Estados Unidos: China. Los chinos comparten con los americanos la profunda convicción de que su destino es gobernar el mundo y están empapados de un nacionalismo con vocación imperial: si la mayor parte de la historia hemos liderado el mundo, que durante unos pocos siglos hayamos perdido la posición no quiere decir que no podamos recuperarla. Millones y millones de manos a la obra.
2.- Mientras China hacía pacífica demostración de potencia, Rusia presentaba en Georgia las credenciales de su nueva condición: una potencia impotente que sólo tiene capacidad de enredar. La imposibilidad, la incapacidad o la falta de voluntad de buscar los tiempos adecuados para que la transición de los regímenes de tipo soviético al capitalismo fuera lo más razonable posible, permitió la explosión de la corrupción sin límites, a partir de las viejas oligarquías comunistas, y la configuración de formas de capitalismo bastante salvaje. La gran aportación de Putin fue nacionalizar la corrupción y el crimen organizado que con Eltsin habían campado a sus anchas, sin control ni dirección. Y efectivamente, Putin puso orden: todo lo que ocurría estaba bajo su control. Y para el que no se adaptaba quedaba la cárcel, el exilio o incluso la muerte. Misha Gleny lo ha explicado maravillosamente en su libro McMafia. Los gobernantes europeos presenciaron fascinados esta gran transformación. Y uno de ellos -Schroeder- acabó incluso ocupando un cargo en las terminales del sistema Putin. Y después nos escandalizamos de la incapacidad de Europa para jugar un papel destacado en la escena política: quien no está entregado a Washington, lo está a Moscú. Y algunos -Berlusconi, el gran amigo de Putin- a los dos. Así nunca seremos nadie.
Ha sido necesario el conflicto de Georgia para que el idilio entre Europa y Putin terminara. Ahora ya sólo queda el miedo a la capacidad de intimidación de Rusia, con sus hidrocarburos y con los restos del Ejército Rojo en funciones de policía de fronteras. La maldición del petróleo alcanza a Rusia: la facilidad para conseguir dinero a espuertas en el negocio de la energía es equivalente a la dejadez en la gestión. La obsesión por amasar dinero no se corresponde con un desarrollo productivo equivalente. Rusia no tiene pegada de potencia, pero sí mucha capacidad de enredar. Su modelo, aunque a mayor escala, es parecido a la Venezuela de Hugo Chaves o al Irán de Ahmadineyad. Por fin, Europa descubre que en los confines orientales tenemos un problema. Como casi siempre el petróleo no es la causa primera, pero es un componente esencial del conflicto. Por eso el oleoducto Nabucco (de Bakú a Erzurún) es el envite decisivo. Y la batalla por Georgia y Ucrania nos vuelve a la memoria de la guerra fría. Un espejismo, porque entonces todavía nos pensábamos que la URSS era una gran potencia y ahora ya sabemos que Rusia no lo es.
3.- Han pasado 19 años desde el hundimiento del muro de Berlín. Ha sido el tiempo necesario para que el mundo occidental se diera cuenta de que el muro había caído por los dos lados. Que nadie salía indemne de aquel episodio. El 11 de septiembre del 2001 acabó con la ilusión ideológica: el fin de la historia. Los americanos sentían por primera vez una sensación de vulnerabilidad que para ellos era completamente desconocida. El resultado fue una lectura equivocada de los cambios que el mundo vivía: la guerra antiterrorista se convirtió en el horizonte ideológico del primer mundo. Una máquina permanente de fabricar miedo, que si algo ha conseguido ha sido asustar y adocenar a los ciudadanos de las democracias occidentales. El verano de 2008 ha puesto las cosas en su sitio: ha jerarquizado los problemas. El terrorismo islamista no es ni ha sido nunca el principal problema del mundo. Siendo terriblemente dolorosos los efectos de sus hazañas, su capacidad de destrucción es sumamente limitada. Y la viabilidad de su proyecto político -si es que lo hay- perfectamente nula. No hay ninguna posibilidad real de que el terrorismo islamista imponga su modelo totalitario, ni siquiera parece probable que tome el poder en su tierra prometida: Arabia Saudí. Como ocurre casi siempre con el terrorismo, sus enemigos son sus principales propagandistas. Para arrastrar a la ciudadanía a la guerra antiterrorista, se magnifica hasta tal punto al demonizado enemigo que se acaba creyendo que es imbatible.
Los acontecimientos de este verano del 2008 han servido para una evaluación más real de los problemas geopolíticos. Pero los últimos 20 años nos dejan en su balance un factor catastrófico: la legitimación por parte de la comunidad universal de la limpieza étnica como solución para determinados conflictos. Ocurrió en Yugoslavia, ha ocurrido en Abjazia y Osetia.
4.- Hay en el mundo dos grandes potencias con verdadera voluntad de serlo: Estados Unidos y China. Estados Unidos tiene que retomar impulso para salir del marasmo en que le metió Bush, que entrega al país mucho más debilitado de lo que lo encontró en los tres niveles: poder económico, poder militar y soft power (o poder de seducción y convicción, si se prefiere) China tiene que ir pasando las pruebas que su propio desarrollo le impondrá: su fuerza, los 1.300 millones de personas, puede ser también su debilidad. Tarde o temprano la clave del siglo estará en las relaciones entre China y Estados Unidos.
Brasil, India e incluso Suráfrica van tomando posiciones, con impacto regional sobre todo, lastradas por sus desigualdades internas, tanto económicos como sociales y culturales. Rusia encabeza la lista de los países con capacidad de desestabilizar, aunque no de competir en espacio abierto. Y Europa sigue dando vueltas a la noria de su permanente indefinición, como si viviera permanentemente a la búsqueda de un autor. Con todo esto, el islam ha dejado de tener el papel de primera y gran amenaza mundial que estaba escrito en el guión de los teóricos del conflicto de civilizaciones. Y la guerra de Irak aparece como una trágica reliquia de un tiempo lejano, que no tiene nada que ver con los problemas reales del presente.
¿Hay futuro para la democracia en este siglo que viene? Formalmente es cierto que desde la caída del muro de Berlín los regímenes aparentemente democráticos se han multiplicado en el mundo. Pero también es cierto que se ha banalizado mucho la idea de democracia. ¿Pueden considerarse realmente democráticas las elecciones en Rusia, por ejemplo? Y que incluso en el primer mundo la cultura del miedo está dañando seriamente a la cultura democrática. A la vista de la ceremonia olímpica de Pekín, el entusiasmo que ha generado y los valores que se vehiculaban a través de ella, la democracia no lo tendrá fácil en este siglo.
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