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Columna
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Calleja y la crisis

Joan Subirats

Son muchos los que piensan que hoy día no es tan importante lo que realmente ocurre, como aquello que la mayoría de la gente piensa que sucede. Por eso se ha puesto tan de moda hablar de "relatos" o de "narrativas" para referirnos a la capacidad de construir, de manera más o menos efectiva, una explicación plausible de aquello que nos sucede, o de aquello que proponemos que suceda. Christian Salmon ha publicado recientemente un libro en el que habla de Storytelling, para referirse a esa especie de máquina de fabricar historias y de formatear las mentes con la que cada vez más a menudo nos enfrentamos.

No hay alto ejecutivo de empresa o gabinete de dirigente político que se precie que no cuente con un "contador de historias" particular que ayude al mandamás a formatear adecuadamente ideas, proyectos o excusas. En ese nuevo orden narrativo, muchos de los "cuentos" que nos ofrecen acaban siendo protocolos de domesticación que tratan de controlar las conductas sociales a partir de los mecanismos de comunicación adecuados. Las elecciones norteamericanas son, estos días, una constante pugna de asesores en uno y otro bando para ver quién es capaz de presentar a los electores la historia más "comprable". Unos desde el atractivo referente del negro capaz de reconstruir un itinerario kennediano ilusionador, otros buscando en la mamá que acompaña a sus hijos al hockey (pero que al mismo tiempo dispara su rifle sin ambages), la receta que pueda conectar con el corazón y la mente del votante estadounidense.

Muchos de los "cuentos" que nos ofrecen acaban siendo protocolos de domesticación

En España, estamos asistiendo últimamente a la pugna sobre cómo "narrar" la crisis. En sus prolegómenos, la posición del Gobierno socialista fue negar su existencia. Y esa misma posición les condujo a decisiones que ahora parecen insensatas, como los cheques regalo en plena campaña electoral. Esa posición se mantuvo hasta las mismas puertas de las vacaciones, mientras que ahora la nueva estrategia narrativa es apuntar a razones externas para el tema, aminorando el tamaño del problema y tratando de generar al mismo tiempo un relato esforzadamente optimista sobre la solidez económica del país. Desde el PP, evidentemente, la tendencia ha sido la contraria. Magnificar la crisis, minusvalorando el impacto en la economía española de la coyuntura internacional, y achacando la gravedad de la situación a la pasividad e inacción del Gobierno de Zapatero.

Por otro lado, algunos expertos insisten en que todo es un tema de falta de confianza, y achacan a la ciudadanía, entre otras cosas, su excesiva avaricia al creer que sus propiedades valían más de lo que pensaban, y su excesivo miedo ahora cuando la cosa no es para tanto. La crisis tendría pues un fuerte componente psicológico. Nos creíamos ricos y vivíamos por encima de nuestras posibilidades, aducen. Lo que no nos dicen, es que ese excesivo optimismo fue significativamente alimentado por instituciones financieras que, a través de tasadores implicados, sobrevaloraban propiedades inmobiliarias y animaban a pedir hipotecas cuantiosas a plazos exagerados. No parece muy serio que los que alimentaron el cuento ahora nos digan que fuimos demasiado crédulos.

La última movida ha sido también digna de análisis. El Gobierno de Bush ha decidido inyectar cientos de millones de dólares en las instituciones hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, que estaban a punto de hundirse tras la desastrosa gestión de las subprime. Si antes el relato era que nunca la interferencia de los poderes públicos en la economía acababa teniendo consecuencias positivas, ahora observamos como se valora como razonable y digna de encomio la postura de la Administración norteamericana. Un gesto inmediatamente agradecido con un impacto muy positivo en las Bolsas de todo el mundo. Un analista de Bolsa escribía: "quizá ése es el secreto de la primera economía del mundo. Saber cambiar de rumbo sin escrúpulos ideológicos". Todos contentos, ya que "la economía" ha recibido un gran balón de oxígeno. En el relato hegemónico, la economía no tiene sesgo ideológico alguno. Está naturalizada. Forma parte del paisaje y parece moverse de manera autónoma, aunque por lo que parece necesite ayudas multimillonarias.

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Los emisores más potentes de relatos, nos aconsejan también moderación; afirman ahora (no hace seis meses en plena campaña electoral) que debemos olvidarnos de subidas de salarios mínimos y que lo que toca es apretarse el cinturón. Después de los años de bonanza en que la distribución de los beneficios no fue exactamente equitativa que digamos (recordemos que la masa salarial de los trabajadores españoles tuvo una subida muy escasa, en comparación con los grandes aumentos salariales de dirigentes y ejecutivos de empresa), en estos momentos en que las necesidades sociales van a ir en aumento, resuena el cuento de la moderación para evitar, nos dicen, que "la economía" empeore.

Seguramente, el gran relato contemporáneo, la madre de todos los cuentos con los que nos obsequian diariamente, es esa capacidad del capitalismo para transformar beneficios en el tema de unos pocos, mientras que los costes son sistemáticamente lanzados al espacio colectivo. En ese nuevo orden narrativo parece como si pensasen que no tenemos memoria, que no existe la historia. No dejo de oír la frase con la que mi padre me respondía cuando trataba de engatusarle con cualquier excusa o divagación: "tienes más cuento que Calleja". Don Saturnino Calleja tendría ahora un magnífico y renovado espacio para lanzar de nuevo su otrora famosa y popular colección de cuentos.

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